Juan
Carlos al ser proclamado rey, quiso marcar –necesitaba marcar- una
separación entre el anterior régimen y lo que sería su reinado. Tuvo trabas desde el primer momento, pero fue
superándolas con gran astucia, no en vano, su futuro estaba en juego. “Desde
la emoción en el recuerdo a Franco, ¡Viva el Rey!” espetó Rodríguez de
Valcárcel, en el momento mismo de la coronación.
Hoy
el futuro de la monarquía vuelve a estar en la cuerda floja, y Felipe VI es
llamado a tomar el relevo. Necesitará también
él, marcar diferencias con su antecesor.
Y ahora es el Gobierno de turno quien, desde otra emoción en el
recuerdo, protege en exceso al anterior rey.
¿Por
qué tanta necesidad de protección? ¿Cuál es la amenaza de la que se le tiene
que proteger? ¿Qué necesidad tiene de ser aforado? ¿Qué decisiones va a tomar
en el futuro que le hagan
potencialmente destinatario de
citaciones ante un tribunal?
Y
no tan sólo la protección jurídica, sino que se decreta también su estatus, sus
privilegios, su tratamiento y como no, la de su consorte. Y eso que muchos auguran unas presencias
separadas, distanciadas oficialmente ya de puertas hacia fuera. Y mantener este
doble juego, cuesta dinero.
La
proclamación será un acto austero -económico faltaría añadir- para no enfadar a
las masas tan golpeadas por la crisis.
Hasta aquí todo correcto. Y así
se empieza, dando ejemplo y bajando al populacho. Rechazando la corrupción y a sus
protagonistas. Disminuyendo corte y
manteniendo alejados ciertos tipos. Sí,
pero sus actos serán estudiados y analizados con lupa. No basta serlo,
necesitará parecerlo, demostrarlo y convencernos.
La
proclamación hoy según los pronósticos, vestido de uniforme del Ejército de
Tierra con el fajín recién estrenado de Capitán General, es un paso atrás. O al menos no es un paso adelante. Un rey –hoy en día- lo es -debería serlo- de todos los españoles. Un rey de los republicanos, de los
monárquicos y de todos los demás. Y
además, es rey de los militares y también de los civiles.
Un
acto laico quita boato y rompe la reminiscencia divina de una monarquía
anacrónica y la hace más cercana. Vestido
de civil, conectaría mejor –aunque sólo fuera por cuestión de estrategia de
imagen- con esta parte de la sociedad
española que tiene puestas sus esperanzas en que el nuevo titular de la
Jefatura del Estado sea capaz de devolver la credibilidad en las altas instituciones
del Estado.
Le
ha faltado un asesor sin emoción y sin recuerdos.
¡Suerte,
Majestad!
PUBLICADO EL 19 DE JUNIO DE 2014, EN EL DIARIO MENORCA.