Cuando la pomada era desconocida como tal, existía eso sí, el gin y la limonada por separado, como en Ciutadella, vamos. El gin era para los adultos y con aguante, y la limonada, naranjada y cola, para los más menudos. Pero ni de gin ni de refresco se hartaba uno, porque nunca –casi nunca- se llegaba al final. Los adultos porque el límite de aguante era menor, y los menudos de las casas, porque no había necesidad ni te la daban, de engordar gases por el mero hecho de ingerir líquidos.
Cuando la pomada aún era desconocida, existía ya el cubalibre –como bebida, no como realidad social de aquel país caribeño-, pero no lo adoptamos como nuestro, o al menos no llegó a institucionalizarse.
Mis recuerdos de la niñez se escriben sin pomada. Eran otros tiempos. Lejanos ya. Y sin casi nada que decir. Tendría que recurrir a los programas de festejos de aquellos años para recuperar mi memoria histórica –por antigua, no por desagradable-, o al menos intentarlo.
¿Y qué recuerdos puede tener un chaval de aquellos tiempos? Pues los que han perdurado en el tiempo, sin duda. El repique de campanas y el disparo de morteretes. ¡¡¡Y los gigantes y cabezudos!!! Más cabezudos que gigantes… -aún no existían nuestros Pere ni Gràcia, ni tampoco había nacido en Miquelet por muy salero que sea uno.
¡Y qué miedo nos daban los cabezudos! Y eso que aún no eran Capgrossos…. Aquellas cabezas que paseaban el plumero con el que atizar a más de uno, con el ornamento de demonios, cómicos y toros –y eso que nadie aún se le había ocurrido prohibirlos- daban miedo a la chiquillería que esperaba la salida de los mismos. Y los acompañábamos en su recorrido como si del flautista de Hamelin se tratara.
Y como no, los caballos de la fiesta, de la colcada. Caballos que sólo saltaban y sobre todo, paseaban. Ni bailaban ni caminaban erguidos como hoy en día. Ni niños ni mujeres participaban en la misma –al menos en esto hemos mejorado-. Y el número de ellos, reducido. Eran caballos de labor y gente que vivían para y por el campo. Trajes modestos, como toda la fiesta. Eran tiempos de crisis perenne, y pese a ello, eran tiempos felices.
La feria, otro referente para la niñería del momento (tiros, autos de choque y tómbolas, y las novedades anuales que la harían llamativa) se ubicaban en la Explanada y a veces en la recién estrenada Avda. Menorca. Y los juegos de artificio también en la siempre plaza de la Explanada. Y la traca, que ponía el punto y final a la fiesta.
Y las fiestas eran el siete y el ocho de septiembre, víspera y festividad respectivamente de la Virgen de Nuestra Señora de Gracia, a quien honramos la fiesta. La del día nueve en el puerto, aún no tenía necesidad de ser: ¡¡No había tanto negocio de bares en el puerto!!.
Y eran las fiestas eso sí, de Nuestra Señora la Virgen de Gracia, como pueden ser las de Sant Joan, las de San Martí , Sant Jaume , San Lorenzo, San Bartolomé y cuántas otras fiestas patronales que se celebran en el resto de geografía insular. ¿Se imaginan la fiesta de Joan en Ciutadella, la de Martí en Es Mercadal, la de Jaume o Tiago en Es Castell? Tampoco necesitábamos pregonar las fiestas con algún conocido televisivo. Nuestras fiestas de entonces eran lo suficiente conocidas para nosotros que no necesitábamos de descorcho alguno.
Han pasado los años, hemos ampliado días y fiesta, hemos masificado actos y hemos mejorado muchas cosas. Eso sí, deberíamos, como no, haber sabido poner freno a otras, al alcohol, por ejemplo. Al alcohol entre los más menudos, principalmente.
¿Habrá sido la pomada la causante del aumento del consumo de alcohol entre la chiquillería en nuestras fiestas patronales?
¿Habrá sido la pomada un factor, del cambio producido en las fiestas?
Cuando la pomada aún era desconocida, existía ya el cubalibre –como bebida, no como realidad social de aquel país caribeño-, pero no lo adoptamos como nuestro, o al menos no llegó a institucionalizarse.
Mis recuerdos de la niñez se escriben sin pomada. Eran otros tiempos. Lejanos ya. Y sin casi nada que decir. Tendría que recurrir a los programas de festejos de aquellos años para recuperar mi memoria histórica –por antigua, no por desagradable-, o al menos intentarlo.
¿Y qué recuerdos puede tener un chaval de aquellos tiempos? Pues los que han perdurado en el tiempo, sin duda. El repique de campanas y el disparo de morteretes. ¡¡¡Y los gigantes y cabezudos!!! Más cabezudos que gigantes… -aún no existían nuestros Pere ni Gràcia, ni tampoco había nacido en Miquelet por muy salero que sea uno.
¡Y qué miedo nos daban los cabezudos! Y eso que aún no eran Capgrossos…. Aquellas cabezas que paseaban el plumero con el que atizar a más de uno, con el ornamento de demonios, cómicos y toros –y eso que nadie aún se le había ocurrido prohibirlos- daban miedo a la chiquillería que esperaba la salida de los mismos. Y los acompañábamos en su recorrido como si del flautista de Hamelin se tratara.
Y como no, los caballos de la fiesta, de la colcada. Caballos que sólo saltaban y sobre todo, paseaban. Ni bailaban ni caminaban erguidos como hoy en día. Ni niños ni mujeres participaban en la misma –al menos en esto hemos mejorado-. Y el número de ellos, reducido. Eran caballos de labor y gente que vivían para y por el campo. Trajes modestos, como toda la fiesta. Eran tiempos de crisis perenne, y pese a ello, eran tiempos felices.
La feria, otro referente para la niñería del momento (tiros, autos de choque y tómbolas, y las novedades anuales que la harían llamativa) se ubicaban en la Explanada y a veces en la recién estrenada Avda. Menorca. Y los juegos de artificio también en la siempre plaza de la Explanada. Y la traca, que ponía el punto y final a la fiesta.
Y las fiestas eran el siete y el ocho de septiembre, víspera y festividad respectivamente de la Virgen de Nuestra Señora de Gracia, a quien honramos la fiesta. La del día nueve en el puerto, aún no tenía necesidad de ser: ¡¡No había tanto negocio de bares en el puerto!!.
Y eran las fiestas eso sí, de Nuestra Señora la Virgen de Gracia, como pueden ser las de Sant Joan, las de San Martí , Sant Jaume , San Lorenzo, San Bartolomé y cuántas otras fiestas patronales que se celebran en el resto de geografía insular. ¿Se imaginan la fiesta de Joan en Ciutadella, la de Martí en Es Mercadal, la de Jaume o Tiago en Es Castell? Tampoco necesitábamos pregonar las fiestas con algún conocido televisivo. Nuestras fiestas de entonces eran lo suficiente conocidas para nosotros que no necesitábamos de descorcho alguno.
Han pasado los años, hemos ampliado días y fiesta, hemos masificado actos y hemos mejorado muchas cosas. Eso sí, deberíamos, como no, haber sabido poner freno a otras, al alcohol, por ejemplo. Al alcohol entre los más menudos, principalmente.
¿Habrá sido la pomada la causante del aumento del consumo de alcohol entre la chiquillería en nuestras fiestas patronales?
¿Habrá sido la pomada un factor, del cambio producido en las fiestas?
PUBLICADO en el número del mes de SEPTIEMBRE de 2010, en EL BULLETÍ DEL CENTRE DE PERSONES MAJORS. Area de Acció Social. Consell Insular de Menorca