Si partimos de la definición de que un albacea es la persona encargada de hacer cumplir la última voluntad de un difunto, no me cabe duda alguna que nuestro –de cada vez más- invicto presidente del Gobierno es el albacea de Franco. Vamos, que después de cuarenta y cuatro años enterrado en el Valle de los Caídos, ha tenido que venir un presidente joven y socialista, a hacer cumplir su última voluntad.
Tres años tenía Sánchez -Pedro para más señas- cuando falleció Franco. A estas alturas no sé cómo llamarlo. Si lo llamo Caudillo o Generalísimo los unos me llamarán fascista; si lo llamo dictador, los otros me llamarán comunista. Tampoco puedo referirme a él como el anterior Jefe del Estado, porque el reciente dimitido emérito, le arrebató el título. Así que, queramos o no, Franco es su apellido y con el que todos nos entendemos –el apellido, claro-. Y el camarada Pedro es el único que ha sabido poner los puntos sobre las íes.
Ni Memoria Histórica ni ocho cuartos. Historia a secas. Ni “bona gent catalana” del presunto mentiroso Muntaner ni el “atado y bien atado”. La verdad a veces se nos la confunde con el misterio de la Santísima Trinidad, pero de hechos, sólo hay uno.
El hecho es que en el mismo año en que Franco testamentaba políticamente su sucesión, por orden de la “superioridad” se ordenaba la construcción urgente de una capilla y cripta en el cementerio de Mingorrubio, en el distrito del Pardo. De prisa y corriendo se construye la cripta, la capilla y todo lo que haga falta. Lo demás, ya es sabido.
Tras el asesinato de Carrero Blanco se elabora -por parte del gobierno de Carlos Arias- la “Operación Lucero”. Franco, dos años después del magnicidio, muere en la cama. Un lloroso –así se protocola en la Operación Lucero- Arias Navarro activa aquellos papeles encuadernados un año antes. Franco es enterrado el D+4 donde Arias ha dictaminado –en el Valle de los Caídos- : “no muere Franco, muere el jefe del Estado”. Y sobre todo, con la mosca tras la oreja: “había que contentar a los del búnker”.
En Mingorrubio descansan los restos de Carmen Polo, fallecida a finales de los ochenta. Y los de Carrero Blanco. Y los de Carlos Arias. Y muchos conocidos del franquismo como para no suponer que allí, cerca del Pardo, es donde quería reposar el caudillo de unos, el dictador de otros.
Y es ahora, y con un poco de suerte, y gracias al empecinamiento de Sánchez –Pedro para más señas-, Franco verá cumplido su último deseo: Descansar en paz.
PUBLICADO EL 6 DE JUNIO DE 2019, EN EL DIARIO MENORCA.