Dos son los
libros que tienen la entrada prohibida en mi biblioteca. Y no es por censura,
sino por puro instinto de salud mental.
El primero,
cómo no, es “El manual de resistencia” del marido de la Begoña, nuestro amador
líder. Es obvio ¿no? El segundo está en máquinas: “Reconciliación”, del
mismísimo emérito. ¿De verdad alguien cree que leyendo cualquiera de esos dos
volúmenes saldremos de dudas? Más bien parece que están escritos para añadir un
poquito más de niebla al panorama.
Porque,
seamos sinceros, las memorias y autobiografías deberían estar en la sección de ciencia
ficción. ¿Quién, en su sano juicio, se desnuda ante el populacho sin antes
pasar por el Photoshop? Las memorias no son más que un espejo con filtro:
reflejan lo que uno quiere que se vea, y lo demás... a la papelera.
¿De verdad
alguien se va a creer el cuento del 23-F contado por uno de sus presuntos
protagonistas? ¿O la versión autolimpiada de sus “presuntos” negocios? ¿Y qué
decir de los affaires, esos que ya tienen más volumen que la enciclopedia
Espasa?
Cuentan los
medios que el rey emérito siente que le están robando “su historia”.
¡Pobrecito! ¿Acaso teme que alguien la cuente sin el barniz de su pluma regia?
Claro que quiere escribir su historia, antes de que “la historia de su reinado”
se la escriban otros, mucho menos controlable, y no digamos más real.
Hace tiempo
que don Juan Carlos cambió el sacrificio por el egoísmo, el deber por el “yo,
mí, me…”. Y con este libro, lo certifica con firma y dedicatoria. Flaco favor
le hace a la institución monárquica, al rey Felipe, a su familia... y, ya
puestos, a España entera.
“Los trapos
sucios se lavan en casa”, dice el refrán. Pero parece que en Abu Dabi ya
no queda lavadora que funcione. El emérito busca una popularidad que se le
escurrió entre safaris y comisiones. La dejó caer él solo, y en lugar de
aceptar su papel de figura retirada y decorativa, se empeña en hacer de su
ocaso una tragicomedia en tres actos.
Su último
servicio al país debería ser el silencio. Anonimato, discreción, y un retiro
digno —como corresponde a quien tuvo un papel histórico, para bien o para mal—.
Pero no: prefiere el foco, la nostalgia, y el aplauso que ya no llega. Ni le
llegará.
Negarse a
rendir cuentas es toda una declaración de principios, eso sí. Principios de
impunidad, de desmemoria y de narcisismo.
Así que,
¿para qué leer estos libros? ¿Para “reconciliarnos” o para “resistirnos”? Vaya
par de títulos: uno se cura en salud, el otro en soberbia. Dos ejercicios de
autojustificación tan reales como la vida misma… o tan falsos como la portada
que los sostiene.
PUBLICADO EL 6 DE NOVIEMBRE DE 2025, EN EL DIARIO MENORCA.