Que el pueblo es soberano y que
todos somos iguales, nadie puede negarlo.
Otra cosa es que unos lo sean más que otros, o simplemente que algunos
–la mayoría- lo seamos menos. Pero atendiendo a la esencia, a la verdad
intrínseca y ajena a los pecados del hombre, el pueblo es soberano y sus
miembros iguales en derechos y obligaciones.
El pueblo es soberano, sí. Y sus miembros, un colectivo de lo más
variado. Ladrones, asesinos, vagos,
chapuceros, trabajadores, vividores, cultos, honrados, corruptos, solidarios,
egoístas…. De todo un poco. Y de algunos, más muchos que pocos. Pero el pueblo no se equivoca, se equivocan quienes
toman las decisiones. Y simplemente porque cobran por ello.
Y los eligen, pero no a todos. Los poderes de Montesquieu han perdido
fuelle, ganas o simplemente han quedado desfasados. El tercero en discordia va por libre, tan
libre que interpreta y pone en jaque a los restantes. Y es poder, pero no el “poder”.
De las leyes se dicen que siempre
van por detrás de la sociedad.
Retrasadas más bien. Y las leyes las hacen los hombres, la sociedad, el
pueblo. Y las infracciones las hacen los
hombres, la sociedad, el pueblo, también. Y eso ya no es retraso, sino dejadez.
Y cuando el pueblo clama justicia,
no clama un jurado popular sino una sentencia popular. Y a eso algunos le llaman calentura del momento. Cuando un pueblo clama justicia, clama
castigo y no venganza. Y cuando el pueblo pide jueces que hagan justicia no
pide hermanitas de la caridad que se solidaricen con los descarriados.
Todo para el pueblo, pero sin el
pueblo. El despotismo ilustrado sigue
ilustrando nuestras vidas. Ilustrando,
marcando, sentenciando nuestro futuro.
Son reductos de un pasado que ha marcado nuestros genes. El hombre propone y Dios dispone. Pero Dios ya no es tenido en cuenta. Sus delegados, por Obra y Gracia, se encargan
de disponer, en su nombre o en el de su pueblo.
Llegan las nuevas tecnologías y algún
día inventarán alguna máquina que dicte normas, que dicte
sentencias, que sea más justa e independiente que los propios humanos. Pero no.
Las máquinas, también las hacen los hombres. Con sus virtudes, sí. Y con sus fallos, sus intereses y sus
corruptelas.
La esperanza, será la de recorrer el
universo y en el espacio incólume encontrar aquella máquina extraviada
poseedora de la sabiduría universal.
Unos la destruirán. Otros, la manipularán. Y el pueblo, seguirá
siendo soberano, o al menos, las leyes así lo dirán. Y nos lo creeremos.
PUBLICADO EL 10 DE MAYO DE 2018, EN EL DIARIO MENORCA.