Que se cree sexy y guaperas, no lo puede negar. Tampoco haría
falta que lo confesara. Lo lleva tatuado
en la mirada. De hecho, lo dijo en una entrevista, por aquellos tiempos remotos
en los que la televisión no era una extensión del comité central del PSOE. Eran
tiempos en los que al encender el televisor no sentías estar asistiendo a una
rueda de prensa gubernamental.
Ahora, con medio país mediático abonado al presupuesto
público, ya no hay piropos que alcancen. El diccionario ha colapsado. Si
quieren seguir adulándolo, tendrán que inventar un nuevo idioma que conjugue bien
el peloteo con la bajada de bragas. Y de calzoncillos.
Pero dejemos el pasado glamuroso del "guaperas". Lo
verdaderamente interesante no es él, sino su séquito. Esos que lo rodean, lo
sostienen, lo aplauden, lo elevan... y, en algunos casos, lo chantajean. Y
claro, mientras pague el precio del chantaje político, el suministro de
palmaditas en la espalda está garantizado. Lo verdaderamente inexplicable es
que haya quienes aún lo apoyan gratis, por convicción, por fe ciega o por pura
alergia a la derecha.
Si uno tiene un mínimo de decencia democrática y no está
enchufado a la nómina del PSOE -ni vive de una subvención—, cuesta entender
cómo puede seguir dándole su voto. Pero claro, la decencia también parece haber
pedido asilo en otro país. Para muchos, lo importante es que la derecha no
gobierne jamás. Da igual el precio. Ya solo falta que añadan el lema de
"¡No pasarán!" en las papeletas, como en la Guerra Civil.
Y aunque uno pudiera llegar a entender este delirio como
estrategia electoral, lo que ya roza el surrealismo es que sigan teniendo como
líder supremo a un tipo como él. ¿No decían que su partido era el ejemplo de
honradez? ¿No hay en todo el PSOE una sola persona honesta, íntegra? ¿De verdad
han llegado a ese nivel de dependencia emocional de su Barbie llorona?
¿Qué se puede esperar de alguien que se hizo con el poder
interno del partido escondiendo una urna? ¿De alguien que miente más que habla,
y cuando habla… también miente?
Y he llegado al final sin mencionar su nombre. Tuvimos al
misterioso “Señor X”, a aquel discreto “M. Rajoy”, y ahora al flamante “Número
1”. La diferencia es que este último sí tiene cara y peinado identificable.
Pero su aura de Barbie llorona todavía le da cierto aire de víctima.
Aunque claro… todo esto dependerá, como siempre, de la UCO,
de la independencia judicial, y —cómo no— de la decencia democrática de los
españoles y asimilados. Y de las ayudas públicas, claro. Porque como bien dice
nuestra ministra favorita: “No es magia, son tus impuestos.”
