En pleno siglo XXI hablar de virtualidad es cosa que no debe asombrarnos. Y si esta virtualidad se refiere a la economía, menos aún. O al menos, así se nos aparece a los no entendidos en la materia, aunque visto lo visto, uno ya cuestiona de que a estas alturas haya entendidos en el tema. De todos modos, seguro que quienes cobran por dar su asesoramiento, ya se encargarán de que ignorantes como quien esto escribe, sean tildados de eso mismo.
Hace algunos años –antes de la llegada de la crisis- hablar de economía era sinónimo de cuadrar la caja. Así, quien sabía sanear una economía doméstica, sabría sanear la de una comunidad, país o lo que se le pusiera delante. El debe y el haber hacían el resto. Ahora no.
Ahora la economía no la lleva ni la caja ni el cajero. Hablar de economía significa tener padrinos, tener poder o ser el lameculos del poder. Ni más ni menos. La crisis –por no llamarlo con otro nombre- de los pepinos, viene a ser lo mismo. El daño ya está hecho y el beneficio también. Con el dinero, pues otro tanto.
Si antes las autoridades de la economía eran economistas, ahora son los llamados especuladores. Ya no importa tener dinero, sino el valor que alguien le da al dinero. Este alguien es Alemania. Y este dinero es el euro. ¿Qué pasaría si España tuviera lo que no ha tenido nunca y mandara al carajo a Alemania y al euro? ¿Se imaginan volver a negociar con pesetas? ¿Se imaginan retroceder aquel sesenta por ciento de inflación que de un día para otro nos encontramos en nuestras economías domésticas?
Ahora, nuestra Bolsa ya no cotiza en España sino que depende del valor del bono a diez años alemán; ahora nuestra tensión arterial depende más de las imprudencias culinarias de los vecinos que la propia dieta que queramos o no, por imperativo económico, nos vemos obligados a llevar; ahora, nuestra suerte ya no depende de reducir sueldos ni de aumentar impuestos, sino de sacar garras y plantar cara al enemigo especulador. Y ante todo ello, mutis.
Mutis virtual y mutis real. Se compara, se solidariza y se sale en la foto. En una de las últimas fotos de nuestro ya victo presidente. Su delfín promete arreglarlo todo, con soluciones mágicas jamás imaginables, guardadas bajo llave, eso sí. No habrá solución hasta que en el 20-N la memoria de los españoles nos recuerde lo bueno que han sido unos, y lo malos que han sido los otros. O al revés.
Y la economía sigue mal. Más peor que mal dirán los nuevos administradores de la cosa pública. Salen agujeros y acreedores por doquier y uno se pregunta ¿Qué hubiera pasado con las cuentas públicas de haber vuelto a ganar el PSOE? ¿Habrían dado nuevo crédito las agencias de viajes y las farmacéuticas o habrían cerrado el grifo? ¿Seguirían manteniendo el nivel opulento de vida o se habrían tenido que abrochar el cinturón? ¿Seguirían viviendo en la virtualidad del poder o habrían tocado ya con los pies en la tierra?
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María y Manolo son dos nombres supuestos, virtuales si se quiere, pero reales como la vida misma. Matrimonio de cuarenta y tantos años, rondando los cincuenta han decidido coger los bártulos y marcharse a tierra peninsular. Su caso es como el de otros muchos. Su economía es parecida a la virtual de nuestro Gobierno. Adeudan varios recibos a la compañía eléctrica y no digamos a la de telefonía, pero su terminal es de último modelo así como su ordenador portátil y su cámara de video. Su hasta ahora domicilio necesita varias manos de pintura y no digamos de fregona. Y es que la economía doméstica ahora ya no es sinónimo de clase sino todo lo contrario.
Los especuladores han dado crédito y el ordenamiento jurídico ha propiciado los impagos, y no digamos las subvenciones para escaquearse uno del curro. Y ante todo ello, aparecen los indignados que toman la calle y Rubalcaba que dice que el 15-M tiene mucho en común con los socialistas, ¿acaso dudan aún de quien alimentó tales elementos?.
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Carmen es viuda y por supuesto, también es nombre virtual. Su pensión no llega al subsidio de Manolo pero tiene que pagar todas las deudas y reformas dejadas por Manolo y Maria. Su economía estaba saneada porque no gastaba más allá de lo que podía ahorrar. También es verdad que Carmen poco favor hizo a los bancos ni a las economías de consumo. Su economía no era virtual sino real. Tan real, que ahora se las ve y desea para llegar a fin de mes. Sin quererlo ni buscarlo se ha visto envuelta en una crisis de la que nadie le ha preguntado ni mucho menos entiende.
Carmen es pesimista. No entiende como los enfermos no pueden ir al médico a Palma mientras los políticos sí que pueden viajar cada semana. Tampoco entiende de tanto subsidio y de tantos sueldos millonarios. Seguramente Carmen ya desvaría por aquello de la edad, dirán algunos.
De momento, María y Manolo seguirán apostando por políticas progresistas, de las peonadas, de los subsidios y demás. Carmen, resignada, deberá hipotecar su vivienda si quiere subsistir con un poco de dignidad, pues su propiedad la identifica como capitalista en una sociedad en que el consumo se premia, y el ahorro se penaliza.
María, Manolo y Carmen, viven en la realidad, diferente, pero real al fin y al cabo. El Gobierno, los mercados, los Bancos Centrales Europeo y Alemán, juegan a la virtualidad. Y algunos incluso, en la divinidad. Y esto ya es demasiado peligroso.
Muy peligroso.
Hace algunos años –antes de la llegada de la crisis- hablar de economía era sinónimo de cuadrar la caja. Así, quien sabía sanear una economía doméstica, sabría sanear la de una comunidad, país o lo que se le pusiera delante. El debe y el haber hacían el resto. Ahora no.
Ahora la economía no la lleva ni la caja ni el cajero. Hablar de economía significa tener padrinos, tener poder o ser el lameculos del poder. Ni más ni menos. La crisis –por no llamarlo con otro nombre- de los pepinos, viene a ser lo mismo. El daño ya está hecho y el beneficio también. Con el dinero, pues otro tanto.
Si antes las autoridades de la economía eran economistas, ahora son los llamados especuladores. Ya no importa tener dinero, sino el valor que alguien le da al dinero. Este alguien es Alemania. Y este dinero es el euro. ¿Qué pasaría si España tuviera lo que no ha tenido nunca y mandara al carajo a Alemania y al euro? ¿Se imaginan volver a negociar con pesetas? ¿Se imaginan retroceder aquel sesenta por ciento de inflación que de un día para otro nos encontramos en nuestras economías domésticas?
Ahora, nuestra Bolsa ya no cotiza en España sino que depende del valor del bono a diez años alemán; ahora nuestra tensión arterial depende más de las imprudencias culinarias de los vecinos que la propia dieta que queramos o no, por imperativo económico, nos vemos obligados a llevar; ahora, nuestra suerte ya no depende de reducir sueldos ni de aumentar impuestos, sino de sacar garras y plantar cara al enemigo especulador. Y ante todo ello, mutis.
Mutis virtual y mutis real. Se compara, se solidariza y se sale en la foto. En una de las últimas fotos de nuestro ya victo presidente. Su delfín promete arreglarlo todo, con soluciones mágicas jamás imaginables, guardadas bajo llave, eso sí. No habrá solución hasta que en el 20-N la memoria de los españoles nos recuerde lo bueno que han sido unos, y lo malos que han sido los otros. O al revés.
Y la economía sigue mal. Más peor que mal dirán los nuevos administradores de la cosa pública. Salen agujeros y acreedores por doquier y uno se pregunta ¿Qué hubiera pasado con las cuentas públicas de haber vuelto a ganar el PSOE? ¿Habrían dado nuevo crédito las agencias de viajes y las farmacéuticas o habrían cerrado el grifo? ¿Seguirían manteniendo el nivel opulento de vida o se habrían tenido que abrochar el cinturón? ¿Seguirían viviendo en la virtualidad del poder o habrían tocado ya con los pies en la tierra?
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María y Manolo son dos nombres supuestos, virtuales si se quiere, pero reales como la vida misma. Matrimonio de cuarenta y tantos años, rondando los cincuenta han decidido coger los bártulos y marcharse a tierra peninsular. Su caso es como el de otros muchos. Su economía es parecida a la virtual de nuestro Gobierno. Adeudan varios recibos a la compañía eléctrica y no digamos a la de telefonía, pero su terminal es de último modelo así como su ordenador portátil y su cámara de video. Su hasta ahora domicilio necesita varias manos de pintura y no digamos de fregona. Y es que la economía doméstica ahora ya no es sinónimo de clase sino todo lo contrario.
Los especuladores han dado crédito y el ordenamiento jurídico ha propiciado los impagos, y no digamos las subvenciones para escaquearse uno del curro. Y ante todo ello, aparecen los indignados que toman la calle y Rubalcaba que dice que el 15-M tiene mucho en común con los socialistas, ¿acaso dudan aún de quien alimentó tales elementos?.
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Carmen es viuda y por supuesto, también es nombre virtual. Su pensión no llega al subsidio de Manolo pero tiene que pagar todas las deudas y reformas dejadas por Manolo y Maria. Su economía estaba saneada porque no gastaba más allá de lo que podía ahorrar. También es verdad que Carmen poco favor hizo a los bancos ni a las economías de consumo. Su economía no era virtual sino real. Tan real, que ahora se las ve y desea para llegar a fin de mes. Sin quererlo ni buscarlo se ha visto envuelta en una crisis de la que nadie le ha preguntado ni mucho menos entiende.
Carmen es pesimista. No entiende como los enfermos no pueden ir al médico a Palma mientras los políticos sí que pueden viajar cada semana. Tampoco entiende de tanto subsidio y de tantos sueldos millonarios. Seguramente Carmen ya desvaría por aquello de la edad, dirán algunos.
De momento, María y Manolo seguirán apostando por políticas progresistas, de las peonadas, de los subsidios y demás. Carmen, resignada, deberá hipotecar su vivienda si quiere subsistir con un poco de dignidad, pues su propiedad la identifica como capitalista en una sociedad en que el consumo se premia, y el ahorro se penaliza.
María, Manolo y Carmen, viven en la realidad, diferente, pero real al fin y al cabo. El Gobierno, los mercados, los Bancos Centrales Europeo y Alemán, juegan a la virtualidad. Y algunos incluso, en la divinidad. Y esto ya es demasiado peligroso.
Muy peligroso.
PUBLICADO EL 10 AGOSTO 2011, EN EL DIARIO MENORCA.