La Iglesia
sigue unida. Para algunos, Francisco en su emoción no calculó ni la velocidad
ni la frenada. Nos enseñó que la sotana
blanca también podía ir acompañada de zapatos ortopédicos. Nos hizo sentir que
todos estábamos incluidos, incluso los que no creían en nada. ¿Quedarán atrás
aquellas entrevistas improvisadas en los aviones papales, donde la doctrina se
veía comprometida en favor de titulares rápidos y frases ambiguas? La sonrisa
constante de Francisco a veces escondía una verdad incómoda: el olvido del
juicio, del pecado y, para algunos, incluso del infierno, pero claro, era
jesuita.
No se trata
de negar los méritos de Jorge Mario Bergoglio. Su pontificado representó un
intento sincero por abrir puertas, derribar muros y mostrar el rostro
misericordioso de la Iglesia. Lo hizo con convicción y valentía, pero también
con una audacia que a veces desbordó la prudencia pastoral. Su estilo marcadamente
horizontal, más cercano a una asamblea de comunidad de vecinos, ofreció una
imagen de Iglesia abierta, pero también generó dudas sobre su identidad
profunda. Para algunos creyentes, la doctrina parecía relativizarse, la
liturgia desfigurarse y la tradición convertirse en una opción secundaria.
¿Un Papa
popular o populista? ¿Fue Francisco el pastor que necesitábamos, o el que los
medios reclamaban? ¿Un Papa para los católicos o uno mediático que
cotiza en los termómetros de opinión? ¿Fue un líder espiritual o una figura pública que
cotizaba en bolsa? Y si Benedicto XVI no hubiera renunciado, ¿habría tomado la
Iglesia tras su fallecimiento el mismo rumbo? La historia hipotética no se
puede comprobar, pero la pregunta permanece.
La crisis
está, pero no es uniforme. En Europa la crisis es doble: de fe y de
institución. En otros continentes, sin embargo, la vitalidad eclesial sigue
floreciendo. ¿Qué explica esa diferencia? ¿La fe arraiga mejor en contextos de
mayor necesidad material o espiritual? ¿O simplemente la Iglesia en Occidente
ha perdido la capacidad de hablar un lenguaje comprensible a su tiempo?
¿Necesitamos dos lenguajes?
En
sociedades cada vez más individualistas y desarraigadas, ¿necesitamos líderes
carismáticos o testigos auténticos? ¿Necesitamos un Papa que se mueva como un
jefe de Estado, o uno que inspire como un discípulo apasionado?
La Iglesia
no está llamada a agradar, sino a salvar. Quizás lo que se requiere no es
cosmética ni estrategia mediática, sino una reforma profunda de las estructuras
mismas. El verdadero desafío ya no es cómo ser más relevantes en el mundo, sino
cómo ser más fieles al Evangelio. Trabajo no le faltará a León XIV.
PUBLICADO EL 15 DE MAYO DE 2025, EN EL DIARIO MENORCA.