SÍNDROME Y FASES


Aunque  todos  conocemos el llamado “Síndrome de Estocolmo”,  a veces da la impresión de que somos ajenos a él.  Según la Wikipedia “El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo​ con su captor. Principalmente se debe a que malinterpretan la ausencia de violencia como un acto de humanidad por parte del agresor”.  Vamos, que ahora ya no nos parece tan lejano el mentado síndrome.

Retención y humanidad”, éstos habrán sido los términos que seguramente nos habrán devuelto a la realidad cotidiana.  Un juego de palabras que invocadas juntas y al unísono con las de solidaridad con el resto de españolitos y con nuestros héroes sanitarios,  dan lugar al caldo perfecto.  Y no digamos si a éstas le añadimos términos de nuevo cuño como pueden ser el cambio climático, la globalización, la sostenibilidad….

Y de las fases no digamos.  No del síndrome si no de la llamada “desescalada”; que uno se ha perdido entre tanto tramo. Si la primera que es la cero, que la segunda que es la primera, que si la inicial, la intermedia y la final…. , uno ya no sabe cuándo podrá ir al peluquero y mucho menos cuando podrá encalar la segunda residencia, si es que antes ya le han permitido ir a comprar la pintura.

Escribo este artículo el mismo sábado 2 de mayo, fecha de independencia y de valores patrios, en que el todopoderoso mando único me ha levantado el arresto domiciliario preventivo, incondicional, sin fianza y comunicado, por unas horas. Y me he resistido a hacer uso de esta condicionada libertad por eso mismo, por ser condicionada, e incluso añadiría, cuestionada.   Condicionada por el tiempo y por el espacio.  Cuestionada, desde el principio por quien suscribe - siempre he dudado que la medida esté constitucionalmente amparada dentro de  un Estado de Alarma- y ahora ya públicamente por reconocidos juristas.

Mientras unos disfrutan recorriendo  tramos del Camí de Cavalls, a pié o en bicicleta,  mientras otros pasean por las calles celebrando su porción de “recuperada” libertad, yo me posiciono ante la pantalla que rápidamente va llenándose de caracteres.  No resulta difícil alcanzar  los dos mil quinientos de éstos, cuando el sentir es sincero: Te sientes retenido en contra de tu voluntad, y precisamente por eso,  no crees padecer el síndrome de Estocolmo. 

Y  mientras duren los aplausos, no empezarán las caceroladas.  Luego,  la libertad.

PUBLICADO EL 7 DE MAYO DE 2020, EN EL DIARIO MENORCA.