Por llamarlo de alguna forma…., o por no llamarlo de otra. Escenas que antes nos parecerían tercermundistas o de república bananera, poco a poco van tomando cuerpo en nuestro país. Como si de bárbaro vocablo se tratara, se va introduciendo en nuestra sociedad una serie de nouvingudes rutinas que, bajo la excusa de la crisis, vamos adoptando y a la vez adaptándonos a ellas. Un ejemplo lo tenemos cuando hace de ello algunos años, cuando nadie pensaba en crisis alguna, ni desmentíamos a nuestro presi tras cada intervención y Aznar aún hablaba catalán en privado y no necesitaba de peineta alguna, en nuestra geografía, cada día y alrededor de las siete de la mañana, una decena y poco más de trabajadores se reunían a la espera de la llegada de una furgoneta.
Eran eso sí, trabajadores no nativos, como lo era el conductor y propietario de la furgoneta. Conductor, propietario, avalador de alquileres y de los turismos de segunda o tercera mano de los que proveía a sus productores. Y aquel día, como cualquier otro, la decena y poco más no entrarían en la furgoneta en cuestión. No. El ritual mantenía la incógnita hasta el último momento de aquellos interminable para ellos, cinco minutos y no más.
El dedo índice del conductor-propietario elegía al azar dedocrático los seis o siete empleados que aquella mañana necesitaba para el laboreo. Los otros, rompían filas bajo un silencio sumiso y esperarían que la suerte del próximo amanecer les diera de comer, o al menos algo con que satisfacer los alquileres y cuotas que, supuestamente claro, les había adelantado el presunto benefactor de tales individuos.
Ahora, tras la aparición de la crisis, aquella imagen ha desaparecido del panorama menorquín, y sólo en alguna subcontrata o similar del plan E, encontraremos a uno de aquellos empleados acompañado de su mentor. Eran imágenes chocantes para muchos de nosotros. Y ello sin duda, demuestra que nuestra economía iba bien.
A la vez, aquella práctica asemejaba a las que en tiempos de las peonadas se debían practicar en el sur de la península. Te imaginas el señorito de la comarca apareciendo con un Land Rower en medio de la plaza del pueblo, cerca de la fuente central, y allí, con el latiguillo golpeándose la suela del zapato, va señalando a los trabajadores del turno diario. Y te parecen escenas del pasado.
Y no lo son. No lo son porque las actuales, según se dice, son peores. El gremio de los escayolistas y yeseros en alguna zona de Andalucía, están que trinan. Más si son autónomos que traban por su propia empresa. O al menos así lo dijeron algunos de ellos. Ya no basta encontrarse de alta como autónomo y tener calificación laboral para ejercer la profesión. Ahora, se impone la ley de los contratos a puerta. A la puerta de la obra, se entiende.
El razonamiento es sencillo. El trabajo hay que compartirlo. Hoy tú, mañana yo. O mejor aún, hoy yo, y mañana ya veremos. Y según denunciaron algunos escayolistas, la táctica es sencilla. Un grupo, cinco, seis, diez, armados eso si, con el correspondiente carnet, acuden a la obra –cualquier obra- y exigen que se les de trabajo. La supuesta, presunta y malintencionada por parte de uno, coacción, da sus frutos y el contratista del momento los contrata por la jornada y a los, por llamarlos de alguna forma, titulares del derecho, de patitas a la calle. Sin indemnización, sin nada que los ampare al ser autónomos.
Y es que al trabajo ya no se le mide por la calidad, sino por la necesidad. Como si Stalin y demás soviéticos dirigentes invadieran nuestra España. Como si Fidel Castro o algún que otro dirigente de país no democrático –por no llamarlo dictadura- ganara las elecciones que tanto teme nuestro hasta ahora, invicto nieto del capitán Lozano.
Y de ganar las elecciones, al pasar de nuestros problemas. Uno ya pensaba en no asombrarse de nada, pero aún vuelve el asombro. Ahora resulta que el Gobierno dará marcha atrás momentáneo al tema de la jubilación a los sesenta y siete años, porque teme repercusiones negativas en las próximas elecciones. Y que serán en la próxima legislatura cuando salgamos de dudas. Mientras tanto, eso sí, hay que aumentar los planes de pensiones y alimentar a la banca. Y si es posible, imitar la mísera aportación mensual de sus señorías. Mísera mínima de seiscientos euros. ¡Vaya, quien pudiera! Porque ya saben… que luego saldrá Alfonso Guerra y nos arengará de que si gana la derecha, nos quitarán las pensiones…..
Y lo vergonzante ya no es el aplazamiento sino el motivo. Zapatero viene a decir que prioriza el no perder el estatus de presidente del Gobierno, antes que tomar una medida que a la larga puede y debe favorecer al ciudadano medio español. Y a varias generaciones de ellos. O eso, o nos miente en lo otro.
Tal vez, alguna mañana, nos encontrará frente al palacio de la Moncloa, o ante algún que otro ministerio, para exigir poder trabajar como titular de alguna cartera. Como estos mismos escayolistas en busca de un empleo. ¿Quién notaría el cambio?.
Porque, si tenemos que volvernos comunistas, nos volvemos todos. Como en el matrimonio, para lo bueno y para lo malo….. Aquí en cambio diríamos, para lo malo y para lo peor….
Eran eso sí, trabajadores no nativos, como lo era el conductor y propietario de la furgoneta. Conductor, propietario, avalador de alquileres y de los turismos de segunda o tercera mano de los que proveía a sus productores. Y aquel día, como cualquier otro, la decena y poco más no entrarían en la furgoneta en cuestión. No. El ritual mantenía la incógnita hasta el último momento de aquellos interminable para ellos, cinco minutos y no más.
El dedo índice del conductor-propietario elegía al azar dedocrático los seis o siete empleados que aquella mañana necesitaba para el laboreo. Los otros, rompían filas bajo un silencio sumiso y esperarían que la suerte del próximo amanecer les diera de comer, o al menos algo con que satisfacer los alquileres y cuotas que, supuestamente claro, les había adelantado el presunto benefactor de tales individuos.
Ahora, tras la aparición de la crisis, aquella imagen ha desaparecido del panorama menorquín, y sólo en alguna subcontrata o similar del plan E, encontraremos a uno de aquellos empleados acompañado de su mentor. Eran imágenes chocantes para muchos de nosotros. Y ello sin duda, demuestra que nuestra economía iba bien.
A la vez, aquella práctica asemejaba a las que en tiempos de las peonadas se debían practicar en el sur de la península. Te imaginas el señorito de la comarca apareciendo con un Land Rower en medio de la plaza del pueblo, cerca de la fuente central, y allí, con el latiguillo golpeándose la suela del zapato, va señalando a los trabajadores del turno diario. Y te parecen escenas del pasado.
Y no lo son. No lo son porque las actuales, según se dice, son peores. El gremio de los escayolistas y yeseros en alguna zona de Andalucía, están que trinan. Más si son autónomos que traban por su propia empresa. O al menos así lo dijeron algunos de ellos. Ya no basta encontrarse de alta como autónomo y tener calificación laboral para ejercer la profesión. Ahora, se impone la ley de los contratos a puerta. A la puerta de la obra, se entiende.
El razonamiento es sencillo. El trabajo hay que compartirlo. Hoy tú, mañana yo. O mejor aún, hoy yo, y mañana ya veremos. Y según denunciaron algunos escayolistas, la táctica es sencilla. Un grupo, cinco, seis, diez, armados eso si, con el correspondiente carnet, acuden a la obra –cualquier obra- y exigen que se les de trabajo. La supuesta, presunta y malintencionada por parte de uno, coacción, da sus frutos y el contratista del momento los contrata por la jornada y a los, por llamarlos de alguna forma, titulares del derecho, de patitas a la calle. Sin indemnización, sin nada que los ampare al ser autónomos.
Y es que al trabajo ya no se le mide por la calidad, sino por la necesidad. Como si Stalin y demás soviéticos dirigentes invadieran nuestra España. Como si Fidel Castro o algún que otro dirigente de país no democrático –por no llamarlo dictadura- ganara las elecciones que tanto teme nuestro hasta ahora, invicto nieto del capitán Lozano.
Y de ganar las elecciones, al pasar de nuestros problemas. Uno ya pensaba en no asombrarse de nada, pero aún vuelve el asombro. Ahora resulta que el Gobierno dará marcha atrás momentáneo al tema de la jubilación a los sesenta y siete años, porque teme repercusiones negativas en las próximas elecciones. Y que serán en la próxima legislatura cuando salgamos de dudas. Mientras tanto, eso sí, hay que aumentar los planes de pensiones y alimentar a la banca. Y si es posible, imitar la mísera aportación mensual de sus señorías. Mísera mínima de seiscientos euros. ¡Vaya, quien pudiera! Porque ya saben… que luego saldrá Alfonso Guerra y nos arengará de que si gana la derecha, nos quitarán las pensiones…..
Y lo vergonzante ya no es el aplazamiento sino el motivo. Zapatero viene a decir que prioriza el no perder el estatus de presidente del Gobierno, antes que tomar una medida que a la larga puede y debe favorecer al ciudadano medio español. Y a varias generaciones de ellos. O eso, o nos miente en lo otro.
Tal vez, alguna mañana, nos encontrará frente al palacio de la Moncloa, o ante algún que otro ministerio, para exigir poder trabajar como titular de alguna cartera. Como estos mismos escayolistas en busca de un empleo. ¿Quién notaría el cambio?.
Porque, si tenemos que volvernos comunistas, nos volvemos todos. Como en el matrimonio, para lo bueno y para lo malo….. Aquí en cambio diríamos, para lo malo y para lo peor….
PUBLICADO EL 21 MARZO 2010, EN EL DIARIO MENORCA.