“La verdad en un tiempo, es error en otro”, o al menos eso nos dice
una de las frases atribuidas a Montesquieu.
Si hace unos años la crisis nos ahogaba y estábamos a punto de la
bancarrota, ahora, tras los ajustes de cinturón y demás, resulta que los
recortes han sido funestos y hubiéramos vivido mejor sin tanta austeridad. Pero
eso es lo de menos.
El nuevo orden que impulsan algunos, cara a la galería, no deja de ser
otro talante para que algunos privilegiados puedan acceder a ser casta. “La amistad es un contrato por el cual nos
obligamos a hacer pequeños favores a los demás, para que los demás nos los
hagan grandes”. ¡Y cuánta razón no tenía aquí el señor de La Brède! Aunque
algunos muchos no acaben de atinar el concepto de amistad y el de favor.
Si bien Montesquieu desarrolló la teoría de separación de poderes, el
paso de los años, y más aún el paso humano, hace necesario formatearlo de
nuevo, dándole sentido y sobre todo, ilusión.
O al menos, en España.
Porque en España el sistema está corrompido, putrefacto. Y si a eso unimos que el tándem de a tres no es independiente, apaga y
vámonos. Amparado en que la soberanía
reside en el pueblo, los tres poderes van de la mano y se atreven incluso a
saltar la comba. Asi, el
Legislativo, elegido por sufragio de los
españoles elige al Ejecutivo. Y entre
ambos eligen y disponen las condiciones del judicial. Y esos, fallan.
Y si a eso añadimos que en lo concerniente a la política económica,
quienes toman las decisiones son los lobbies, los banqueros o algún dirigente
extranjero; que sobre política internacional nos debemos a los intereses
comerciales y que los Grandes Hermanos son como los antiguos concursos de Miss
España, uno ya no sabe si es que de verdad hemos perdido el rumbo, que si vamos
a la deriva, o simplemente nos hemos equivocado de portal.
Los contrapesos, o la teoría de éstos, de los que en su día debió hablar
el Barón, ya no contrarrestan ni equilibran las fuerzas de las otras, sino que,
a pesar de tanta división, cuando la ocasión es propicia, suman.
Y ante sumas, más divisiones. Más poderes, al menos. Y más separados, más alejados, más
independientes. ¿Por qué no elige el
pueblo soberano directamente al Poder Judicial? ¿Y al Económico?
A veces, un divorcio, puede ser mejor solución, que la de una separación
con derecho a roce.
“Para que no se pueda abusar del poder, es
preciso que el poder detenga al poder”. Montesquieu dixit. El roce, si tiene que haberlo, mejor por impacto.
PUBLICADO EL 12 DE MARZO DE 2015, EN EL DIARIO MENORCA.