DE LEALTADES, INFIDELIDADES Y OTRAS GAITAS

En una relación además de química hace falta una cierta dosis de complicidad. Y si a estos, añadimos el dar y recibir de Erich Fromm, pues mucho mejor. Pero las lealtades de antaño ya no son las de nuestros días. La sociedad cambia o al menos la hacen cambiar y lo que en una época era premisa indiscutible, en la actualidad no pasa de ser una mojigata de antaño. Ni patria, ni maestro ni patrono. La escala de valores ha transformado nuestros ídolos y nuestras lealtades tienen precio, tasas e impuestos. Y a pesar de ello, aún existen.

Lo vimos en la caja tonta la noche del domingo. Y en la mañana del lunes. Y al mediodía. Y por la tarde. Lo oímos por boca de Pajín, de Alonso y de alguno más que se resisten a lanzar la primera piedra. Son lealtades bajo precio. O con precio. Cuando Tomás Gómez, o la vieja guardia de los socialistas madrileños dijeron “no” a la candidata impuesta por Zapatero, abrieron una brecha que nadie antes se había osado plantear. Y es que las lealtades están a ambos lados.

Pero hoy no quiero hablar de política, al menos de la madrileña. Hoy me inspira el recuento de empresas que han cerrado. Y más que recuento, el cuento que algunas aún activas, llevan consigo. Y voy hablar por boca propia, por experiencia vivida, vamos. Y no lejana. Son recopilaciones jóvenes, con menos de dos semanas de vida, y en tres ejemplos distintos.

Primer día de autos. Un supermercado cualquiera, con nombre y apellidos. El cliente se encuentra un producto de cosmética etiquetado con la palabra de “oferta”. Y aunque no se encuentre en temporada de rebajas, en la misma se encuentra tachado el precio anterior, un euro más barato que la oferta. Uno, ignorante de la política de empresa y de las promociones de marketing, duda en solicitar cita al oculista o al psiquiatra: ¿será un ilusión óptica o una mala jugada de la psico?

Segundo día de autos. Recuperado de la primera impresión, acudo a otro supermercado, también cualquiera, exceptuando al mencionado en párrafo anterior. Al proceder a envolver para regalo unos juguetes recién comprados, descubro tras la etiqueta de su precio actual, la primitiva. La inflación sufrida ronda un treinta y tantos por ciento. Y luego hablan de crisis !!!

Tercero y último día de autos. Acudo a una entidad bancaria de la que soy cliente, súbdito o pagano. Uno ya no sabe cómo tildarse ante tanta superioridad. Hago un amago de retirar la nómina para volver luego con ella, a fin de ganar uno de estos regalos que te ofrecen por llevar la nómina a la entidad. Los hay de todos colores, tamaños y precios, sólo depende de la entidad a la que rindas vasallaje. Me advierten que esto no cuela, que el registro informático no admite tales chanchullos…. ¡quien habla de chanchullos!. La entidad sólo admite a impolutos. Tampoco intentan detener la retirada. Los mileuristas no contamos sino para cobrarnos comisiones.

Podría haber agregado un cuarto caso, que aún espera noviembre para dar el siguiente paso. Me refiero al seguro de automóvil, que comparando compañías, adquiriré a un cuarenta por ciento más rentable. Y no intentaré negociar tampoco. ¿Acaso se han preocupado en ofertarme un producto más económico? ¿Y la telefonía? ¿Y ….? ¿Por qué no hacer una huelga general de consumidores?

He aprendido la lección. Ha sido una semana intensa, pero fructífera. En tres ocasiones he topado con el capitalismo en su fase más deprimente. He sido ignorado por unos y por otros. Más que ignorado, ninguneado. Como a tantos otros. He aprendido que no me debo a ninguno de estos mastodontes que se llaman empresarios sin escrúpulos. Prefiero eso sí, aquel contacto personal con el vendedor de toda la vida, con quien te conoce de tu barrio y con quien confías plenamente. Pero mi lealtad seguirá teniendo un precio.

Un precio que ni me lo puede ofrecer una entidad bancaria impersonal ni un supermercado en el que eres un código de barras. Tampoco me lo puede brindar un comercio que infla los precios por sufragar las pérdidas de quienes dejen de acudir por las excusas culposas de crisis, estacionalidad y demás.

¿A quién debo lealtad o fidelidad? Sencillamente a quien me demuestre su complicidad, su respeto y por supuesto, al mejor postor aunque se trate de un precio virtual: el precio de la confianza.

De momento una nómina mileurista se deja querer. Luego vendrán las infidelidades manifiestas, públicas y notorias. Y poco me importará si en la lista de aquellos que echan el cerrojo se encuentran nombres de los que han inflado precios y ninguneado a los clientes. Otra cosa serán sus empleados. Únicas víctimas sin duda de tanta mala gestión orquestada.
Y es que la crisis sólo existe para los bolsillos mileuristas. Para algunos empresarios, para algunos dirigentes, para algunos otros, sólo reside en su cabeza. Como la lealtad. Y la infidelidad, vamos.
PUBLICADO EL 6 OCTUBRE 2010, EN EL DIARIO MENORCA.