ILUMINAR LA NAVIDAD.


Calles iluminadas, árboles engalanados, escaparates en perfecto estado de revista, altavoces que prodigan el sueño navideño y felicitaciones. ¡Que no falten las felicitaciones y los buenos deseos!.  Esta sería la crónica  que nos definiría el ambiente navideño que año tras año, invade nuestras calles.  Y en nuestros hogares, mucho más todavía.

En los hogares se rasca hasta el último céntimo, para que aquella ilusión que hemos vivido desde pequeños, se transmita ahora a los retoños que en ella habitan. 
El testimonio no varía demasiado.  Si oscuros eran los tiempos, cincuenta años atrás, la tonalidad sigue siendo la misma.  El color, vino y se fue, como la tramontana, y sólo  se mantiene en las luces intermitentes del  árbol, bajo cuyas ramas se cobija un pesebre y  unas figuras hacia él orientadas.

La Navidad es mucho más.  Ayer, los hogares vistieron sus galas  y dieron entrada a la ilusión, a la esperanza, y lo volverán a hacer en  próximas  jornadas con la despedida de año, deseando que el próximo sea  el de la recuperación.

Y la recuperación cuesta. Y seguirá costando mientras la sociedad sea dirigida por quienes practican un credo muy distinto al cristiano.  Al cristiano real, claro.  Al cristiano que ocupa páginas en la historia y queda escrito en el catecismo.  No al hipócrita en que muchos se convierten para aupar portadas, telediarios y llenar sus propios bolsillos.

Y la Navidad debemos iluminarla, claro.  Con color y calor. Calor humano.  Calor solidario, sí.  Calor y color altruista.   También poniendo un rico –las cosas cambian- en nuestra mesa en cenas y comidas.  Y encendiendo luces. Muchas luces. Muchos calefactores. Muchas bombas de calor.  O al menos así me lo vendieron.  Y barato.

Tan barato que me lo enviaron por e-mail.  La compañía eléctrica de la que uno es consumidor y  pagador, me felicita la Navidad con el deseo de que la iluminemos juntos con nuestra ilusión.  ¡Y pagando yo, claro! ¡Y con subida incluida! 

¿Con qué ilusión? ¿Con la de ver que los ricos son más ricos y los pobres más pobres? ¿Con la de millones de familias en paro? ¿Con la cada vez más desorbitada cantidad de gastos  en  indemnizaciones y de corruptos que no entran ni a la de tres en una cárcel?

¿O con la ilusión de que se acabe la corrupción, que se acaben las indemnizaciones millonarias, y que se acabe el contrato precario?  Pues me quedo con estas últimas, aunque más que ilusiones, sean quimeras.

Al menos, que el deseo quede plasmado.

Felices sueños.

Bon any a tots.  
PUBLICADO EL 26 DICIEMBRE 2013, EN EL DIARIO MENORCA.

SE VENDE ESTADO


Se vende Estado, sí, y no precisamente el del bienestar ni nada que se le parezca, que éste ya lo hemos perdido.  Y sin nada a cambio.  Me refiero a tres de los pilares que aguantan aún hoy al Estado que desde pequeños hemos convivido unos, y que conquistaron los más mayores.

La educación, la sanidad y la seguridad, pilares que uno creía imposible su desmoronamiento, dan signos de caminar hacia un destino diferente  al significado que le damos en un Estado moderno.  La venta o desamortización en su día de las grandes empresas públicas –comunicaciones, bancarias, navales y eléctricas- fue señal de alerta ya no de una mala gestión en lo público, sino de un siempre presunto trato de amiguismo entre el poder gobernante y el empresariado leal.

Han pasado años, talantes y caretos, pero la filosofía sigue siendo la misma. Vender barato y aumentar costes al contribuyente. Y uno, ignorante en todo lo relacionado con la sociedad, se pregunta: si una empresa pública presenta déficit y es vendida, traspasada o simplemente concesionada a la empresa privada, y éstos aumentan el precio del producto y la hacen rentable, ¿por qué no aumenta el Estado  como propietario de la empresa, el precio del producto y se queda con el beneficio empresarial?

Las preguntas podrían seguir, enunciado tras enunciado.  ¿Qué o quiénes  están o han estado detrás de las empresas adjudicatarias?  No son jueces  ni  fiscales quienes nos responderán a la pregunta. Será, como no, el periodismo de investigación –y sólo de algún medio- quien levante  la liebre.  Y eso sí, hasta que el humo  lo difumine.

Quedarán otros dos pilares intactos, de momento.  La Justicia y la clase política.  Me imagino –la imaginación aún no declara impuestos- una justicia privada que se autoabasteciera de las sentencias dictadas.  Me imagino el aumento del importe de las multas dictadas y las negociaciones por sustituir las penas de cárcel –siempre es un coste añadido la  manutención y el mantenimiento de los recintos- por penas de multa. 

Y me imagino –aunque tal vez llegue tarde-,  una clase política privada. Una clase política que se autofinanciara por la toma de sus decisiones, sus ventas, sus compras…

Y dicho lo dicho, he dejado para el final, la mejor venta que beneficiaría a todos los españoles.  ¿Por qué no vendemos Cataluña  a los catalanes?  ¿O se la alquilamos? Se acabarían traspasos del IRPF y demás conciertos económicos.  Cataluña pagaría un alquiler anual, y tan felices. 

Y en caso de impago, los desahuciamos.
 
PUBLICADO EL 19 DE DICIEMBRE DE 2013, EN EL DIARIO MENORCA.

ITVs CASERAS


Una de las mayores satisfacciones que tiene uno al escribir en  Es Diari es que de tanto en tanto, algún lector lo pare para hacerle algún comentario.  El último proviene de una lectora, entrada ya en los ochenta y con una lucidez que muchos  jóvenes  envidiarían.  El motivo, un dos por uno, como dirían las ofertas de supermercado.

 

El uno era la siempre pendiente inspección técnica de edificios “mayores” de cincuenta años.  El otro, los recientes desprendimientos en dos centros escolares.  Y se preguntaba  por qué la administración en vez de  preocuparse  tanto de inspeccionar los edificios particulares no se preocupaba de mantener en mejores condiciones los edificios públicos, donde el número de víctimas potenciales en caso de un hipotético siniestro sería relativamente mayor.

 

La respuesta no podía ser otra que no fuera la de dar trabajo a los inspectores de la cosa –arquitectos y demás-, y por ende a los trabajadores del ladrillo. A raíz del comentario salió a colación la obligación del uso del casco y del cinturón de seguridad.  Que una cosa es velar por reducir la siniestralidad y otra muy distinta el contribuir a que el montante de las indemnizaciones de las aseguradoras disminuya.

 

 Muy distinta será el caso de  la Inspección Técnica y la obligación de asegurar los vehículos a motor, dado que la circulación de éstos en malas condiciones además de poner en peligro a su conductor y ocupantes, pone en jaque a los demás usuarios de la vía. Y en éstos estamos incluidos todos.

 

A la inspección de los edificios le ocurre lo mismo que a los conductores de mayor edad.  El percance, como en la mili, se le supone.  Otra cosa sería que tomáramos datos de estadísticas y no de  encuestas.  El peligro no está en tener delante  a un señor de ochenta años al volante, sino a un hiperactivo del acelerador, en sentido contrario. Y si además está borracho, no digamos.  Un edificio de cincuenta o más años, hecho con peón, oficial y maestría, sin escatimar materiales, puede llegar a estar en mejores condiciones que un novato  de gimnasio vespertino.  Eso sí, salvo vicios ocultos.

 

Y de vicios, los menos.  Que éstos también son culpables, a veces.  Trabajar por  presupuesto puede conllevar la disminución en  la calidad final del proyecto.  Las bajas temerarias son tan peligrosas como los abusos en las comisiones y en los superávits.  Y de momento, nadie ha inventado alguna alternativa para ser justos en el reparto. 

 

Sólo quedará una inspección técnica.  Eso sí, previa, claro.

PUBLICADO EL 12 DICIEMBRE 2013, EN EL DIARIO MENORCA.

"TREPITJA" CON GRACIA


El “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor” ya no tiene la exclusiva. Ni tan siquiera aquel desaguisado “Ciudad del Ladrillo” que apareció en un programa de fiestas. Nuestra invicta consellera de  educación y demás, las ha superado.  Y con creces, porque lo tenía escrito, y dicen, incluso leído.  Y la culpa, pues del funcionario, del traductor o de  duendecillos de  imprenta.  Freud lo achacaría  a un acto fallido o a un lapsus. Otros, a la ligereza.


Y el asunto es más grave de lo que parece.  Se refirió al informe TREPITJA en dos ocasiones y no rectificó. A la tercera - la que va la vencida- apareció  ya el informe PISA para referirse  al elevado fracaso escolar en la Comunidad.  Y eso baraja algunas hipótesis sobre el funcionamiento interno de la Consellería.  O bien le escriben los discursos o bien se los traducen.  Y peor aún, no los repasa.  ¡Y  si   los repasa, no se cerciora de lo que lee!, que es peor.


Me imagino la cara de sorpresa  que dentro de algunos cientos de años pondrá algún investigador cuando estudie  la forma de vida de los menorquines de este periodo, utilizando para el menester los medios científicos del momento –traductores de esTILo y todo- y empiece a relatar algunas vivencias que vamos dejando en los registros de comunicación social.


Me lo imagino relatando aquello de “Ya en la parte de quitando, encontramos  a varios municipios, uno de ellos, la Ciudad del Ladrillo que comparte puerto con la del Castillo y que dista  una vez de kilómetros de otra llamada Ala y Oro.  Cuando llegaba la Navidad,  los nativos  se reunían en casa de los grandes padres y comían gallo de la India. Para ello, durante todo el año, aquellos gallos eran alimentados, sueltos por las vallas, con trigo traído de la India.    Era costumbre que  cuando  a principios de la tarde llovían perros y gatos,  salir al campo y  recoger revienta-sangres, una especie de setas típicas de la roca pequeña”.


Y aunque la parrafada anterior roce el ridículo, son muchos los ridículos que guarda la historia. Ramón Muntaner  es claro ejemplo de uno  ellos con su “bona gent catalana” que aún hoy vende.  Y es que la historia la escriben los ganadores, sí, pero quienes la escriben de verdad, son los escribidores.


Y si quien escribe, erra, no digamos quien lo lee.  Trepitgi senyora consellera, però trepitgi amb gràcia.  O si lo prefiere,  pise, pero pise con garbo.    Disculpe que  no se lo diga en inglés.  En mis tiempos, el TIL no había llegado.  El catalán, tampoco.
 
PUBLICADO EL 5 DICIEMBRE 2013, EN EL DIARIO MENORCA.