Hace
ya algún tiempo, mucho tiempo, un ataque mediático cuestionó a un alcalde si
éste era un buen alcalde o, por el contrario, era más bien mediocre. Nadie puso en duda, eso sí, que era una buena
persona.
Aparte
de comentarios partidistas, hubo referencias personales. Y por suerte, aquel alcalde afable,
campechano y buena persona, ganó la partida mediática, si entendemos como tal
el que hubo más escritos a su favor que en su contra.
Entre
los argumentos a favor y en contra, había uno que comparaba que no era lo mismo
elegir a un médico por su profesionalidad que por su carácter. Vamos, que todos preferían ser operados por
un buen médico, aunque fuera un gruñón como persona, que no ser operados por un
pésimo médico, aunque fuera una bellísima persona.
Pero
¿qué ocurre con los políticos? ¿Queremos buenos políticos, buenos gestores o
buenas personas? Para contestar a esta “simple” pregunta, antes deberíamos
saber y entender qué significa ser un político, un gestor o una “buena
persona”.
Sin
querer ser demagogo, diríamos que el político es quien vende el humo, el gestor
es quien lo recoge en el envase, y la “buena persona” es quien nos avisa -desde
la moral y la ética- de que el humo,
pues eso, que no abramos el envase si no queremos que se nos escape.
De
un tiempo a esta parte, el político por aquello de que ha querido
profesionalizarse en la cosa pública -vamos, que ha querido vivir de ello-, se
inventó el calificativo de “gestor”.
Vamos, como Juan Palomo, que él se lo guisa y él se lo come. Y es por ello por lo que nos vende el humo y
lo envasa él mismo. Y ya no hablemos cuando
lo de la moral y la ética brillan por su ausencia. Vamos, que tampoco nos
avisan de que el humo se nos escapará…
Todos
conocemos muchas de estas gestiones que se han realizado de forma nefasta por
parte de estos políticos-gestores. La
mayoría de éstas debido al exceso del ego y no querer reconocer sus
limitaciones. O pasándose las normas por
el forro.
La
moral, la ética, o ambas, juntas o por separadas, recaen en la persona titular
del cargo público, pero éste -buena persona individualmente- se corrompe en el
momento que toma partido. El alcalde, el
presidente, el parlamentario, deja de ser aquella buena persona, gestor o
político, cuando sus decisiones ya no son sólo suyas, sino también de su jefe.
Muchos
creen que votan a la persona, a la buena persona que conocen, pero el tiempo
nos dirá que no es así, que sólo manda su Jefe -en mayúsculas- y éste, aún no
sabe qué hará mañana.
PUBLICADO EL 4 DE MAYO DE 2023, EN EL DIARIO MENORCA.