Como dicen que el orden de los factores no altera el producto, pues allá vamos. Primeramente decir que visto lo visto, no me encuentro entre este 22 y algo por ciento de espectadores que no vio el mensaje de S.M. el Rey por Nochebuena. Pero a decir verdad, tampoco me encontrarán entre el restante 77 y algo por ciento, que sí que lo vio. Y eso es que sencillamente no estaba atento a la televisión, y por tanto, por aquello del ahorro energético, el aparato de marras se encontraba en posición off. Éramos pues, diez españolitos que no se encontraban en la estadística de espectadores.
Éramos en casa diez españolitos –ocho de ellos con derecho a voto- que se encontraban ausentes de las palabras de S.M. Aquella noche, había cosas más importantes que hacer que no estar atentos a uno o varios programas de televisión. Además, ¿a quién va dirigido el mensaje? ¿A los españolitos de a pié, que nada pueden hacer? ¿ O a los que están en las altas esferas?. Y claro, ¿por qué no los reúne a todos, a los del PSOE, a los del PP, y a otros más, si se quiere, y les da su mensaje? Además, podría aprovecharse un encuentro a manteles –cada uno pagando su parte, por lo de la crisis, claro- y así reprocharles sus actitudes y encarrilarles en el buen sendero. Luego, si así lo consiguiera, dentro de unos años, pocos o más, depende, podría reunirnos a todos, sin o con manteles, ante el televisor. Pero mientras, no, gracias. El tiempo del NO-DO ya ha pasado a la historia, y por mucha crisis que se nos amenace en sobrevolar nuestras azoteas, la libertad ganada, nos hace cada vez más autónomos.
Y ser autónomos significa no depender de nadie –eso cuando el carro va viento en popa-, que cuando las cosas se extravían bueno es el auspicio de papá Estado, pero bueno, eso lo dejaremos para después de las Navidades, después de las rebajas y con la consabida cuesta de enero.
Y las encuestas –que no cuestas- hablan de descenso de telespectadores, sí. Pero en relación a las cadenas que lo televisaron, y de las que pasaron de televisarlo. Nada hablan de quienes, como en casa, apagamos el televisor o para quienes en su lugar de ocio, trabajo o demás, tampoco tuvieron o quisieron tener opción a verlo. ¿Cuántos españoles y asimilados oyeron el discurso del Rey?. ¿Cuántos de quienes lo oyeron, lo entendieron?. La cosa se complica.
Oír y comprender, ver y mirar. Hace tiempo que tengo una carta, de aquellas que se sellan y franquean, en mente. El destinatario primero tenía como domicilio la Zarzuela, y jefe supremo de las FFAA. Pero poco a poco, entendí que no llegaría a su destino. O al menos, al destino que uno se proponía. Pretendía hacerle llegar mi desavenencia a un tema que se dice reglado, a un tema que por la firma delegada de alguien de un Ministerio, te invitan a que empieces a pleitear con el coste económico que ello conlleva. Y no. No piensas gastarte un dinero que no tienes, en algo que es más político o sentimental, que reglado. Y por eso mismo, por ser político o sentimental, obviaré recibir buenas letras de algún primer escalafón.
Pero la carta sigue en mente, aunque esta vez el destinatario sea más político –y porqué no, sentimental- que el primero. La destinataria ahora en mente, es la mismísima ministra del ramo. Y a ella voy a dirigirme si aguanta en el cargo y me espabilo en escribirla. Y es que si mi primera posición fue de rechazo, no por ella, sino por el tono de desafío con el que interpreté su nombramiento; ahora –y antes de ahora-sus formas, me la avalan. Y por aquello de fémina, creo podrá valorar mejor el sentimiento que el propio procedimiento reglado. Y a eso vamos.
¿Acaso no es estila eso de que la ley debe ir acorde con la sociedad y no al revés? Pero por lo visto, en este país, patria, nación, estado, grupo, asociación o como uno invente en llamarlo, a los únicos que uno, por aquello de la inocencia remanente de la infancia, puede dirigirse con el consabido logro del procedimiento reglado y sin arreglar, es a los Reyes, a los Magos, por supuesto, quienes por aquello de la magia que todo lo puede, hacen realidad miles, cientos de miles, millones tal vez, de sueños infantiles.
Pero para ello, para alcanzar la inocencia –que no ignorancia- de la infancia, debemos despojarnos de muchas de estas vestiduras que año tras año, esta misma sociedad nos ha ido cargando. Y estas vestiduras societales, han ido dejando un remanente que dificulta que la inocencia, esta virtud beata de la infancia, pueda revivirse una vez traspasado el límite entre la ilusión y la realidad. Y en esta estamos.
Primeramente pido a los Reyes, a los Magos, por supuesto, un granito, un saco más bien, de ilusión, de inocencia. Luego, ya más adelante, cuando la ilusión de una infancia de antaño –que la actual ya difiere- se apodere de mi mente, tal vez, incluso ya no sea necesario hacer ninguna petición más.
¡Cómo nos lo complican a los mayores!.
¡Cómo nos lo complicamos nosotros mismos!.
Éramos en casa diez españolitos –ocho de ellos con derecho a voto- que se encontraban ausentes de las palabras de S.M. Aquella noche, había cosas más importantes que hacer que no estar atentos a uno o varios programas de televisión. Además, ¿a quién va dirigido el mensaje? ¿A los españolitos de a pié, que nada pueden hacer? ¿ O a los que están en las altas esferas?. Y claro, ¿por qué no los reúne a todos, a los del PSOE, a los del PP, y a otros más, si se quiere, y les da su mensaje? Además, podría aprovecharse un encuentro a manteles –cada uno pagando su parte, por lo de la crisis, claro- y así reprocharles sus actitudes y encarrilarles en el buen sendero. Luego, si así lo consiguiera, dentro de unos años, pocos o más, depende, podría reunirnos a todos, sin o con manteles, ante el televisor. Pero mientras, no, gracias. El tiempo del NO-DO ya ha pasado a la historia, y por mucha crisis que se nos amenace en sobrevolar nuestras azoteas, la libertad ganada, nos hace cada vez más autónomos.
Y ser autónomos significa no depender de nadie –eso cuando el carro va viento en popa-, que cuando las cosas se extravían bueno es el auspicio de papá Estado, pero bueno, eso lo dejaremos para después de las Navidades, después de las rebajas y con la consabida cuesta de enero.
Y las encuestas –que no cuestas- hablan de descenso de telespectadores, sí. Pero en relación a las cadenas que lo televisaron, y de las que pasaron de televisarlo. Nada hablan de quienes, como en casa, apagamos el televisor o para quienes en su lugar de ocio, trabajo o demás, tampoco tuvieron o quisieron tener opción a verlo. ¿Cuántos españoles y asimilados oyeron el discurso del Rey?. ¿Cuántos de quienes lo oyeron, lo entendieron?. La cosa se complica.
Oír y comprender, ver y mirar. Hace tiempo que tengo una carta, de aquellas que se sellan y franquean, en mente. El destinatario primero tenía como domicilio la Zarzuela, y jefe supremo de las FFAA. Pero poco a poco, entendí que no llegaría a su destino. O al menos, al destino que uno se proponía. Pretendía hacerle llegar mi desavenencia a un tema que se dice reglado, a un tema que por la firma delegada de alguien de un Ministerio, te invitan a que empieces a pleitear con el coste económico que ello conlleva. Y no. No piensas gastarte un dinero que no tienes, en algo que es más político o sentimental, que reglado. Y por eso mismo, por ser político o sentimental, obviaré recibir buenas letras de algún primer escalafón.
Pero la carta sigue en mente, aunque esta vez el destinatario sea más político –y porqué no, sentimental- que el primero. La destinataria ahora en mente, es la mismísima ministra del ramo. Y a ella voy a dirigirme si aguanta en el cargo y me espabilo en escribirla. Y es que si mi primera posición fue de rechazo, no por ella, sino por el tono de desafío con el que interpreté su nombramiento; ahora –y antes de ahora-sus formas, me la avalan. Y por aquello de fémina, creo podrá valorar mejor el sentimiento que el propio procedimiento reglado. Y a eso vamos.
¿Acaso no es estila eso de que la ley debe ir acorde con la sociedad y no al revés? Pero por lo visto, en este país, patria, nación, estado, grupo, asociación o como uno invente en llamarlo, a los únicos que uno, por aquello de la inocencia remanente de la infancia, puede dirigirse con el consabido logro del procedimiento reglado y sin arreglar, es a los Reyes, a los Magos, por supuesto, quienes por aquello de la magia que todo lo puede, hacen realidad miles, cientos de miles, millones tal vez, de sueños infantiles.
Pero para ello, para alcanzar la inocencia –que no ignorancia- de la infancia, debemos despojarnos de muchas de estas vestiduras que año tras año, esta misma sociedad nos ha ido cargando. Y estas vestiduras societales, han ido dejando un remanente que dificulta que la inocencia, esta virtud beata de la infancia, pueda revivirse una vez traspasado el límite entre la ilusión y la realidad. Y en esta estamos.
Primeramente pido a los Reyes, a los Magos, por supuesto, un granito, un saco más bien, de ilusión, de inocencia. Luego, ya más adelante, cuando la ilusión de una infancia de antaño –que la actual ya difiere- se apodere de mi mente, tal vez, incluso ya no sea necesario hacer ninguna petición más.
¡Cómo nos lo complican a los mayores!.
¡Cómo nos lo complicamos nosotros mismos!.
PUBLICADO EL 4 ENERO 2009, EN EL DIARIO MENORCA.