CUATROCIENTAS RAZONES

A algunos les parecerán pocos, a otros insuficientes. Pero el problema no son los presentes, sino los ausentes. Lejos están de aquellos miles que se manifestaron por la defensa del territorio o por el transporte aéreo, pero los números no fallan. Ahora sólo falta saber el porqué.

Y la respuesta la encontraríamos muy por seguro en la falta de implicación de los políticos. Porque el populacho es el que es, y no más. Si descartamos a toda la población ya jubilada y la que está en proceso… si además descartamos a la que está en paro o que aún no se ha iniciado en esta búsqueda, y si además añadimos a los que esto de la jubilación les suena muy lejos, son pocos los que realmente puede que les preocupe dos o más años de condena.

Una condena que no será tal, sino simplemente una disminución en los ingresos. O al revés, un aumento en la picaresca, o en las bajas laborales, o en el menor rendimiento. Hasta que el ciclo haga entrar en razón a unos y otros, y las cosas vuelvan a normalizarse. Una, dos generaciones perdidas. Unas decenas de años perdidos, por culpa de la negación en cuanto al acertijo de la crisis.

Ya no será el nieto, sino el biznieto de otro capitán Lozano o como se llame el del momento, quien tendrá que reconducir las marchas forzadas contra natura social. Contra años y años de bienestar del sector más desfavorecido. Y es que los políticos eran parte ausente. Parte activa ausente.

La duda cierne sobre las mentes. ¿Cuántas razones hubieran salido a la calle si la amenaza hubiera provenido de otro color? Y el color es albino, o anónimo. Vaya uno a saber. Ni los unos ni los otros son capaces de liderar reacción alguna. ¿Acaso esperan a las urnas para jugarse nuestro futuro? ¿Acaso seremos tan inocentes, como para no darnos cuenta de su jugada?

Aquellas cuatrocientas razones al menos dieron testimonio de que el futuro no es el merecido, ni el esperado, ni el trabajado. Cinco millones de españoles y asimilados tampoco se merecen su destino. Y tampoco dan razones, tampoco alzan la voz contra el nieto del capitán Lozano, ni sus mosqueteros. Tampoco levantan voz sus contrarios. Aferrarse a la negación, no es desbloquear. Y es que el campus está dividido, muy dividido.

El empresario actual vota ambiguo. El trabajador también. Hasta ahora, para la joven memoria no había estratos definidos, ni clases predefinidas. Poco a poco el castillo de naipes se desmorona. Poco a poco, aquellos sueños vuelven a la realidad fabricada por quienes necesitan diferenciar, distanciarse de los demás. Es el síndrome de la ratonera que nos afecta por la incomunicación aérea. Es el gueto que nos vamos fabricando con la pasividad que nos identifica como populacho. Sin sangre, sin espíritu, sin fe.

Sin razones que nos muevan a luchar por lo nuestro. Y difícilmente será nuestro si no lo vivimos como tal. Cuatrocientas razones salieron a la calle para exigir un respeto adquirido. ¿Cuántas razones se expondrían si hubiera una urna dispuesta a escuchar aquellas mentes que no fueron capaces de movilizar sus extremidades?

Cuatrocientas razones son muchas para unos. Pocas para otros. Insuficientes para todos. Faltan miles de razones para alcanzar comparaciones multitudinarias. Más que razones…...
PUBLICADO EL 7 MARZO 2010 EN EL DIARIO MENORCA.