Pues sí, la historia empieza en un viaje en avión. Y es que Federico se ha vuelto un poco viajero. La semana pasada, tocó Valencia. La próxima quien sabe. Ahora se estila lo del viaje en comisión de servicios y Federico se ha apuntado a ello. Valencia, Torrent y Catarroja han sido los tres últimos destinos que ha visitado en este llamado “viaje en comisión de servicios….”. Pero lo que viene a cuento, la chorrada, como dirán algunos, no la encontró en estas tierras levantinas, sino en el mismísimo avión que lo trajo de regreso a su siempre apreciada roqueta.
En el avión, en los asientos ocupados delante del suyo, dos jóvenes con acento sudamericano estaban manteniendo una conversación que parecía la mar de interesante. Y no es que Federico sea cotilla, pero sí que algo curioso, eso sí que hay que reconocerlo, en honor a la verdad. Lo cierto también es que el ambiente estaba abierto, no estaba codificado en absoluto y era un lugar público de libre acceso, previo pago del correspondiente billete, claro está.
Así que puestas en órbita los pabellones auditivos, captaron parte de la conversación que se exponía en aquella confidencia a dos, conferencia a tres. El argumento era simple. Los exámenes y los cupos. Pero no eran los numerus clausulus que todos entendemos para el acceso a una determinada facultad, no. Se referían sencillamente a los exámenes para conseguir la “patente de carro” o lo que es lo mismo, a la licencia o permiso para conducir, tal como se estila en nuestras tierras.
Resulta que quien parecía más joven de las dos interlocutoras, relataba la anécdota de alguien quien iba ya por la tercera vez que acudía al examen práctico para la obtención del mentado permiso o licencia, la patente, como dirían y repetirían las mismas. Y la “patente” se le resistía. Pero no, no era la patente, insistían ambas a la vez.
Quien se resistía en aprobarlas, según la lengua acusadora de ambas, era el examinador en cuestión. A esto, Federico ya se alarmó. El tema podía alcanzar cierta seriedad si lo que oía era verdad. Más adelante pero, las dudas empezaron a abrirse camino en la composición de aquel diálogo, que Federico iba formando frase a frase. No acababa de tener claro dónde ocurría lo de la “patente”. ¿En Valencia, en Mahón, o en su nación de origen?. Seguía la duda, mientras la conversación seguía su ritmo.
Resulta que por desafortunado destino, quienes se examinaban en jueves, en aquel lugar aún desconocido, tenían estadísticamente más posibilidades de tener que volver a examinarse que quienes se examinaban en día miércoles o viernes. ¿Sería por aquello de ser centro de la semana?. Y los rumores ya se extendían. Incluso ponían en boca del examinador de marras, frases como “tenía que haberte aprobado, pero en la próxima, te aprobaré”, “nos equivocamos la semana pasada, pero esta vez te hemos aprobado”, y así otras de similares contenidos.
El asunto parecía serio. Incluso había quienes habían ideado un vehículo escolta con cámara de vídeo acoplada, grabando todos los movimientos del vehículo de aprendizaje. Así, querían poder detallar, como si de una moviola futbolística se tratara, los movimientos y reacciones del vehículo examinante. Pero no había tampoco ocasión para la revisión de examen. Era, por lo que parecía, una práctica segura, sin opción a la revisión, y con la amenaza siempre presente de la próxima ocasión, aunque eso sí, con la tasa bien satisfecha.
Y así que estaba con la mosca virtual detrás de aquellos ya agudizados pabellones auditivos cuando empieza a deducir que ni en Valencia ni en Mahón puede que ocurra ello. Sería delictivo que ocurriera tal semejante atrocidad. Delictivo y descarado. ¿A quién se le ocurriría en un país tan avanzado, tan democrático, tan controlado por los medios, como es el nuestro, que alguien tuviera tanto poder omnipersonal como para decidir quién entra y quien queda fuera del cupo de aquel jueves, pongamos por caso? Federico, por momentos estaba convenciéndose de que aquello ocurría en otros lares, en otros lares donde la misma costumbre llevaba intrínseco la normalidad de la norma practicada.
Pero el abejorro continuaba tras la oreja. ¿Y si ocurría en otros lares, a qué venía el comentario dentro del avión?. Siguió agudizando el oído, incluso incorporándose del asiento para facilitar tal acción. Así, con aquella posición más descarada, pudo oír como definían al examinador como “nativo” del lugar. La duda, seguía abierta. Y por fin…. , por fin, obtuvo el motivo. El motivo era sencillo, escueto y como no, creíble. El examinador, el presunto examinador de marras, había sido amonestado por ser “demasiado flojo” en otras ocasiones y mantenido bajo observación por parte de sus superiores. Y aquí estaba el modus operandi. Se obligaba a sí mismo, por un instinto mal adquirido de supervivencia, a imponer un cupo, una ley de máximos, y la cumplía a rajatabla. No valían cábalas ni otros artilugios. De cada cuatro, el orden de aprobado y suspensos no era aleatorio ni por sexos, ni por edades. Tampoco influía el número de convocatorias ni nada por el estilo. Era un estilo propio, personal, sin presunción de ocurrencia, ni por supuesto, de inocencia.
Federico, su orgullo de la lealtad y sobre todo, de la legalidad, pudo más que su, de cada vez menos declarada discreción. Así, los pabellones auditivos volvieron a sus posiciones iniciales y su lugar fue sustituido por una voz entrecortada…: ¿quién, dónde, cuando….? , les preguntó a aquellas jóvenes pretendientas de la susodicha patente. Y la respuesta, tras recuperarse del susto mayúsculo de haber sido “pinchadas” durante toda su conversación, fue evasiva: “Esté vos tranquilo. Ha sido trasladado de villa”. ¿pero dónde estaba, dónde está ahora?. Tranquilo, repetían aquellas jovencitas…. Ya no hay cupo….en jueves.
Y con las ganas, con las ganas de deshojar la margarita, se quedó aquel “curioso” Federico. Y la duda se le quedó en la mente, si en los exámenes de catalán se grababa la parte oral y se puede pedir revisión de examen, ¿por qué no grabar los movimientos de las prácticas para la obtención del carnet de conducir, o de la patente, y favorecer la revisión del examen, aunque sólo fuera para dar mayor credibilidad a los aprobados, y como no, a los suspensos…..?.
P.D. Al ir a recoger los equipajes, aquellas dos jóvenes, se le acercaron a Federico y le comentaron que estuviera tranquilo, que por suerte, en España no ocurrían aquellas cosas. A Federico aquello lo relajó, aunque la duda seguía patente. Por si acaso, obviaría examinarse en jueves.
En el avión, en los asientos ocupados delante del suyo, dos jóvenes con acento sudamericano estaban manteniendo una conversación que parecía la mar de interesante. Y no es que Federico sea cotilla, pero sí que algo curioso, eso sí que hay que reconocerlo, en honor a la verdad. Lo cierto también es que el ambiente estaba abierto, no estaba codificado en absoluto y era un lugar público de libre acceso, previo pago del correspondiente billete, claro está.
Así que puestas en órbita los pabellones auditivos, captaron parte de la conversación que se exponía en aquella confidencia a dos, conferencia a tres. El argumento era simple. Los exámenes y los cupos. Pero no eran los numerus clausulus que todos entendemos para el acceso a una determinada facultad, no. Se referían sencillamente a los exámenes para conseguir la “patente de carro” o lo que es lo mismo, a la licencia o permiso para conducir, tal como se estila en nuestras tierras.
Resulta que quien parecía más joven de las dos interlocutoras, relataba la anécdota de alguien quien iba ya por la tercera vez que acudía al examen práctico para la obtención del mentado permiso o licencia, la patente, como dirían y repetirían las mismas. Y la “patente” se le resistía. Pero no, no era la patente, insistían ambas a la vez.
Quien se resistía en aprobarlas, según la lengua acusadora de ambas, era el examinador en cuestión. A esto, Federico ya se alarmó. El tema podía alcanzar cierta seriedad si lo que oía era verdad. Más adelante pero, las dudas empezaron a abrirse camino en la composición de aquel diálogo, que Federico iba formando frase a frase. No acababa de tener claro dónde ocurría lo de la “patente”. ¿En Valencia, en Mahón, o en su nación de origen?. Seguía la duda, mientras la conversación seguía su ritmo.
Resulta que por desafortunado destino, quienes se examinaban en jueves, en aquel lugar aún desconocido, tenían estadísticamente más posibilidades de tener que volver a examinarse que quienes se examinaban en día miércoles o viernes. ¿Sería por aquello de ser centro de la semana?. Y los rumores ya se extendían. Incluso ponían en boca del examinador de marras, frases como “tenía que haberte aprobado, pero en la próxima, te aprobaré”, “nos equivocamos la semana pasada, pero esta vez te hemos aprobado”, y así otras de similares contenidos.
El asunto parecía serio. Incluso había quienes habían ideado un vehículo escolta con cámara de vídeo acoplada, grabando todos los movimientos del vehículo de aprendizaje. Así, querían poder detallar, como si de una moviola futbolística se tratara, los movimientos y reacciones del vehículo examinante. Pero no había tampoco ocasión para la revisión de examen. Era, por lo que parecía, una práctica segura, sin opción a la revisión, y con la amenaza siempre presente de la próxima ocasión, aunque eso sí, con la tasa bien satisfecha.
Y así que estaba con la mosca virtual detrás de aquellos ya agudizados pabellones auditivos cuando empieza a deducir que ni en Valencia ni en Mahón puede que ocurra ello. Sería delictivo que ocurriera tal semejante atrocidad. Delictivo y descarado. ¿A quién se le ocurriría en un país tan avanzado, tan democrático, tan controlado por los medios, como es el nuestro, que alguien tuviera tanto poder omnipersonal como para decidir quién entra y quien queda fuera del cupo de aquel jueves, pongamos por caso? Federico, por momentos estaba convenciéndose de que aquello ocurría en otros lares, en otros lares donde la misma costumbre llevaba intrínseco la normalidad de la norma practicada.
Pero el abejorro continuaba tras la oreja. ¿Y si ocurría en otros lares, a qué venía el comentario dentro del avión?. Siguió agudizando el oído, incluso incorporándose del asiento para facilitar tal acción. Así, con aquella posición más descarada, pudo oír como definían al examinador como “nativo” del lugar. La duda, seguía abierta. Y por fin…. , por fin, obtuvo el motivo. El motivo era sencillo, escueto y como no, creíble. El examinador, el presunto examinador de marras, había sido amonestado por ser “demasiado flojo” en otras ocasiones y mantenido bajo observación por parte de sus superiores. Y aquí estaba el modus operandi. Se obligaba a sí mismo, por un instinto mal adquirido de supervivencia, a imponer un cupo, una ley de máximos, y la cumplía a rajatabla. No valían cábalas ni otros artilugios. De cada cuatro, el orden de aprobado y suspensos no era aleatorio ni por sexos, ni por edades. Tampoco influía el número de convocatorias ni nada por el estilo. Era un estilo propio, personal, sin presunción de ocurrencia, ni por supuesto, de inocencia.
Federico, su orgullo de la lealtad y sobre todo, de la legalidad, pudo más que su, de cada vez menos declarada discreción. Así, los pabellones auditivos volvieron a sus posiciones iniciales y su lugar fue sustituido por una voz entrecortada…: ¿quién, dónde, cuando….? , les preguntó a aquellas jóvenes pretendientas de la susodicha patente. Y la respuesta, tras recuperarse del susto mayúsculo de haber sido “pinchadas” durante toda su conversación, fue evasiva: “Esté vos tranquilo. Ha sido trasladado de villa”. ¿pero dónde estaba, dónde está ahora?. Tranquilo, repetían aquellas jovencitas…. Ya no hay cupo….en jueves.
Y con las ganas, con las ganas de deshojar la margarita, se quedó aquel “curioso” Federico. Y la duda se le quedó en la mente, si en los exámenes de catalán se grababa la parte oral y se puede pedir revisión de examen, ¿por qué no grabar los movimientos de las prácticas para la obtención del carnet de conducir, o de la patente, y favorecer la revisión del examen, aunque sólo fuera para dar mayor credibilidad a los aprobados, y como no, a los suspensos…..?.
P.D. Al ir a recoger los equipajes, aquellas dos jóvenes, se le acercaron a Federico y le comentaron que estuviera tranquilo, que por suerte, en España no ocurrían aquellas cosas. A Federico aquello lo relajó, aunque la duda seguía patente. Por si acaso, obviaría examinarse en jueves.
PUBLICADO EL 19 DICIEMBRE 2008, EN EL DIARIO MENORCA