O
con lacito, mejor aún. Debo confesar que
me da la sensación de que algunos de esos que ondean las esteladas y llevan los lacitos amarillos
son unos cracks. Unos cracks de la
provocación, claro está. Y eso que ni
ellos mismos se ponen de acuerdo. La senyera, queda proscrita y olvidada. La
cubana y portorriqueña la que más,
aunque de tanto en tanto aparece la roja de la CUP y la verde ecologista y
animalista. Y ya no digamos la reminiscencia de la negra. Ahora sólo faltará la de fondo azulgrana por
aquello de hacer país.
Hacer
país que no patria, aunque a estas alturas qué más da. La memoria nos ha
devuelto estos días a la gran mentira que
se fraguó tras los atentados islamistas de las Ramblas y Cambrils. España ya no tan solo les robaba sino que
incluso el CNI mantenía contactos con el presunto cabecilla. Esa parecía ser la
consigna. Suerte también, que los Mossos
estaban allí para investigarlo y arreglarlo todo. Negaron también lo evidente, lo publicado y
lo dicho por Europa y la CIA. Ahora, un
año después, resulta que presuntamente fueron esos mismos Mossos quienes
ocultaron la información.
Igual
pasó con la víspera del 1-O en que presuntamente también, algunos mandos de
estos mismos Mossos, con su presunta no acción hicieron que la historia se
escribiera de una forma y no de otra. Me
imagino la versión de Muntaner sobre la conquista de Menorca. ¡Cuántas mentiras deberán ser reescritas!
Mi
memoria, ya no la histórica sino la más reciente, me devuelve al año pasado, en un encuentro
navideño, en que un portador del dichoso lazo amarillo -¿por qué amarillo?- se
me acercó con aire victimista-provocador.
Y lo peor del caso es que es un mahonés afincado desde hace años en
Cataluña –vamos un forastero en tierras catalanas-. Su provocación chocó con el pasotismo pasivo
mío, más bien por aquello de saber estar, que no por querer ser políticamente correcto.
Porque
eso de ser políticamente correcto es lo que no entienden estos fanáticos
promotores del lazo amarillo. Especie invasora de la naturaleza menorquina,
dirían los proteccionistas del medio ambiente insular si fuera otro el color
elegido. Algunos, se creen presuntamente
poseedores de la verdad, como se lo debieron creer dictadores del primer tercio
del siglo pasado. Y es más, juegan, presuntamente claro, con el engaño a su
propio pueblo, a sus propias gentes. A sus propios administrados y votantes.
Tal
vez no sea algo infeccioso, sino solo un gen defectuoso. Un gen, amarillo, por supuesto.
PUBLICADO EL 23 DE AGOSTO DE 2018, EN EL DIARIO MENORCA.