Tranquilos
que no voy a recitar frases célebres que se inscribieron en las lápidas, aunque
eso sí, muchos actos políticamente correctos
nos lo recuerden. Desde que se
inventó el término de “políticamente correcto” otro sambenito se nos ha colgado
a nuestras espaldas.
Diría que nos han colgado el término
de hipócritas si no fuera que el mismo tiene la característica de ser un
activo, mientras que la realidad es otra.
La realidad es que somos pasivos en cuanto al hecho de ejercer el
raciocinio. La frase ya lo dice: “Pensar es gratis. No hacerlo, sale carísimo”. Más que hipócritas diría yo que pecamos de
idiotas, con todas las letras y las entonaciones que queramos darle al término.
Los epitafios de entonces ya
padecían en según qué casos la hipocresía propia y la de sus familiares y
seguidores. No en vano, necesitamos un recuerdo agradable hacia lo
nuestro. Pero de los nuestros, pasamos
incluso a lo propiamente personal, intransferible, acuñado y revivido en vida;
aunque para ello, necesitemos la manipulación, la complicidad y el engaño del prójimo.
Lo revivimos continuamente en
prensa, radio y televisión. Y en cada acto público y privado. Y en el Facebook
, Twitter y demás inventos de la
sociedad moderna en la que participamos.
Ya no son epitafios sino más bien titulares de prensa, frases colgadas y
compartidas, entrecomillados….
Marchas, despidos, ceses y
jubilaciones engalanadas de hipócritas frases para que el ojo ajeno mantenga
vivo lo que difícilmente ondeará tras su marcha. Pregones a los cuatro vientos de las
excelencias de un@, mientras la memoria particular siga alimentando aquellos
desafortunadas actitudes de prepotencia y menosprecio al prójimo.
No
basta con manifestar el amor a una tierra o a una dedicación, si quienes han
convivido experiencias conjuntas, no lo ratifican. El amor, la dedicación, hay que demostrarlo
también con hechos. La declaración
colectiva no borrará aquel empujón particular ni por supuesto aquella
prepotencia para con un camarero, pongamos por caso, o aquella frase tan
desafortunada de las aguas mayores y
menores en nuestro mar. La atenuará si
cabe, pero no lo borrará de aquel disco duro inalterable.
Y la hemeroteca seguirá allí,
inalterable también. No será suficiente
un escrito o cientos alabando a un
personaje. La historia rebuscará en el
pasado y en las otras versiones. Pero para esto, el pasado necesita estar
escrito. Suplirá la amnesia colectiva
con la búsqueda de otras historias anónimas, privadas…
La
colectividad renuncia en muchas ocasiones a conocer. Necesita desconocer y ya le va bien que se
les guíe. Y es así, cuando lo publicado,
lo escrito, sea falso o media verdad, pasa a ser cierto, si no ahora, tras
décadas.
Y así nacen muchas leyendas, muchos
hijos ilustres, muchos admirados. Por
engaño y con engaño. Con y por idioteces
de sus súbditos, y ahora, por sus “políticamente correctos” conciudadanos.
Saber negar la versión oficial,
saber decir lo contrario, es también otra forma de mantener el raciocinio
sano. Otra forma de hacer terapia en una
sociedad enferma.
Una buena acción, será sólo eso, una acción. Tres malas acciones, son solo eso, tres
acciones. Y en conjunto, un saldo en
negativo. Habrá quienes esconderán la
suma total y vivirán para el recuerdo de lo positivo. Otros quienes habrán
falsificado por activa y pasiva su historia oral y con ella tambaleándose,
intentarán pasar a la posterioridad.
Otros, no necesitados de terapia, se retirarán
en un ostracismo voluntario y sobre todo, recordado y vivido. Sin duda, el mejor epitafio es el que perdura
sin necesidad de estar escrito.
PUBLICADO EL 12 SEPTIEMBRE 2013, EN EL DIARIO MENORCA.