EN BOCA CERRADA NO ENTRAN MOSCAS


Merkel aparece entre sorprendida e indignada.  Como si aquello no pudiera ir con ella.  Y como  ella, muchos más.  ¿Qué se creían  del espionaje?  ¿Qué sólo se podía mirar por la mirilla a la vecina limpiando la escalera?

Los de a pie, hace tiempo que sabemos qué es el control del “Gran Hermano real” y no la parodia de la telebasura.  Y hay  ejemplos cotidianos a los que no hacemos caso y ahí están.  Escondidos tras una transacción económica, agachados delante los buscadores de Internet,  o  jugando con los mandos del satélite que nos guía por GPS, nuestros secretos ya pertenecen a esta compañía muda y sigilosa  que nos acompañará el resto de nuestra existencia.

Un pago con  Visa deja  rastro. Defines tus gustos, tu nivel de vida y tus movimientos.  Al domiciliar tus recibos en una entidad bancaria estás dejando tu perfil al alcance  de cualquier empleado de la sucursal.  Tu afiliación sindical y política -si es el caso-, tu donativo a una entidad altruista, tu hipoteca y tus descubiertos, ya no son sólo tuyos, sino que están al  alcance de muchos otros.

Y ya no hablemos cuando la información la maneja el Estado.  El borrador de la renta te devuelve al baúl de los recuerdos.  Y no digamos cuando uno deposita el voto en la urna.  Los sobres que recibimos en el domicilio, tienen premio.  Más que premio, sorpresa.  El diferente formato del sobre según cual sea la formación de origen, te identifica ante los interventores de mesa.  Y eso, lo que sabemos….


Y tampoco es que tengamos mucho que esconder.  Nuestras llamadas de móvil hace tiempo que están al alcance de cualquier radiofrecuencia.   Y las conversaciones cercanas a un interfono vigila-bebés, no digamos.  Por no decir del telefonillo de la calle o de la carta que aparece en el buzón del vecino. 

Y ya no hablemos de las conversaciones telefónicas a viva voz en medio de la calle y del perfil de las amistades de uno  en el Facebook.  O de las faltas de asistencia o la asistencia misma a clase de tus hijos, cuando la consigna dada era otra.  La compra de un periódico u otro de tirada nacional….

Dejamos rastro a cada instante y no pasa nada.  O al menos, así lo necesitamos creer para sentirnos felices.  Tan  felices que, cuando nos llega la noticia de Merkel  nos sentimos defraudados por el sistema.

E  inocentes.  Tanto, que aún nos creemos las versiones oficiales  del 23F y  de la voladura de Carrero Blanco.

Pues que espabile Merkel  y que se calle. Y que se aplique el refrán español.  ¡Que para algo los tenemos!
 
PUBLICADO EL 7 NOVIEMBRE 2013, EN EL DIARIO MENORCA