Dice
el refrán que sa merda, com més es remena, més put. Y no le falta razón,
no. El domingo pasado, celebración del Día
del Libro, por eso de no perder la costumbre -que no tradición- fui en busca de
una rosa para regalar. Qué decir de mi
azotea, que siempre está dispuesta a llevarme la contraria y no descansa ni en
domingo.
Por
el camino me recuerda que el regalar una rosa, ahora mismo, es algo
políticamente incorrecto. O debería serlo. ¿Por qué regalar una rosa a una
mujer y un libro a un hombre? ¿Por qué no regalar un libro y no una rosa? ¿O
ambos? Además ¿si lo que se celebra es
el día del Libro… qué hacen las rosas allí?
La cultura, te dirán. ¿Una rosa
es cultura?
Estaba
claro que lo de regalar rosas era una costumbre -no tradición- venida de fuera,
vamos que no era algo autóctono. Una
planta invasora, nunca mejor dicho. Y
tal como están las cosas, una imposición con todas las de la ley. ¿Lo habría propuesto en su testamento el
ingeniero industrial Pompeu Fabra? ¿O estará en nuestro Estatut? Papa Noel tampoco era tradición y allí está,
destronando a Reyes y a Magos. ¿Será
porque va vestido de rojo?
Y
aquí, en cierta manera, te ves atado a una costumbre a la que tú mismo te
ataste en el pasado. Y las ataduras del
pasado se pueden romper, piensas. Pero
siempre que quieras romperlas. Y añades
que no todo lo que venga del pasado es malo. Tú mismo vienes del pasado. Y
paras de retroceder. Algunos se
molestarán y eso tampoco es bueno. Ni
conveniente -para algunos, claro-.
Insistes
en mantenerte en tus trece. Por el
camino, otra cuestión asoma. ¿Con
envoltorio y tira cuatribarradas y con la espiga dels segadors incluida,
o simplemente una rosa de las de siempre?
La respuesta te la autosirves en bandeja. Una rosa española, de las de toda la
vida. Y roja, por supuesto. Vamos, de las que no tenían en el punto de
venta.
No
de rojas, que de estas abundan, sino de las de “sin panfleto” añadido. Vamos, que se tuvo que desvestirse para
volverse a vestir. Eso sí, sin barras ni
espigas. Tal como vino al mundo, sin
aditivos.
Vuelves
a casa sin banderitas ni nada que te delate.
¿O será todo lo contrario? El haberte
despojado de las vestiduras impuestas te hace más transparente a las miradas
ajenas. Por el camino de vuelta te das
cuenta de que el coste no ha variado porque sea con o sin banderita, con o sin
barritas añadidas. El producto vale lo
mismo esté adornado o no. Al menos, no
te han cobrado más por ser española. Y
eso, ya es mucho.
PUBLICADO EL 27 DE ABRIL DE 2023, EN EL DIARIO MENORCA.