Cuando
la pregunta es repetida en días consecutivos y a la misma persona, es síntoma
de que algo no funciona. Estrés, inicio de Alzheimer. Es momento de poner freno
y apearse a dar un paseo. De estirar las
piernas. De disfrutar de la naturaleza.
De tumbarse en la tumbona. De
desconectar de todo y de todos. Del teléfono móvil, del ordenador, de
Internet.
Imposible. O al menos así necesitas creértelo. Te das un respiro, y haces un pacto contigo
mismo. Al menos, Es Diari estará en tu desayuno. El resto, ya veremos.
Inicias
la jornada temprano. Tu reloj biológico
sigue su ritmo y no se apea, pero en
cambio te brinda mayor tiempo de disfrute.
El tiempo muerto no existe para ti. Decides tomar contacto y te adentras
en aquel tramo ahora del Camí de Cavalls, y antaño de es sivinar. Lo has recorrido
desde que naciste y nada ha cambiado.
Bueno, sí. Ahora hay letreros
llenos de indicaciones y prohibiciones, cuerdas y pivotes que balizan el camino
que otros han decidido por ti.
La
senda está guiada, sí, pero a primera hora respiras libertad. La misma que respirabas
en la infancia cuando recorrías con tus
padres, sin necesidad de letreros ni imposiciones, aquel mismo sendero.
Adentrado
el día, decides darte un chapuzón en aquellas aguas, antaño playa y ahora
convertido en amarradero-aparcamiento de embarcaciones propias y ajenas. De pronto un socorrista te advierte de que es
peligroso nadar entre aquellas embarcaciones fondeadas en la arena y con poco
más de un metro de profundidad. Ante la
duda, te informa que la seguridad legal se encontraría en una franja lateral de
unos ciento cincuenta metros, una mínima expresión de ella.
Aquella
libertad que habías recuperado en tu paseo matinal, se dio de bruces cuando aquella
calzada mojada, con turismos náuticos a diestro y siniestro, no dejaban un paso
peatonal.
Cuando
la mayoría de ciudades apuestan y trabajan
por la peatonalización de sus calles, aquella marabunta náutica, aquel falso desarrollo turístico, te
arrincona a un gueto alejado y fuera del alcance de las vistas de los
socorristas. Paradojas del progreso,
dirás.
Retroceso,
añadirás. Si el progreso, si la
evolución, pretende calmar la ciudad ¿por qué permitimos que las embarcaciones
invadan nuestras playas, nuestros arenales, nuestros baños?
Alguien
falla aquí. Una playa no es un muelle.
Aunque eso sí, la playa sigue siendo más barata que el muelle. Y en
tiempos de crisis, ya se sabe, el más débil paga el pato. En este caso, el
bañista de a pié.
PUBLICADO EL 14 DE AGOSTO DE 2014, EN EL DIARIO MENORCA.