Jueves. Jueves Santo sí. Semana Santa, viajes, vacaciones, ir y venir de gente. Embotellamientos en los aeropuertos, en las carreteras. Recuperación de aquella normalidad. Sí, pero no. No me atraen los viajes -y ahora menos-. No me atrae el turismo. Me gustaría recobrar mi normalidad, la tranquilidad en cualquier rincón de mi tierra, sin imposiciones, sin limitaciones. Poder acceder a cualquier rincón de Menorca sin númerus clausus. Y sin gente.
Soy egoísta. Lo sé.
¿Y quién no lo es? Al menos, no
miento como otros y lo digo sin ambages. Nos llenamos la boca de términos
medioambientales, de reserva de biosfera, de masificaciones, de limitaciones,
de crisis climática, de movilidades sostenibles, pero nadie da un paso para
reinventarse. Es más, no hay interés en
reinventarse, por muy ecologista que uno se quiera hacer llamar.
No queremos depender de las energías fósiles y demás
-o al menos esto nos dicen-. Tenemos el
viento y el sol que nos la brindan a coste muy por debajo a las del mercado, pero
no las queremos porque a algunos les causa impacto visual. La economía tampoco la abrimos a otros
mercados. Nos centramos en el turismo
invasor de carreteras y playas. Y
capeamos el temporal agachando la cabeza, haciéndonos un Sánchez, esperanzados
en que en octubre las cosas vuelvan a la normalidad.
¿Qué normalidad? ¿La normalidad de los meses de
invierno que sólo padecemos los menorquines? No hay industria. No creamos ni inventamos. Vivimos de las rentas de unos pocos que a su
vez atacamos a la más mínima ocasión.
Tampoco dejamos explotar nuevos horizontes. Vivimos de las ayudas. De los subsidios. De mendigar a propios y extraños. Lloramos e imploramos. Y a la mínima, sacamos pecho para salir en la
foto. Y hablamos en catalán, eso sí,
aunque nos cueste hacernos entender.
Volveremos a hablar de fiestas, de caballos, de
borracheras, de conciertos, de suciedad, de despilfarro. Pan y circo, decían los romanos. Me he levantado hoy un poco -bastante-
negativo. Lo reconozco. Acabo de descargarme el borrador de la
declaración de la renta, y me cabrea que tenga que mantener a tanto gobernante,
a tanto vago, a tanto maleante.
Lo sé, he jugado con el término vago y
maleante. Suena a otros tiempos. ¿Y? ¿Me van a fusilar por ello? ¿Acaso
debería cambiar el término por vividor y corrupto? Tal vez sería más moderno,
sin duda. Añadiría que se conjugase
junto y por separado. Sería más
inclusivo, seguro.