Nunca
tomamos en serio aquella frase de que el accidente se produjo
al cruzársele un árbol en el
camino. Es excusa innecesaria, digna de
un positivo en alcohol. Tampoco
excusamos la del conductor que se encontró a toda una legión en sentido
contrario. Son válvulas de escape y sólo eso. Mentiras
piadosas, necesidades sicológicas o
mecanismos de defensa que hemos adaptado a la lista de posibles respuestas en
un trivial de fin de semana.
Y
aunque pensemos que son pocos los necesitados de árboles, la realidad nos
demuestra que son muchos más. Y ya no en borrachos, sino en todas las edades
y condiciones sociales. En vecinos,
coincidentes y demás.
En
plena infancia el alumno ya descubre que su profesor le tiene manía y por eso
mismo lo castiga o suspende. En plena
adolescencia es el jovencito que va descubriendo que sus amigos le hacen el
vacío y no quieren quedar con él. Y no
digamos ya cuando el árbol aparece en la edad adulta. Árbol, farola, banco y líquido deslizante,
vamos. Y no basta. Y eso que la mili ya ha pasado hoja, que si
no, teníamos tomo aparte.
Y
no hemos retirado los restos de la
cruzada anterior, cuando tropezamos con otra hilera que se nos cruza en el
camino. Y la mala suerte nos
acompaña. O así necesitamos
creérnoslo. Porque la buena o mala
suerte, existe si se busca. Un cúmulo de
despropósitos, un cúmulo de malas acciones, llegará un día en que topará con
una justa reacción. Aquello no será ni
mucho menos mala suerte, sino sencillamente una respuesta justa, aunque cientos
de veces, hubiera sido injusta.
Otros,
al contrario, acumularán trabajos sin
remunerar debidamente, y algún día, tras muchos reproches, alcanzarán la justa
recompensa. Tampoco será suerte. Pero
alguien necesitará siempre escabullirse bajo la respuesta del árbol que cruza
la carretera o de la manía del profesor. Y ya no digamos cuando la suerte le
favorece a uno por aplicarse en sus cometidos.
Será diana de dardos enfermizos.
Y
en la vida algunos tropiezan con árboles, farolas y demás arsenal urbano. A
otros, la vida les pone en su camino, ya
no árboles, sino dardos en busca de
diana al que clavar aquel aguijón lleno de rabia y envidia.
Pero
al final, se suele pasar factura. La
vida, los estudios, la familia, el trabajo….
Un final en que los galones se nos dan – o se les quitan- cuando a uno
se le despide, con honores o sin ellos.
Y
aún habrá quien buscará aquel árbol que se le ha cruzado, a último momento, en
el camino hacia “su” gloria.
PUBLICADO EL 24 OCTUBRE 2013, EN EL DIARIO MENORCA.