RESIDENTES

El título llevará a engaño, seguro.  Ni descuentos ni ventajas, sino todo lo contrario,  y la verdad por delante. Pero no, hoy no toca hablar de nada que tenga que ver con la inoperatividad del sistema o de nuestros políticos.  O de ambos, aunque me incline por los segundos.  Además, ¿qué rentabilidad extraerían de ello, si alguien sonara la flauta y arreglara la desigualdad territorial que venimos padeciendo desde los inicios del sistema?

Hoy toca hablar de cosa más seria: los médicos residentes.  Médicos que se reparten  panel televisivo con demás series en antena, a la vez que aprenden el oficio en nuestro sistema de salud.  ¿Y por qué los médicos residentes y no los que portan barrete, por ejemplo?

Tocan a la puerta y aparece el médico de familia en visita domiciliaria.  El paciente, pasados de los ochenta, es la tercera vez en aquella semana que requiere asistencia médica.  En la primera visita a un centro hospitalario ésta se saldó con varias horas de observación tras un traumatismo craneal.  El médico residente aplicó el protocolo en toda la asistencia tanto en las pruebas como en el diagnóstico, y el informe de alta fue acompañado por una serie de recomendaciones a observar en las horas siguientes. Hasta aquí, salvo alguna omisión premeditada por el autor, son hechos reales que nada tienen que ver con la ficción.

Interpoladas entre las horas indicadas varios signos de alarma repican desde lo alto del campanario. El galeno que atiende el teléfono de las emergencias sanitarias, ordena de nuevo el traslado del paciente al centro hospitalario.  La cadena de custodia se rompe justo traspasar el burladero.  Y eso que uno va bien purificado y adecentado, ¿o será precisamente por eso, por lo de ir purificado?  Por los pelos de un calvo se salva el paciente de no retornar vía cobro revertido hacia su domicilio.  Los signos de alarma no son los mismos lleves treinta u  ochenta años de lastre. 

Sin cobro revertido pero con la regañina bien aprendida, el paciente regresa a su domicilio. 

Era la segunda, y tras la llamada a la puerta, aquel bateado blanco le receta su tercer  traslado en un año.  El paciente se resiste y plantea no acceder porque sus signos de alarma no son los de un joven de treinta años.  El bateado, insiste, asiste y comprende, pero también anima a dar el paso, y lo  motiva además: Era festivo, y las guardias, la mayoría son efectuadas por residentes. 


La práctica del protocolo estaba asegurada pues, tuviera éste treinta o  tres veces treinta.

PUBLICADO EL 12 DE ENERO DE 2016, EN EL DIARIO MENORCA.