Aunque científicamente no pueda demostrarlo, no por la imposibilidad de hacerlo, sino sencillamente porque ello conllevaría un trabajo a todas luces innecesario, me da la sensación de que el mundo de nuestros días se mueve más por gente de letras que por los llamados de ciencias.
Sólo hay que dar una vuelta por los ayuntamientos y administraciones insulares y nos daremos cuenta que la mayoría de quienes mueven los hilos en este teatro de títeres y marionetas en la que hemos convertido nuestra sociedad, de tener estudios, lo son de la rama de las letras. Así no es raro que se cuestione lo evidente o que a la redacción – o al dictado- se le dé un giro de ciento ochenta grados.
Incluso la historia, esta rama que podría considerársela la parte más científica de las letras, se ve reescrita por tanto manipulador de la verdad ajena. Y nos dirán que las vidas cambian y que el mundo evoluciona y que debemos adaptarnos a ello. Mientras, miras alrededor tuyo y el área del cuadrado sigue siendo su lado al cuadrado.
Así no es raro que las cuentas no salgan y los coches colapsen carreteras, caminos y playas. El “venid y vamos todos” de filósofos y filólogos, chocan contra el numerus clausus de los geógrafos, físicos y ecologistas. No obstante, se observa una suerte de simbiosis entre ambos extremos y de tanto en tanto suele aparecer una especie de híbrido entre ellos, dando lugar a unas contradicciones metafísicas en grado contemplativo, que ni son, ni se las esperaba uno.
Uno ya no sabe si es más ecologista quien promueve energía alternativa o quien simplemente la prohíbe. Es el no es no, que cotiza en alza.
Y si en vez de coches, carretera y manta, propusiéramos el tema de vivienda, palabra y obra, nos encontraríamos con otro atasco en las puertas del INEM y en el cobro de las pensiones, ayudas, subsidios y asimilados.
Vamos, que el aceite no conjuga con leche, aunque la vaca nos la sirva en bandeja de plata.
Otro que sí nos la sirvió en su día con bandeja de plata fue un químico que se especializó en filología. Vaya usted a saber por dónde debía correr el oxígeno y por dónde el hidrógeno. Dice la historia aún no retocada, que se llamaba Pompeu Fabra y vivía por la España decadente y analfabeta de principios de siglo pasado, y que inventó -por decirlo en términos científicos- la nueva Gramática de la lengua catalana. Así, de un plumazo y por generación espontánea, perdíamos la hache intercalada en nuestro Mahón de toda la vida.
Una hache con cierta química.
PUBLICADO EL 22 DE AGOSTO DE 2019, EN EL DIARIO MENORCA.