POR TI, MANOLO

Conocí a Manolo cuando aún era don Manuel.  Debía yo tener diez años e iniciaba  quinto de EGB en aquella Escuela Graduada de niños número 2 con entrada por  la calle San Juan.
En  mi bagaje llevaba tres cursos en la Academia Cervantes y uno en el colegio Academus.  Sin duda, las nuevas generaciones no situarán a ambos como tampoco lo harían con el de San Juan si no se hubiera mantenido como Escuela de Adultos y la fachada del Camí des Castell recordara aquel retórico nombre.
Amigos nuevos, desconocidos hasta aquel entonces por aquello de vivir por Dalt S’Arraval, en el otro extremo de aquel Mahón de los años setenta. Colegio nuevo con aula y profesor para cada curso. ¡Qué pasada…!
Vagamente te acuerdas de un preliminar en una aula colindante al patio y al pasillo que albergaba una especie de túnel, para después ubicarte en aquella otra donde, no el professor, sino el maestro, impartía la clase.  Las clases, más bien.
En un primer piso –del que tiempo después descubriría que sus ventanas daban al Camí des Castell- tenía la clase de quinto, don Manuel. Alguna vez voló alguna tiza, y las reglas se presentaron, sí. Pero también se aprendió mucho y bien.  Éramos la generación de la EGB. 
Anécdotas, muchas.  Aún guardo el primer escrito que me publicó en el “periódico” del centro escolar en el que él participaba.  Y no digamos de los turnos que organizábamos para poder regular el tráfico con una pala de STOP a la salida del colegio.
Pasaron los años y con el salto al Instituto uno volvió a su barriada.  La calle Vasallo fue de nuevo escenario del reencuentro.  Pasaron más años y las Cartas a Fiona fueron seguidas con absoluta devoción. Y después las de Rock.  Era mi maestro. No un maestro cualquiera.
Seguí su rastro allende los mares, y aunque pasé inadvertido –no me gusta aparecer en el Facebook, pero sí seguirlo- me mantenía informado. Aún así, él, de tanto en tanto, solía dejar algún comentario de aquel antiguo alumno suyo que hacía sus pinitos en Es Diari. 
 En una de sus visitas a Menorca,  tuvo necesidad de saldar una antigua deuda contraída consigo mismo.  Fuiste un hombre ejemplar.  Había pasado casi cuarenta años y aún te acordabas de aquella anécdota.  ¡Que fuerte!.   
Ya últimamente, este seguimiento inadvertido me hizo saltar las alarmas. Lo decías claro, demasiado claro. Y valiente.  El viernes por la tarde fue la alarma definitiva.

Descansa en paz, Manolo.  Si con un solo curso dejaste tanta estela, lo que habrás dejado a quienes convivieron contigo...

PUBLICADO EL 18 DE JUNIO DE 2015, EN EL DIARIO MENORCA.