HUNDIR LA FLOTA

¿Quién no ha jugado a hundir la flota alguna vez en su vida?  O a los barcos cuando el único material necesario era hoja de papel cuadriculado y un lápiz. Y se jugaban en clase, en el recreo de un día lluvioso o por la ausencia del profesor de turno.  

Al comercializarse, estos juegos se convirtieron de mesa y entraron en los hogares mucho más sofisticados y por supuesto, más caros.  Con los ordenadores apareció el de las minas, con similitud al de la flota, y con las tablets, éste ya quedó finiquitado y sus señorías se decantaron por el Candy Crush.

Pero estos últimos meses parece que los barquillos y los acorazados volvieron  a la Carrera de San Jerónimo.  Se trataba de mandar pepinazos al contrario.  De diezmarlo en lo posible o de tenderle la mano, según fuera el contrincante de turno.  El enemigo común, uno ya no sabe si era el PP o simplemente Rajoy.  Al menos, Rajoy era diana de unos y de los otros.  De todos, vamos.  Hasta Aznar participó en este juego de tronos, perdón, de barcos.

Y le salió caro.  Abrió la boca y algunos papeles salieron en prensa.  No precisamente de Panamá, sino del fisco.  Y allí estamos de nuevo.  Con cita previa para junio, con paga extra en el bolsillo y el sobre en la urna. 

Y España va bien.  Al menos, hemos sobrevivido varios meses con un gobierno en funciones y con un parlamento sin pena ni gloria.  Con más pena que gloria, podríamos decir.  De espectáculo vamos.  Al menos, estos meses de subsistencia habrán servido para demostrarnos el ADN de cada cabecilla.

Un Rajoy que ha jugado estratégicamente bien, para llegar al próximo asalto.  Otra cosa es que sepa y pueda jugar la prórroga en las mismas condiciones. Y con el mismo resultado.  Un Pedro Sánchez que demostró que sería capaz de vender su alma –y el del resto de españoles- al diablo por conseguir ser presidente.  Un Albert Rivera que quiso ser y aparentar, pero perdió el aliento para el próximo encuentro.  Y poco más.  Al resto, el currículum ya lo avalaba.

Asalto, prórroga o penaltis, nadie apuesta  porra alguna.  La abstención, la vuelta del votante ausente, la ausencia del hartado y la vuelta del tránsfuga puede mantenerlo todo igual o simplemente dar un vuelco a los intereses de cada uno. 

El ensayo general ha terminado. El entrenador, el director musical y escena ya conocen los límites.  El que se repitan los fallos, ya será culpa suya y de los actores-jugadores.   Los espectadores, sólo silbarán o aplaudirán.  La entrada ya la han pagado.


Y los tomates, también.

PUBLICADO EL 5 DE MAYO DE 2016, EN EL DIARIO MENORCA.