¿COCHE O POLÍTICO?

Nunca había comprado un coche nuevo. Siempre había ido con uno de segunda mano. Cuando fui a un concesionario a comprar el actual –y de eso ya hace seis años- aún pensaba que comprar un coche era como ir al supermercado, elegir el producto, pasar por caja, y a tu casa con él. Pero no. Allí descubrí que el producto que buscas no siempre existe, y que el tiempo de envío varía según la demanda y la disponibilidad que haya en el momento.

Vamos, que piensas que llegaría más rápido si lo pudieras comprar por Internet –y ya no digamos que incluso más barato-. Pero hoy no va el tema de coches, sino de políticos. Escribo esta columna en plena jornada anacrónica de reflexión. Y la verdad es que entiendo que haya gente que le cueste decidirse por una u otra candidatura y más, cuando de sobres hay varios y papeletas muchas.

Con los coches pasa lo mismo, pero al menos vienen con contrato de compra venta y garantía. Incluso si te lo montas bien, puedes devolverlo y cambiarlo por uno de nuevo. Con los políticos, todo lo contrario. Los eliges una vez y los tienes que aguantar cuatro años, sin garantía ni mecánico que le haga una previa. Y a los cuatro años, en vez de pasar la ITV, te ponen delante la urna para que elijas otro de nuevo. Eso sí, te ofrecen la posibilidad de comprar la misma marca y modelo. Y tú decides si repites, si cambias de marca o si de golpe y porrazo te has vuelto sostenible y adquieres una bicicleta.

La elección de un coche también necesita de reflexión. No una, sino varias jornadas. Comparas características, recabas información y aceptas opiniones. Al final uno más o menos sabe lo que quiere, como en la política, vamos. Pero también intervienen factores como el combustible, el precio, el color, las comodidades, los avances tecnológicos…

En el político, ni el precio ni el color los tienes asegurados. Por un momento habías pensado que habías elegido uno de color rojo y cuando lo tienes en casa parece más morado que anaranjado. Y ya no digamos si el que elegiste fue uno de azul, y resulta que cuando lo observas ves que se te ha vuelto turquesa. Y del precio mejor no fijarse, que de esta, te coge un infarto.

Infarto o depresión, lo cierto es que siempre somos los lacayos quienes pagamos el pato. Pagamos las campañas electorales, las papeletas, los sobres, y todo eso, para luego pagar los sueldos, dietas, móviles y taxis de quienes van a decidir qué porcentaje nos subirán de impuestos y cuanto nos van a quitar de las nóminas.

PUBLICADO EL 30 DE MAYO DE 2019, EN EL DIARIO MENORCA.

PROCRASTINACIÓN

Cuando salió la ministra por la televisión y nos regañó, pensé que algo gordo habíamos hecho. La suerte fue que generalizó y la regañina iba dirigida a todos los españoles. Dejo aparte la ironía de preguntarme si en el término “españoles” la ministra también pensaba con los catalanes o los dejaba fuera del contexto. La verdad es que uno hace tiempo que ya no se fía de los políticos, y cuando hay intereses de investidura, menos aún.

Unos días después de la puesta en escena de la regañina en funciones, escucho en una tertulia radiofónica el vocablo que encabeza el escrito de hoy. ¡Ahora sí que la hemos liado gorda!, pensé al oír tan estrambótico término. Por un momento mi pensamiento fue que nos iban a castrar a todos y santas pascuas. Pero no, por suerte aquel vocablo no era tan drástico. Simplemente se refiere a posponer o aplazar tareas, responsabilidades y demás. Vamos, lo mismo que nos dijo la señora ministra, pero con más estilo.

Todo venía a cuento a la orden de fichar en el trabajo. A la excusa de los empleadores de que no habían tenido tiempo, a la falta de información por parte de la administración, y al largo etcétera de excusas a las que ya estamos acostumbrados. Del “vuelva usted mañana” a la falta de algún informe interno, o incluso del informe perdido en las redes. Y sobre todo, a las ganas de hacerlo.

Vamos, que si un empleador no quiere que el trabajador deje constancia de su horario de trabajo será por algo, digo yo. Y si el Gobierno legisla para regular una situación anómala, será porque tiene conocimiento del fraude. ¿Por qué han esperado tanto en regularlo? ¿Por qué han esperado a las puertas de unas elecciones en ponerlo en práctica? ¿Tendrá algo que ver la procrastinación con el señor Sánchez?

Sin duda, podríamos hacer una lista de objetivos que pasan de legislatura en legislatura para ser aprobadas. Los viernes sociales es otro ejemplo de ello. ¿Por qué no hicieron un macro viernes social y lo aprobaban todo en un día, y no dosificarlo a las jornadas previas a las citas con las urnas?

Y ya no digamos, ahora que estamos a las puertas de las municipales, de aquellos informes que están a la espera de la toma de decisión y permanecen meses y meses a la espera de la llamada oportuna. O de aquellos miles de informes que se encontraron en algún cajón de la Junta de Andalucía esperando una decisión que no se tomó en décadas de legislatura.

Y eso que existen máquinas destructoras de documentos. Y antes, el fuego purificador.

PUBLICADO EL 23 DE MAYO DE 2019, EN EL DIARIO MENORCA.

CARRILLO 2


Si a las nuevas generaciones les preguntamos por Santiago Carrillo seguramente su respuesta irá al “no sabe no contesta”.  A los de mi generación nos vendrá a la memoria aquella detención con peluca incluida.  Y la peluca es la culpable de este escrito.

Ni la bata de enfermero, ni el bigote ni la barba postiza que encontraron en su automóvil cuando lo detuvieron,  alcanzaron la fama.    Sólo la peluca ha quedado perpetuada junto a su nombre, tal  como ocurriera con aquel Sábado Santo que también quedó registrada en la memoria moderna de aquel PCE ya antiguo.

Sánchez sin duda también está destinado a pasar a la historia.  Una historia que está aún por escribir, pero que nada tendrá que ver con sus viernes sociales.  Sin duda, Sánchez habrá pensado en que algún asesor de  Waterloo habrá caído en la cuenta de la peluca, barba o bigote para el día de después. No sería nada extraño.  Y seguro que Carlos – Carles, Charles, Charlie-, también  lo habrá pensado.

Aunque siendo serios, descartaría la peluca, porque seguro que el susodicho que no he nombrado, pasaría mejor  desapercibido calvo que  con bisoñé añadido.   Pero eso ya será decisión suya si decide dar el paso de entrar en suelo patrio para recoger el acta que todas las encuestas le reservan.

De Sánchez será la decisión de qué hacer con él, si da el paso.  Aunque pueden darse muchos supuestos, por supuesto, claro está: Que se le detenga y que la fiscalía no se pronuncie en su contra, por ejemplo.  Que no se le llegue a detener por mor de un fallo informático en la base de datos  y no hubiera constancia de su búsqueda y captura. Que un atasco sobrevenido de lazos amarillos impida que las fuerzas del orden se dirijan con inmediatez a su captura….

De todos modos no creo que al doctor Sánchez lo cojan desprevenido, otra cosa es que le coja de viaje, pero esto ya entra en las agendas de uno, aunque para eso están los segundos –o las segundas-,  no para viajar, sino para lidiar con el entuerto, vamos,  para bailar con la más fea, como dice el dicho popular.

Lo cierto es que si a las venideras generaciones, volviendo al principio, les preguntan por Puigdemont, seguro que sí responderán.  Sin duda, las respuestas irán de un extremo a otro.  De un líder espiritual del catalanismo, de un líder que dejó a sus compañeros en prisión, hasta un traidor empedernido.  Un personaje que no dejará indiferente a ninguno que se precie.  Y seguro que su peluca, su moño o su manojo de cabello, tampoco.

 Y eso ya es cuestión de imagen.


PUBLICADO EL 16 DE MAYO DE 2019, EN EL DIARIO MENORCA.

DESDE LA VENTANA


Interiores y exteriores, de librillo o acristaladas, lo cierto es que tras ellas –o a través de ellas-  seguimos en contacto con lo que nos rodea.  Dirán que también sirven para la entrada de luz, para la ventilación y el ahorro de energía y de dinero, pero esto no es noticia.  No vende en este contexto de hoy.

La ventana, la exterior, me devuelve a la realidad.  Un niñato  melenudo con mochila a sus espaldas y montado en monopatín circula por el centro de la calzada.  En su mano derecha porta una bolsa de basura la cual tirará cuando llegue a la altura de unos contenedores.  No calcula bien el grado ni la fuerza y aquella bolsa cae en la misma calzada.  Una vecina lo observa y le reprende la acción.

El niñato se detiene, la recoge y aunque la deposita al lado de los contenedores, no pierde el tiempo en levantar la tapa y colocarla  dentro.  La misma vecina se lo reprocha, pero las indicaciones no son atendidas.  El centro educativo le espera y levantar la tapa ya es demasiado esfuerzo. Además, sale de su rutina.

Minutos más tarde, otro jovenzuelo, se dirige bolsa en mano, al mismo contenedor.  Son pasadas las siete y media de la mañana y en esta ocasión la bolsa sí que entra en el habitáculo. La deducción es lógica, los padres inculcan tareas domésticas a sus hijos.  Pero bajo los patrones que ellos mismos diseñan.  Al primero, al melenudo, le han enseñado a esconder el polvo debajo de la alfombra.

Ambas familias pero, fallan en el contexto elemental.  La basura debe sacarse por la noche antes de la recogida y no a primera hora de la mañana.  Si los progenitores fallan en el texto, poco importará lo que escriban en el encabezado.

Poco después abro la ventana interior,  aquella en que sentado cómodamente, ves pasar al mundo ante tus ojos.  Dejo lo local vivido, la televisión me guía a lo nacional.  Entiendo -uno a veces duda de lo que oye- que el fiscal cree conveniente que los golpistas fugados puedan vivir a costa de nuestros impuestos y tengan privilegios parlamentarios.  Vamos, que con un poco de suerte  ya no se podrá negar que en el parlamento anidan delincuentes, presuntos, claro.

Entiendo también que si bien aquellos jóvenes adolescentes cumplían las indicaciones paternas, aunque equivocadas y alguna incluso mal ejecutada, la fiscalía puede  también justificarse en que cumplía con las indicaciones recibidas.  Otra cosa será justificar el no levantar la tapa del contenedor para que la basura quede depositada en el interior de la cosa y no fuera de ella.

PUBLICADO EL 9 DE MAYO DE 2019, EN EL DIARIO MENORCA.

LA LIBERTAD DEL VECINO


Cuando empezamos en su día a vivir la libertad, allá a finales de los setenta,  los  límites venían impuestos por el sentido común.  La libertad de uno, nos decían, termina donde empieza la libertad del otro.  Y todos lo entendíamos.  Es más, todos estábamos  de acuerdo con esta interpretación tan lógica.  Eran tiempos en que no necesitábamos ni juristas ni ningún catedrático de lo constitucional, que lo interpretara.

Han pasado años y a las nuevas generaciones no les satisface la lógica de sus mayores.  Aquel respeto al vecino ya no está en su constitución.  Necesitan ir bordeando el abismo y provocar aquella adrenalina al rozar la línea roja en vez de mantener un equilibrado pulso mental.

Y a estos jóvenes envalentonados  se les han unido viejos rockeros que en su momento quedaron huérfanos de espacio público.  Eran los antisistema de antes, y son los antisistema de ahora.  La libertad del vecino no me incumbe,  pero sí le incumbe a él, la libertad de mí mismo.  Mi libertad.

Por activa y por pasiva nos invaden con  comentarios, juicios y propaganda de que en España no se garantiza la  libertad de expresión.  Que personajes como Puigdemont y Valtonyc son represaliados por hacer uso del derecho fundamental a la expresión. Y lo justifican recurriendo a sentencias de tribunales europeos.

Queman fotografías y muñecos del Jefe del Estado y lo justifican a esa libertad expresada en la sentencia del tribunal de Estrasburgo de Derechos Humanos como una forma de libertad de expresión política.  Y nosotros que somos tan garantes, vamos y lo acatamos.

Quien parece no acatar esta interpretación del tribunal europeo  es precisamente Torra.  El “muy honorable” al observar que a un muñeco diabólico que él interpreta que simulaba a Puigdemont, lo pasean por las calles de Coripe, y lo queman tras haberlo “matado” a tiros, durante su tradicional “Quema de Judas”, le sienta fatal.  Para Torra, allí ya no hay libertad de expresión, sino un clarísimo delito de odio.

Volvemos a estar ante aquella línea roja que separa la libertad del odio.  Volveremos a necesitar de alguien que interprete si aquel muñeco era el mal representado en forma humana, o simplemente era Puigdemont.  ¿Y si en vez de quemar un muñeco se hubiera quemado una fotografía de Puigdemont o de Torra,  sería lo mismo que quemar una foto del rey?

Vamos, que lo fácil lo han hecho difícil. 

Lo preocupante es que muchos siguen el juego a esta panda de dictadores bolivarianos.

¡Con lo fácil que era antes respetar al vecino!


PUBLICADO EL 2 DE MAYO DE 2019, EN EL DIARIO MENORCA.