Primero fueron los cocineros. Ahora los fontaneros. Y eso es una falta de respeto hacia estos profesionales. Estos no cocinan ni arreglan cañerías, las revientan. No son “Pepe Gotera y Otilio”, no. Hablamos de chapuceros a sueldo del erario. Unos cracs del desagüe democrático.
Y, por si fuera poco, todavía nos quedan años de
"sanchismo", ese experimento sociopolítico entre "Gran
Hermano" y "El Ministerio del Tiempo", donde todo se desmonta,
pero con diversidad, inclusión y un buen relato. Sobre todo, que no falte el
relato.
¿Y por qué? Porque no hemos querido —ni sabido— hacer nada. El marido de la Begoña, su familia y sus socios
están desguazando el Estado de Derecho con la sonrisa y la “agenda 2030”,
mientras el personal mira a la pantalla esperando a que vuelva la Champions. Y
ellos, claro, lo hacen a plena luz del día, con apagón incluido y con bulos de
bomba lapa alimentada por la Sexta y sus ministros.
Son figurantes de su propia obra. Gente que, sin la política,
estaría rellenando encuestas telefónicas del CIS. Pero ahora están gestionando
presupuestos, nombrando cargos, y filosofando sobre democracia. Si mañana
desapareciera el partido socialista sanchista, no tendrían ni un currículo para
subir en LinkedIn.
Desde ZP, España ha ido cuesta abajo y sin frenos. Economía
en picado, democracia en piloto automático y con marcha atrás, y la autoestima
nacional por los suelos. Él y el marido de la Begoña, miembros del Grupo de
Puebla, han trabajado codo con codo para convertir este país en un parque
temático del socialismo bananero.
Y luego está Rajoy, un gallego que creyó que gobernar era
esperar. Gallego hasta para desaparecer del mapa. Su aportación fue tan
decisiva que apenas se notó su marcha.
Y ahora, el protagonista es un ser superior sin rival, porque
Feijóo no quiso pactar con Junts, y ahora el marido de la Begoña les da hasta
bombones de licor. Feijóo, debería dar un paso al lado, al fondo, dar media
vuelta y seguir avanzando… ¡lo que sea!, pero desaparecer, con elegancia si
puede, o por la puerta de atrás si no.
Pero cambiar a Feijóo no basta. Falta otro nuevo partido que
una a socialdemócratas sensatos, liberales con remordimientos y conservadores sin
nostalgia. Todos en una gran coalición que nos lleve a un futuro ilusionante.
Una formación sin rencores ni trincheras, capaz de negociar y sumar mayorías.