Pues sí, un escrito pos-navidad, siempre y cuando a ello nos refiramos sólo al día de marras y no al periodo en sí. Si nos referimos al periodo, aún nos queda días para terminarla, para disfrutarla y como no, para saborearla. Sí, saborearla, porque la Navidad, a pesar de que cada vez hay más detractores a este vocablo, que intencionadamente se refieren al periodo vacacional intrínseco a una relación laboral e incluso a los periodos astronómicos, más que al propio significado que la cristiandad le ha otorgado, en el fondo, se aprecia un sentimiento generalizado muy distinto al de los “otros” periodos vacacionales.
Vacaciones y consumismo actual que nada tienen que ver con la que, mirando atrás, tuvimos en nuestra infancia –eso sí, quienes contamos con más de cuatro décadas de existencia- . Por suerte, por fortuna, aquel espíritu navideño de unión / reunión familiar perdura y sigue imponiéndose ante el resto de barbaries que intentan abrirse camino en cada celebración pagana.
El consumismo, este término relativamente reciente, que se ha ido apoderando de nuestra voluntad, se verá, gracias a la virtual crisis económica –intento desligarla a la supuesta mal llamada crisis energética-, transformada en el con-su-mismo del que durante generaciones disfrutamos y disfrutaron nuestros antepasados. Y señalo que “disfrutamos” porque cuando uno se “hace” a algo, se acostumbra y es feliz con lo que conoce. A veces, el desconocimiento de lo superfluo nos hace felices en la realidad cotidiana. Y la Navidad, durante muchos años, ha sido el límite de este conocimiento.
En Navidad se estrenaban traje, vestido y zapato y por supuesto se comía de extraordinario, y punto pelota. Cuando estos extraordinarios ya se hicieron aspectos cotidianos, se nos hizo necesario algún aspecto que denotara “algo extraordinario”. Así ampliamos las cenas fuera del domicilio, así adquirimos el Papá Noel, y como ambos venían con el apoyo incondicional del negocio bien orquestado, el consumismo, el despilfarro, entraron en aquella cadena cada vez más psicológica de representar el poderío económico de cada hogar, y como no, la necesidad enfermiza de aparentar en algunos casos, aquello que sólo visionaban en portadas virtuales de antaño.
El con-su-mismo futuro, o sea, el disfrutar con-su-mismo traje, con-su-mismo vehículo, con-su-mismo hogar, con-su-mismo sueldo, conllevará una carga psicológica, y como suele ocurrir siempre, aquellos quienes mejor capeen las frustraciones, más rápidamente se adaptarán a este incierto futuro que pasará una temporada entre nosotros. Los vivales, aquellos que con rostro han ido bordeando situaciones, bordearán ésta sin pena ni gloria. Los ricos y hacendados, igual de lo mismo. Los honrados, aquellos que intentarán jugar limpio, serán quienes tendrán que vencer y convencerse de tentaciones de no pasar al otro lado del juego; los marginados y automarginados, serán los que seguirán de lo mismo. Y así se escribe la historia. La nuestra, y la de los otros. Y la Navidad, por suerte de todos, seguirá existiendo. Volveremos tal vez, incluso, a ser más felices a la llegada de ésta. Nos volveremos a reunir en familia, volveremos a refugiarnos en los detalles más que en las cantidades, y como no, seguiremos haciendo un extraordinario.
Un extraordinario sencillo, pero especial. Un extraordinario saboreado, sentido, apreciado. También recordaremos a nuestros ausentes. Tomaremos un tiempo fuera del estrés diario, para que la nostalgia se apodere de nuestro pensamiento, para que el relajamiento de las neuronas, de las pocas neuronas que se resistan a utilizar las máquinas, puedan darnos un soplo de humanidad.
Y en este soplo de humanidad, dirigiremos nuestra mirada hacia los más desfavorecidos, como lo debía estar, dos mil y pico de años atrás, aquel Niño Dios nacido en Belén. Arropados por el único calor del que nada ni nadie puede corromper. Aquel calor del Amor de hogar, de aquella casa, de aquel hogar, que cada uno fabrica según sus obras, sus granitos de arena cotidiana.
Navidad es tiempo en que el individuo cede paso a la colectividad. Amor, familia, hogar, todo hace referencia a la suma y no a la resta. Al darse a los otros, a la voluntad de agradar, de ser buenos, de empatizar, pero la Navidad, no sólo es una fecha ni tiene por qué ser un periodo. La Navidad de cada uno, se va fabricando con la actividad diaria, con la suma de actitudes, de aptitudes, y como no de acciones y omisiones que vamos realizando.
Pretender que, por unos días, se nos olvide y se nos perdonen nuestras ofensas, tiene un límite. Pretender que, por unas fechas, todos perdonemos a nuestros deudores, también es una utopía, máxime cuando el Hombre, es cada vez más autosuficiente. Por tanto, en esta suma, en esta fábrica de voluntades, es necesario que cada uno, a cada acción , a cada entrega, pongamos nuestro grano de amor, de amistad, de esmero en hacerlo bien, en agradar, en apreciar a los demás, y en cierto modo, de ganarnos la Navidad.
Pero para ello, para ganarnos esta Navidad diaria, deberemos romper con muchos defectos adquiridos. No podemos hablar de crisis cuando a un señor se le brindan dos millones de euros anuales para hacer un spot publicitario. No podemos hablar de crisis cuando hablan de un tercio de presupuesto de difícil cobro. No podemos hablar de crisis cuando hablan de subsidios y subvenciones a doquier. Mientras no seamos capaces de romper con todo este malsano vicio de vivir a expensas del vecino, difícilmente seremos capaces de vivir una armonía con nuestro entorno.
Ahora es cuando entiendo aquellas vidas contemplativas, aquellos refugios enclaustrados ajenos a toda la enfermedad societal. Y ahora es cuando entiendo aquella felicidad de sus rostros. Alejarnos del mal, sin duda, aumenta la Felicidad. Y el mal, está ahora en la sociedad misma. Y además, lo vamos fabricando nosotros mismos, con nuestros votos, con nuestros apoyos, con nuestros impuestos, con nuestras desidias, con nuestras decisiones e indecisiones. Y la Navidad, este nacimiento, este vuelta a empezar, siempre es un buen momento, para apear algunas decisiones, algunos considerandos, y emprender un nuevo camino, para que la sociedad sea mejor. Y con una sociedad mejor, nuestra felicidad será más colectiva, menos individual.
Y aquí está la razón de ello: el individualismo, y en todos los sentidos. ¿Cómo pretender unir, crear familia, si priorizamos el individualismo en vez de la colectividad?. El belén, el nacimiento o pesebre en cada hogar, es la forma más sencilla de exteriorizar la unión de una familia. Cada miembro deja su huella, cada miembro participa en su confección. Y por ello mismo, lo mima, lo cuida, lo esmera. Y una familia, una sociedad, una colectividad debe funcionar al unísono, compartiendo responsabilidades y funcionamientos. Sólo con un índice adecuado de participación podremos hacer una familia estable y duradera. O una sociedad, una colectividad… Sólo de nosotros depende. No busquemos enemigos afuera. Busquémoslo en nosotros mismos.
Bon Any 2009.
Vacaciones y consumismo actual que nada tienen que ver con la que, mirando atrás, tuvimos en nuestra infancia –eso sí, quienes contamos con más de cuatro décadas de existencia- . Por suerte, por fortuna, aquel espíritu navideño de unión / reunión familiar perdura y sigue imponiéndose ante el resto de barbaries que intentan abrirse camino en cada celebración pagana.
El consumismo, este término relativamente reciente, que se ha ido apoderando de nuestra voluntad, se verá, gracias a la virtual crisis económica –intento desligarla a la supuesta mal llamada crisis energética-, transformada en el con-su-mismo del que durante generaciones disfrutamos y disfrutaron nuestros antepasados. Y señalo que “disfrutamos” porque cuando uno se “hace” a algo, se acostumbra y es feliz con lo que conoce. A veces, el desconocimiento de lo superfluo nos hace felices en la realidad cotidiana. Y la Navidad, durante muchos años, ha sido el límite de este conocimiento.
En Navidad se estrenaban traje, vestido y zapato y por supuesto se comía de extraordinario, y punto pelota. Cuando estos extraordinarios ya se hicieron aspectos cotidianos, se nos hizo necesario algún aspecto que denotara “algo extraordinario”. Así ampliamos las cenas fuera del domicilio, así adquirimos el Papá Noel, y como ambos venían con el apoyo incondicional del negocio bien orquestado, el consumismo, el despilfarro, entraron en aquella cadena cada vez más psicológica de representar el poderío económico de cada hogar, y como no, la necesidad enfermiza de aparentar en algunos casos, aquello que sólo visionaban en portadas virtuales de antaño.
El con-su-mismo futuro, o sea, el disfrutar con-su-mismo traje, con-su-mismo vehículo, con-su-mismo hogar, con-su-mismo sueldo, conllevará una carga psicológica, y como suele ocurrir siempre, aquellos quienes mejor capeen las frustraciones, más rápidamente se adaptarán a este incierto futuro que pasará una temporada entre nosotros. Los vivales, aquellos que con rostro han ido bordeando situaciones, bordearán ésta sin pena ni gloria. Los ricos y hacendados, igual de lo mismo. Los honrados, aquellos que intentarán jugar limpio, serán quienes tendrán que vencer y convencerse de tentaciones de no pasar al otro lado del juego; los marginados y automarginados, serán los que seguirán de lo mismo. Y así se escribe la historia. La nuestra, y la de los otros. Y la Navidad, por suerte de todos, seguirá existiendo. Volveremos tal vez, incluso, a ser más felices a la llegada de ésta. Nos volveremos a reunir en familia, volveremos a refugiarnos en los detalles más que en las cantidades, y como no, seguiremos haciendo un extraordinario.
Un extraordinario sencillo, pero especial. Un extraordinario saboreado, sentido, apreciado. También recordaremos a nuestros ausentes. Tomaremos un tiempo fuera del estrés diario, para que la nostalgia se apodere de nuestro pensamiento, para que el relajamiento de las neuronas, de las pocas neuronas que se resistan a utilizar las máquinas, puedan darnos un soplo de humanidad.
Y en este soplo de humanidad, dirigiremos nuestra mirada hacia los más desfavorecidos, como lo debía estar, dos mil y pico de años atrás, aquel Niño Dios nacido en Belén. Arropados por el único calor del que nada ni nadie puede corromper. Aquel calor del Amor de hogar, de aquella casa, de aquel hogar, que cada uno fabrica según sus obras, sus granitos de arena cotidiana.
Navidad es tiempo en que el individuo cede paso a la colectividad. Amor, familia, hogar, todo hace referencia a la suma y no a la resta. Al darse a los otros, a la voluntad de agradar, de ser buenos, de empatizar, pero la Navidad, no sólo es una fecha ni tiene por qué ser un periodo. La Navidad de cada uno, se va fabricando con la actividad diaria, con la suma de actitudes, de aptitudes, y como no de acciones y omisiones que vamos realizando.
Pretender que, por unos días, se nos olvide y se nos perdonen nuestras ofensas, tiene un límite. Pretender que, por unas fechas, todos perdonemos a nuestros deudores, también es una utopía, máxime cuando el Hombre, es cada vez más autosuficiente. Por tanto, en esta suma, en esta fábrica de voluntades, es necesario que cada uno, a cada acción , a cada entrega, pongamos nuestro grano de amor, de amistad, de esmero en hacerlo bien, en agradar, en apreciar a los demás, y en cierto modo, de ganarnos la Navidad.
Pero para ello, para ganarnos esta Navidad diaria, deberemos romper con muchos defectos adquiridos. No podemos hablar de crisis cuando a un señor se le brindan dos millones de euros anuales para hacer un spot publicitario. No podemos hablar de crisis cuando hablan de un tercio de presupuesto de difícil cobro. No podemos hablar de crisis cuando hablan de subsidios y subvenciones a doquier. Mientras no seamos capaces de romper con todo este malsano vicio de vivir a expensas del vecino, difícilmente seremos capaces de vivir una armonía con nuestro entorno.
Ahora es cuando entiendo aquellas vidas contemplativas, aquellos refugios enclaustrados ajenos a toda la enfermedad societal. Y ahora es cuando entiendo aquella felicidad de sus rostros. Alejarnos del mal, sin duda, aumenta la Felicidad. Y el mal, está ahora en la sociedad misma. Y además, lo vamos fabricando nosotros mismos, con nuestros votos, con nuestros apoyos, con nuestros impuestos, con nuestras desidias, con nuestras decisiones e indecisiones. Y la Navidad, este nacimiento, este vuelta a empezar, siempre es un buen momento, para apear algunas decisiones, algunos considerandos, y emprender un nuevo camino, para que la sociedad sea mejor. Y con una sociedad mejor, nuestra felicidad será más colectiva, menos individual.
Y aquí está la razón de ello: el individualismo, y en todos los sentidos. ¿Cómo pretender unir, crear familia, si priorizamos el individualismo en vez de la colectividad?. El belén, el nacimiento o pesebre en cada hogar, es la forma más sencilla de exteriorizar la unión de una familia. Cada miembro deja su huella, cada miembro participa en su confección. Y por ello mismo, lo mima, lo cuida, lo esmera. Y una familia, una sociedad, una colectividad debe funcionar al unísono, compartiendo responsabilidades y funcionamientos. Sólo con un índice adecuado de participación podremos hacer una familia estable y duradera. O una sociedad, una colectividad… Sólo de nosotros depende. No busquemos enemigos afuera. Busquémoslo en nosotros mismos.
Bon Any 2009.
PUBLICADO EL 28 DICIEMBRE 2008, EN EL DIARIO MENORCA