JUSTICIA IGUAL PARA TODOS


Cuando en la víspera de Navidad, el jefe del Estado entró en según qué hogares  y vino a decir   aquello de que la justicia era igual para todos, se ganó  la portada en los medios y  el aplauso de los vasallos quienes, a pesar de los pesares, siguen necesitando de una monarquía que los guíe en lo universal y en lo divino.

Han pasado pocos meses de aquel titular y la jefatura del Estado no ha ganado enteros, sino todo lo contrario.  El safari en tierras lejanas ha vuelto a abrir una brecha entre éste y el populacho cada vez más sometido a los poderes económicos.  El real yerno tampoco ha opositado por la labor. 

Otro grupo de ciudadanos, quienes no rinden voluntaria pleitesía ni vasallaje al jefe del Estado, no se asombraron  por los titulares ni por los aplausos.  No podía ser de otra forma. ¿Se imaginan que el jefe del Estado pidiera un trato especial para su real yerno?  Como tampoco podía ser de otra forma, que tras la instrucción correspondiente, salieran a la luz algunos entresijos oscuros que nada favorecen ni al yerno, ni a la monarquía. 

Las lealtades tienen que ser recíprocas.  ¿Acaso alguno cree que aún existen personajes como el general Armada, que al no autorizársele el desvelar una conversación privada con el jefe del Estado, éste no la usó para  su defensa en el juicio del  23-F?

Y tampoco nos extraña cuando estos días inundan los titulares de un posible pacto entre  imputados en la trama y la fiscalía.  Como tampoco nos extraña los rumores de un siempre presunto precio puesto al silencio.  Y es que las lealtades deben ser recíprocas.  Y no lo fueron cuando uno permaneció en silencio en la primera comparecencia judicial y el segundo descargó lo habido y por haber contra el primero. Y la estrategia fue buena –de quien guardó silencio, claro-, jugando  a verlas venir.

En aquel momento, la justicia empezaba a ser igual para todos. Pero aún queda mucho camino por recorrer.  Y aunque muchos difieran, la justicia sigue siendo igual para todos –al menos, hasta este momento-.  El pacto entre los acusados y la acusación es el pan nuestro de cada día.  Es como si los recortes hubieran empezado por el Código Penal en vez de en  las nóminas de los funcionarios.  Y recortes, exagerados.

Lo vemos en las secciones de sucesos. El primer día de cualquier juicio el titular es muy claro.  El  fiscal y la  acusación solicitan entre seis  y ocho  años de prisión.  La defensa la libre absolución.  A la mañana siguiente el titular ya es un saldo.  Tras el acuerdo, los acusados son condenados a dos años de prisión  a la que no ingresarán al carecer de antecedentes.  Y esta también es la justicia que el jefe del Estado pudo pedir en su discurso de Nochebuena.

Y si no nos alarma el que un traficante de drogas quede impune, o que un chapucero con cuarenta y tantas detenciones deambule noche si y noche también, no nos debe alarmar que presuntos vividores del dinero público, puedan quedar de rositas en la calle, por esta misma justicia  a la que tanto  abogamos.

Y en cambio, lo que sí nos debería alarmar, no logra nuestra mínima atención. Es más, seguimos defendiendo una institución como menos, retrógrada.  Como diría alguno, una institución contra natura democrática.  Y eso, que ni la democracia es perfecta.

Y por eso mismo, porque la democracia no es perfecta; porque la justicia siempre es interpretable, y porque el poder así lo quiere, muchos a los que nos encantaría ver entrar en la prisión, permanecerán en exilios dorados, sufragados por nuestros impuestos y con la altivez que presuntamente les acompaña. 

Ah!, pero no se retrase en satisfacer sus impuestos, que del recargo no se libra ni el rey….. de oros.

PUBLICADO EL 10 MAYO 2012, EN EL DIARIO MENORCA.