“Se prostituyen tomates”
esgrimía una vieja pizarra en el
exterior de una antigua tienda de ultramarinos.
Uno desconoce si la publicidad de aquel avispado tendero tuvo éxito o
no, pero sí que aquella frase fue el
enunciado de uno de los habituales comentarios de texto –de frase más bien- que
realizábamos en Filosofía.
El término prostitución suena
mal. Prohibida –aunque tolerada- en
tiempos pasados. Y en el punto de
mira de Hacienda, en los de ahora. Y en cuanto a la política, no es que sea muy
distinto. Perseguida también en el pasado, actualmente no es que pase por un de sus mejores momentos. Y no por ganas, sino por hechos.
Hechos presuntos, en muchos
casos. Hechos prescritos, en otros
más. Parece como si todas las fuerzas
del estado de derecho se confabularan para que, esta presunta prostitución de
políticos, salga indemne. Y digo
prostitución porque la RAE me lo
permite. No así con los tomates, pero
sí, con estos indecentes personajillos quienes, pasándose la ley por el forro,
delinquen con luz y taquígrafos, en algunos casos con defensas pagadas desde el
erario de todos o con los del beneficio
obtenido.
¡Menos mal que llegan nuevos
aires que limpiarán el tufillo!, pensarán algunos. Y me asustan estos nuevos aires. Me asustan cuando nos venden eslóganes
electorales fuera de campaña. Si en su
día, el Gobierno de turno nos la enguiñó con aquello de que “Hacienda somos todos”, o incluso el rey
dimitido de que “la justicia era igual
para todos”, ahora más me asustan
los antecedentes de algunos de sus señorías. ¿Qué tipo de leyes serán capaces
de apoyar en el legislativo?
Y ya no susto, sino pánico, es lo
que me provoca la posible prostitución de cromos en el Congreso. El que el futuro de España esté en manos de
un intercambiador de cromos, me preocupa y mucho. Y mucho más que el teatro orquestado por la
mamá diputada y el presunto agresor de policías. Y más si estos cromos son para el sustento
del ego personal y las necesidades
políticas de uno. Y mucho más aún
si la moneda de cambio utilizada es la
integridad de nuestra nación y la quiebra de la solidaridad territorial.
Que el poder corrompe, nadie lo
duda ya. A las pruebas y a los hechos
podemos remitirnos. Las sospechas de que en su día se dieron presuntos tratos de favor de la Generalitat para con su actual flamante
presidente, no se han hecho esperar.
Y uno se pregunta ¿es autónomo el
político o tiene proxeneta?, porque lo que es chulería, a algunos les sobra.
PUBLICADO EL 21 ENERO 2016, EN EL DIARIO MENORCA.