A
falta del uno y de que la secuencia continuara con el once, diríamos que el
título de hoy se refiere a los números primos.
Pero hoy no toca hablar de matemáticas, aunque sí de números.
El
pasado jueves, festividad de los trabajadores, los titulares arrancaban con la
noticia de unos salarios a tres euros la hora. Seguía la noticia de que los
sindicatos no tenían constancia, pero que de tenerla, no dudarían en denunciarlo. Uno se exalta. Dos se revelan. Tres, un desastre.
A
la par, comparas datos del mercado y todos nos fijamos en los sueldos que dicen
se pagan a quien limpia la escalera de la comunidad del vecino. De diez a doce
euros la hora. Uno hace cuentas y si esta persona trabajara durante ocho horas diarias cinco días a la semana, al
final de mes tendría un beneficio neto –y en algunos casos, libre de impuestos-
de ¡más de mil seiscientos euros!
Y
las cuentas a uno no le salen. Pone la
nómina sobre la mesa, empieza a dividir, y aquello no cuadra ni a la de tres.
Volvemos
al plano legal y nos remitimos al salario mínimo. Veintiún euros al día. Seiscientos cuarenta y
cinco al mes. O cinco euros la hora para los trabajadores del hogar. Sacamos calculadora y de una nómina de un
reponedor que se endose mil euros por cuarenta horas semanales como mínimo, nos
sale una cuantía máxima de mil pesetas la hora trabajada.
Seis
euros la hora y casi el doble del
salario mínimo. Si bajamos un euro la hora, nos salen ochocientos euros
mensuales, salario éste que también se endosan muchos hogares. Y entra dentro
de la legalidad. Y ya que tenemos la
calculadora en la mano, multiplicaremos estos míseros presuntos tres euros por
el cómputo de horas mensuales y obtendremos los cuatrocientos ochenta euros del
ala. Sesenta más que el subsidio. Y si
mísero uno, mísero el otro.
Pero
la diferencia no debemos buscarla en los sesenta euros. La diferencia
deberíamos buscarla en lo que de verdad se endosa el empresario, el
subcontratista, la empresa intermedia e intermediaria y cuantos participan en
el proceso sin necesidad de ensuciarse las manos.
Y
de estos hay muchos. Demasiados. Como
demasiados son los que engordan las cámaras representativas, y demasiados
gordos los emolumentos de quienes la componen.
Se niegan a recortar número, pero ¿se negarían también a recortar
emolumentos? ¿Qué dirían si cobraran el
salario mínimo interprofesional?
¿Se
sentirían como unos primos?
¿Llamarán
al primo de Zumosol?
Al
final, todo queda en familia. O entre amigos. O entre ambos.
PUBLICADO EL 8 DE MAYO DE 2014, EN EL DIARIO MENORCA.