El nuevo orden mundial se está restructurando a marchas forzadas. Y no es precisamente aquel que nos vendieron los negacionistas de la Agenda 2030, ni el de la propia Agenda 2030. Va más allá. O menos. Más lógico si cabe.
Creíamos que habíamos inventado el
mundo ideal, un mundo feliz, aquel en que todos ganábamos, lleno de paz y de
armonía. Aquel mundo soñado en nuestra
infancia, pronosticado en las series televisivas, llenos de artilugios que nos
harían la comida y trabajarían para nosotros.
Pero por el camino nos olvidamos de que había otros mundos menos
felices, otras películas futuristas llenas de esclavitud, en que los derechos
desaparecían y que la riqueza seguía mal repartida. Peor repartida.
Europa no ha existido nunca como
ente. Ha seguido siendo un mercado común y una fábrica de tapones de botellas.
Nada más. Se ha dormido en los laureles
y a expensas del “sueño americano”. La
anexión de los satélites de la vieja URSS le hizo creerse poderosa, aunque la
realidad ha demostrado que ha sido todo lo contrario. Más a quien repartir, sin duda.
Nos pusimos, nos pusieron en brazos
de EE. UU. y nos olvidamos de lo más esencial.
Que todo tiene un precio, un tiempo, unos intereses. No podemos ir contra el sistema ni nadar
contra corriente, más aún si no sabemos nadar.
Europa es como Baleares, sin duda.
Existe en el mapa, pero no en sentimiento. Y así nos va a los baleares. ¿Alguien
sabe qué es sentirse balear? No somos
capaces de luchar por lo nuestro que algunos se creen más catalanes que otra
cosa. Podemos ser europeos también, como decía Antonio Ozores, pero nada más.
Palabras huecas, trabas administrativas y ganancias de algunos pocos. Y todo gracias al IVA, o al menos así nos lo
vendieron. Nos lo cobraron, más bien.
Donald Trump ya ha negociado. Trump ya ha iniciado el reparto. Su reparto. EE. UU. se queda con la influencia sobre
Sudamérica. Europa la cede en parte a
Rusia. La otra parte, depende. Depende de hasta dónde quiera llegar Putin y
hasta dónde le deje Trump.
El romanticismo ya no es moda. Ni
vende. ¿Seguiremos haciendo el amor y no la guerra? ¿Mandaremos a una flotilla
de pacotilla o haremos una caravana de bicicletas y monopatines ecológicos? ¿Será
necesario sacrificar el este de Europa para salvar al resto? ¿Volverá a decirse
que Europa empieza en los Pirineos?