En
la esquina de enfrente de casa existen dos contenedores de basura, de los
verdes, de los que engullen de todo, desde escombros al monitor que la obsolescencia
programada deja sin vida y a los bolsillos sin tela. Vamos, los contenedores
más buscados por el reiterado infractor en la cosa de las tres erres. Tienen la fecha de caducidad a principios de
noviembre. Serán, eso sí, de los últimos
de la hermosa y galante ciudad.
Desde
hace ya tiempo, estos contenedores reciben la visita matinal programada de unas
furgonetas externas a la barriada. Son
visitas, es de suponer itinerantes en sus inicios, regulares y programadas en
su final.
Soy
de los que se adaptan. Tal vez más por miedo que por convicción en el inicio,
pero que acabo por convencerme al final.
Un progreso adecuado, aunque lento.
Me conozco los colores de los contenedores, he hecho uso del servicio de
recogida de enseres y de la “deixalleria” y aunque debo confesar que soy
de los que no separan las cerdas del propio mango del cepillo de dientes,
conozco que hay diferencia entre vidrio y cristal.
También
soy de los que piensan que pagamos justos por pecadores. Y que había otras
soluciones antes de llegar al extremo de un Gran Hermano, pero el incivismo de
unos y la falta de rigor de otros, nos ha llevado a ello. Ni aumento de contenedores ni gratificaciones. Aumento de costes, repercusión en los
impuestos y como no, mayor regulación y menor comodidad al usuario. Un estado policial encubierto bajo el
epígrafe del cambio climático si es preciso. O del negocio de las empresas de
tratamiento, vaya usted a saber.
Y
el señor de la furgoneta sigue ahí, día sí, día no. Además, delante tiene un paso de peatones que
le facilita su parada y desalojo. No puede pedir más. Y no me preocupa su quehacer porque a las
ocho de la mañana ya se le han sumado las bolsas de algunos vecinos que al
marcharse a trabajar también depositan sus restos que hubieran podido depositar
la noche anterior. Me preocupa cómo se adaptarán a partir de noviembre, cuando
estos últimos contenedores sean retirados de la vía pública y sí o sí las
bolsas deban depositarse por la noche, cada una delante de su portal,
identificadas con su correspondiente pulsera de presunto delincuente.
¿Progresaremos
adecuadamente o seguirán existiendo puntos alegales e ilegales de despojos
tanto domésticos como industriales? ¿Aumentará el rigor de la cosa pública o se
nos intimidará con más cámaras de dudoso funcionamiento?
Al
final, entrarán en el redil.
PUBLICADO EL 16 DE MAYO DE 2024, EN EL DIARIO MENORCA.