Esta vez el encuentro fue en su territorio. Federico y Mô no paran desde que retomaran sus salidas en prensa. Pero esta vez, ceden el protagonismo a quienes de verdad se lo merecen. Y lo hacen ambos en un mismo terreno, en un común denominador: el puerto, nuestro puerto. Era viernes noche, un viernes que hará historia por muchas cosas. Para unos, por su singular fecha: 08-08-08; para otros, por la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín y todo el entramado que lleva consigo, que si derechos, que si libertades, que si boicots…. , para otros, para nosotros mismos, para Rafael y Magda, para todos aquellas decenas de decenas de amigos: un recuerdo, una historia, un futuro….
La cita era para después de las veintiuna hora. Y el lugar…. , no podía ser otro. Un nombrado y conocido restaurante del puerto magonis. El puerto, aquel testigo de llegadas y despedidas, de escamoteos nocturnos, de historias y más historias de nuestra querida Menorca, quería dar fe, testimonio y sobre todo, levantar acta en la memoria colectiva de quienes asistíamos a la celebración de aquellos primeros veinticinco años de feliz matrimonio de Rafael Vidal y Magda Vidal.
Era un doce de agosto del ochenta y tres cuando Rafael y Magda dieron el tan esperado y tradicional “si, quiero”. Sí, quiero ser feliz, queremos ser felices. Y así, tal como se resumió en el Power-Point creado por sus hijos Cris y Rafael, lo han conseguido.
Cris y Rafael recibían a los invitados en la puerta del local. “Coged el ascensor, y arriba de todo… allí os esperan ellos”. No había pérdida. Y allí, arriba de todo, donde se ofrecía una nueva perspectiva del puerto, de nuestro puerto, se encontraban los anfitriones de aquella velada. Magda y Rafael, Rafael y Magda. Tanto daba. Sencillez, simpatía y sinceridad. Así definiría, titularía a aquella joven y simpática pareja.
Es difícil encontrar estas dotes en este mundo que nos rodea, pero aquel viernes, del triple ocho, se encontraba allí, de celebración, homenajeados y homenajeadores.
Es difícil encontrar también el buen ambiente que allí se respiraba. Las decenas de decenas de allí reunidos, representábamos un diverso abanico de procedencias, de bagajes culturales y sociales; y nadie se encontró decantado, arrinconado… más bien lo contrario. Incorporado, aglutinado en un mismo conjunto, respaldados por aquella energía positiva de aquel ambiente singular.
El picoteo-cena fue peculiar, novedoso, admirable. Fue sin duda una novedosa forma de relacionarse, sin encontrarse uno encorsetado en un asiento frente a alguien y al lado de alguien. La libertad de movimiento permitía y obligaba la relación. Era un buen signo, un buen talante de inicio. Compartir tertulia, conocimientos, contactos, venía sólo. Pasaron horas y horas sin darse uno cuenta. Sin darnos cuenta, los postres señalaban el final de la primera parte de la velada, estaba próxima.
Era sólo el principio. Bajamos, cruzamos la aún tranquila calle y subimos a la “Anita”. Allí ya estábamos en el inicio de aquella segunda parte de aquella inolvidable y afable velada. Mientras los demás invitados iban subiendo a bordo de la “Anita”, José Ignacio daba informada cuenta de la historia menorquina de la “Anita, de su singladura desde Barcelona, de sus características técnicas y de su destino final en aquel amarre portuario y con final restaurador.
Mientras, durante y tras toda la celebración, se hacía evidente el valor, el aprecio, de aquellos amigos incondicionales de la pareja. Eran muchos y bien avenidos… Difícil, muy difícil también en nuestros días. Y allí, reunidos todos, o parte de ellos, estaban reunidos, unidos por una causa singular.
Veinticinco aniversario, unas bodas de plata matrimoniales, es algo ya digno de celebración, hoy en día. Veinticinco años y más de tener, mantener, de ir incrementando el número de amistades, también es digno de celebrar hoy en día.
Y eso, este valor de mantenimiento, tanto de la vida en común, como del valor de la amistad, se deben en parte , en gran parte, a las características propias de los homenajeados. La sinceridad, la simpatía, y sin duda, su sencillez, hicieron posible que veinticinco años después, pudieran celebrar aquel evento.
Era ya de madrugada cuando unos ya se despedían. Era ya de madrugada cuando Federico y Mô regresaban a sus aposentos. Quien esto escribe y Paula, también hicieron lo mismo. La fiesta continuaba pero. Era ya sábado y era agosto….El puerto parecía distinto. Era realmente distinto del que había encontrado a la llegada. Colas y colas de vehículos desafiaban aquella mal llamada desaceleración económica. Centenares, miles porqué no de vehículos se afanaban en encontrar un hueco donde permanecer en rueda caída, mientras el conductor ponía combustible a un cuerpo necesitado de otras sensaciones. ¿Serán aquellas amistades agolpadas, apretujadas en entradas, escaleras, terrazas.., tan reales, tan verdaderas como las que acabábamos de dejar atrás?. ¿Serán capaces de celebrar, ya no veinticinco sino diez años de feliz matrimonio, de amistad sincera?. Se supone que sí, siempre que así se lo propongan. La receta, ya se sabe, es fácil. Rafael y Magda lo han conseguido. Muchos otros también. Otros se habrán quedado por el camino. Amor y respeto, para la pareja. Sinceridad, sencillez y simpatía…., mucha simpatía para los amigos. Un remedio barato, gratuito, en unos tiempos de crisis.
Podríamos hablar del puerto, del tan congestionado puerto, de su orilla, de su calzada, de sus terrazas, de su hormigón, de sus pantalanes…, podríamos hablar y crear opiniones dispares. Opiniones a favor y en contra de aquella especie de negocio, de aquella especie de tradición. Pero sin duda, los que allí nos encontrábamos apostábamos por el recuerdo a aquel Mahón de nuestra, de cada una de nuestra, juventud.
Y si encontramos algo que nos une, ¿porqué buscar lo que nos divide?. Aquella unión de veinticinco años, es ejemplo en la búsqueda de la unión, no en la división. Así es como se hacen los amigos. No me sorprende que tengáis tantos. Os lo merecéis. Os lo habéis ganado.
Per molts anys.
¡A por los cincuenta!.
La cita era para después de las veintiuna hora. Y el lugar…. , no podía ser otro. Un nombrado y conocido restaurante del puerto magonis. El puerto, aquel testigo de llegadas y despedidas, de escamoteos nocturnos, de historias y más historias de nuestra querida Menorca, quería dar fe, testimonio y sobre todo, levantar acta en la memoria colectiva de quienes asistíamos a la celebración de aquellos primeros veinticinco años de feliz matrimonio de Rafael Vidal y Magda Vidal.
Era un doce de agosto del ochenta y tres cuando Rafael y Magda dieron el tan esperado y tradicional “si, quiero”. Sí, quiero ser feliz, queremos ser felices. Y así, tal como se resumió en el Power-Point creado por sus hijos Cris y Rafael, lo han conseguido.
Cris y Rafael recibían a los invitados en la puerta del local. “Coged el ascensor, y arriba de todo… allí os esperan ellos”. No había pérdida. Y allí, arriba de todo, donde se ofrecía una nueva perspectiva del puerto, de nuestro puerto, se encontraban los anfitriones de aquella velada. Magda y Rafael, Rafael y Magda. Tanto daba. Sencillez, simpatía y sinceridad. Así definiría, titularía a aquella joven y simpática pareja.
Es difícil encontrar estas dotes en este mundo que nos rodea, pero aquel viernes, del triple ocho, se encontraba allí, de celebración, homenajeados y homenajeadores.
Es difícil encontrar también el buen ambiente que allí se respiraba. Las decenas de decenas de allí reunidos, representábamos un diverso abanico de procedencias, de bagajes culturales y sociales; y nadie se encontró decantado, arrinconado… más bien lo contrario. Incorporado, aglutinado en un mismo conjunto, respaldados por aquella energía positiva de aquel ambiente singular.
El picoteo-cena fue peculiar, novedoso, admirable. Fue sin duda una novedosa forma de relacionarse, sin encontrarse uno encorsetado en un asiento frente a alguien y al lado de alguien. La libertad de movimiento permitía y obligaba la relación. Era un buen signo, un buen talante de inicio. Compartir tertulia, conocimientos, contactos, venía sólo. Pasaron horas y horas sin darse uno cuenta. Sin darnos cuenta, los postres señalaban el final de la primera parte de la velada, estaba próxima.
Era sólo el principio. Bajamos, cruzamos la aún tranquila calle y subimos a la “Anita”. Allí ya estábamos en el inicio de aquella segunda parte de aquella inolvidable y afable velada. Mientras los demás invitados iban subiendo a bordo de la “Anita”, José Ignacio daba informada cuenta de la historia menorquina de la “Anita, de su singladura desde Barcelona, de sus características técnicas y de su destino final en aquel amarre portuario y con final restaurador.
Mientras, durante y tras toda la celebración, se hacía evidente el valor, el aprecio, de aquellos amigos incondicionales de la pareja. Eran muchos y bien avenidos… Difícil, muy difícil también en nuestros días. Y allí, reunidos todos, o parte de ellos, estaban reunidos, unidos por una causa singular.
Veinticinco aniversario, unas bodas de plata matrimoniales, es algo ya digno de celebración, hoy en día. Veinticinco años y más de tener, mantener, de ir incrementando el número de amistades, también es digno de celebrar hoy en día.
Y eso, este valor de mantenimiento, tanto de la vida en común, como del valor de la amistad, se deben en parte , en gran parte, a las características propias de los homenajeados. La sinceridad, la simpatía, y sin duda, su sencillez, hicieron posible que veinticinco años después, pudieran celebrar aquel evento.
Era ya de madrugada cuando unos ya se despedían. Era ya de madrugada cuando Federico y Mô regresaban a sus aposentos. Quien esto escribe y Paula, también hicieron lo mismo. La fiesta continuaba pero. Era ya sábado y era agosto….El puerto parecía distinto. Era realmente distinto del que había encontrado a la llegada. Colas y colas de vehículos desafiaban aquella mal llamada desaceleración económica. Centenares, miles porqué no de vehículos se afanaban en encontrar un hueco donde permanecer en rueda caída, mientras el conductor ponía combustible a un cuerpo necesitado de otras sensaciones. ¿Serán aquellas amistades agolpadas, apretujadas en entradas, escaleras, terrazas.., tan reales, tan verdaderas como las que acabábamos de dejar atrás?. ¿Serán capaces de celebrar, ya no veinticinco sino diez años de feliz matrimonio, de amistad sincera?. Se supone que sí, siempre que así se lo propongan. La receta, ya se sabe, es fácil. Rafael y Magda lo han conseguido. Muchos otros también. Otros se habrán quedado por el camino. Amor y respeto, para la pareja. Sinceridad, sencillez y simpatía…., mucha simpatía para los amigos. Un remedio barato, gratuito, en unos tiempos de crisis.
Podríamos hablar del puerto, del tan congestionado puerto, de su orilla, de su calzada, de sus terrazas, de su hormigón, de sus pantalanes…, podríamos hablar y crear opiniones dispares. Opiniones a favor y en contra de aquella especie de negocio, de aquella especie de tradición. Pero sin duda, los que allí nos encontrábamos apostábamos por el recuerdo a aquel Mahón de nuestra, de cada una de nuestra, juventud.
Y si encontramos algo que nos une, ¿porqué buscar lo que nos divide?. Aquella unión de veinticinco años, es ejemplo en la búsqueda de la unión, no en la división. Así es como se hacen los amigos. No me sorprende que tengáis tantos. Os lo merecéis. Os lo habéis ganado.
Per molts anys.
¡A por los cincuenta!.
PUBLICADO EL 16 AGOSTO 2008, EN EL DIARIO MENORCA.