Tener
o estar de vacaciones no es lo mismo.
Tener es poseer y estar es
disfrutar. Diríamos que todos los
trabajadores, por aquello del imperativo legal, tenemos vacaciones. Disfrutarlas ya es cosa distinta.
Dicen
muchos que para disfrutarlas, uno tiene que irse de la isla. Mientras, son legión los que vienen a disfrutarlas
en nuestra roqueta. ¿Acaso uno no es profeta en su tierra? Pues sí, y no es necesario cargar los
bártulos, sombrillas y factores 50 de protección, subirse a los siempre caros
transportes y salir de la ratonera.
Bastará sólo desconectar.
Tener
vacaciones es aprovechar el tiempo que restas al trabajo asalariado y recuperar
todo aquello que durante el resto del año se va acumulando. Pintar alguna
habitación, arreglar aquel artilugio antiguo que quedó pendiente de
restauración, Ir sin prisas al supermercado para reponer las existencias de
bebida y comida, y como no, reemplazar a los profesores en la guarda de los
niños.
Estar
de vacaciones es olvidarte de todo lo cotidiano. Alejarte de los supermercados
y comercios locales y aventurarte en caminos y
calas. Relacionarte con nuevas gentes y como no, esconder el reloj y el
mando de la televisión. Y mejor aún -aunque
más difícil-, si el escondite es compartido con el teléfono móvil e Internet.
Hacía
más de una década que no estaba, disfrutaba, de unas vacaciones. Han sido pocos, pero gratificantes los días
en el que el reloj dejó de funcionar y la aventura se planificaba sobre la
marcha. Han sido unos días en que te has
investido del traje turístico y te has puesto en la piel de éstos.
Has
constatado que el boca a boca funciona y que Menorca tiene vida propia en el
exterior. Y sin duda, quien la llega a conocer, repite. Pero también captas que tiene un elevado
coste. Un coste abusivo.
Y
lo peor, la falta de comunicación, la falta de interés, la falta de servicio en
algún que otro trabajador. Es como si
cuando el cupo estuviera cubierto, ya no hay que mimar la venta del producto.
Reconoces
que desde siempre te has posicionado a favor del todo incluido. Pero ahora, en
la fase práctica de la exposición, has colisionado con ella. Es excluyente, y
más si eres menorquín. Y eso, duele. Te
posicionan como si sólo fueras un elemento para el invierno. Y de no ser menorquín, como si no tuvieras
que volver a desear este mismo producto en otro momento.
Recuerdas
al profesor Doménech Biosca y echas en falta alguna charla o alguna selección
de personal.
Es
sin duda cuestión de oferta y de demanda.
PUBLICADO EL 4 SEPTIEMBRE 2014, EN EL DIARIO MENORCA.