La
primera reacción que tuve al oír la noticia de que el rey Juan Carlos I
abdicaba, fue el que la imputación de la princesa Cristina era un hecho. La noticia parecía darse en dosis controladas
para que el resultado tuviera un balance positivo para la monarquía y no tan sólo de pletórica
alegría de sus lacayos.
Primero fue el presidente del Gobierno
quien trasladó la noticia a la ciudad y al mundo. España entera reaccionó como se
esperaba. A los pocos minutos miles de
wassaps saltaron de móvil en móvil en un país que demostró no estar falto de
imaginación. Al menos, el pueblo
español, abatido y arruinado moral y económicamente, mantenía un hilo de
esperanza.
Al cabo de unas horas, su aún majestad
leía lo que parecía ser su ya último mensaje navideño. Por un momento la memoria histórica te
devuelve a un jueves del mes de noviembre, pero faltaba un Carlos Arias
soltando un llanto de lágrimas. Pero no,
al final uno ya duda si el motivo de la comparecencia es por España o por la
monarquía. Los hechos te decantan por la
monarquía.
¿Y ahora qué?, te preguntas. No acabas de pronunciarla y ya se te ofrece
la respuesta. Una ley orgánica como
manda el artículo 57 de la Constitución será aprobada y rubricada. ¿Y para qué?,
pues sencillamente porque el rey no es un trabajador que se jubila, no. Ni los emolumentos, ni los honores, ni las
prerrogativas tenderán a desaparecer. Ni
su Casa ni su chofer ni nada que se le parezca.
Al rey no le afectará la crisis del retiro,
no. Ni a la reina tampoco, por
supuesto. Será, sin vivir enclaustrado,
como un Papa Emérito. Tras la
abdicación, lo único que aumentará serán las despensas que conllevará la
monarquía. Un aumento en la plantilla
de Capitanes Generales, duplicidad de Casas Civiles y Militares, consejeros y asesores, pero todo sea en
beneficio de la monarquía, perdón, de España.
Y es que España está mal y necesitaba un
cambio. Un nuevo motor que dejara el
lastre del 23-F, de un yerno listo, de unas cacerías y unas corridas ancladas
en el siglo pasado y mirara hacia un futuro más joven y más dinámico.
Al menos esta vez, el rey padre,
o padre del rey, o rey padre del rey, ha sabido dar un paso adelante y mantenerse erguido.
Y haberse mantenido erguido frenará muchos
comentarios. Ahora es el príncipe, el futuro rey, quien tiene que recomponer
los desaguisados. Y además, con compañía.
Y sobre todo, que no nos quite la paga
del mes de junio. Si quiere trasladarla por San Felipe, que espere el año
próximo.
PUBLICADO EL 5 DE JUNIO DE 2014, EN EL DIARIO MENORCA.