SENT – I - MIENTO

Hay momentos en la vida en que uno se encuentra confuso. Más que confuso, contrariado. Siempre me había motivado la festividad de Sant Antoni por aquello de sentirse uno menorquín, aquello que no sabes bien por qué se produce, pero que allí está, que ha estado siempre, y que pretendes que dure durante toda tu existencia.

Para uno, sentirse menorquín es amar la tierra que pisas cada día, el mar y como no, el viento que nos azota, el frío que nos hiela, la lluvia que nos moja. Todo un compendio de factores que forma un entorno, unas condiciones que son Menorca y no otra cosa. Y esta Menorca que conociste de pequeño, intentas reconocerla a pesar de los cambios producidos, y es así que encuentras alguna señal inequívoca de que es ésta y no otra, mientras en su búsqueda te adentras en la soledad de la tierra, del mar, de la brisa, del viento que sigue azotando…

Y hasta aquí lo encuentras lógico y normal. Amas a tu tierra porque has vivido en ella, porque ha sido la cuna de tus antepasados, porque la has vivido desde pequeño… Y agradeces que sea isla y no comarca, ni provincia ni otro nombre, porque tiene así su límite, su contorno, bien marcados. Sabes hasta donde están tus posesiones y donde ya son de otro. Y para ello, entrecruzas tierra y sentimientos, historia y vivencias. Pero sabes también que el sentimiento patrio menorquín es más que una simple tierra y una historia común. Sabes que sentimiento y vivencia son artífice de esta conciencia de patria chica, de patria común.

Tus vivencias vienen acuñadas con la complicidad, como no, de tus progenitores, de tus demás vínculos sanguíneos, de tus preceptores, de tu juventud, en fin, de lo que podríamos enumerar como de tus circunstancias. Pero uno, por suerte, no está sólo en este devenir. Otros, muchos otros, también tendrán sus propias circunstancias que diferirán de las tuyas, de las de los demás….

Y son estas circunstancias y otras, las que te van formando en este espíritu menorquín. Llega la festividad de Sant Antoni, y alguien intentará estropeártelo. Alguien hablará de cultura y te desplazará de esta Menorca que has vivido y te aliará con otras tierras, otras o la misma cultura, y en síntesis te globalizará en el entorno. Y llegarán a más. Lo políticamente correcto, hará que otras gentes, otros lares, también sean incluidos en este “amor patrio”, sin vivencias, sin historia, sin raíces, sólo regidos por las circunstancias y por el entorno geográfico que nos engloba.

Y te preguntas: ¿sentimiento, vivencias, lengua, cultura, historia o territorio?. Te contrapreguntas al interrogarte sobre el sentimiento balear. Lo encuentras vacío, carente de todo significado. No te sientes balear, por mucho que lo intentes, que te lo intenten. Tal vez, la isla, el límite geográfico te imponga esta carencia, esta autonomía obligada con la mayor. Y aquí empezaremos a hablar de las reivindicaciones. Parece como si no pudiera existir celebración patria sin reivindicar algo. Que si competencias, que si cultura, que si…..

Y todos los argumentos que has estado esgrimiendo para unir, en un momento, el afán protagonista de la división ha hecho que se perdiera el encanto. El equilibrio, esta difícil tarea psicológica, del que durante todo el año hemos hecho profesión de fé, nos lo cargamos cuando nuestro individualismo muestra la peor de sus caras. Y llegado a ésta, te preguntas por las dos varas de medir que se utiliza en esta sociedad menorquina. Por un lado, te abres al exterior. Derrumbamos paredes secas, atravesamos charcos y mares, nos globalizamos y onegenizamos. Por otro, nos encerramos ensimismados.

Y por un día, exigimos lo nuestro, lo poco nuestro y nada más. Y lo queremos todo: tierra, sentimiento y lengua. Antepasados, genes y chip si se tercia. Y uno, quiere permanecer ajeno a todo ello. Por una parte, quiere y tiene tierra, sentimiento, lengua, antepasados y vivencias. Por otra, no es quien para cribar a otros, ni para exigirles sentimiento documental ni por supuesto análisis genético. Incluso la historia, me asusta. Me asusta, me asustaría conocer si entre aquella “bona gent catalana” habría algún antepasado mío. Me asustaría conocer de sus vivencias, de sus acciones y omisiones.

Y la pregunta es, ¿dónde sitúo mi cuenta de antepasados, mi vuelta al relevo generacional? ¿O por el contrario, me sitúo en mi entorno, en mis circunstancias, en mi realidad y no en la de otro?. Y sobre todo, dejo que otros, muchos otros, también no busquen raíces, y disfruten de su menorquinidad actual y no de sus raíces lejanas. ¿Serán capaces también otros de hacer esta catarsis y encomendarse a sus propias vivencias, a sus propios sentimientos, con la mira puesta hacia el futuro y no hacia el pasado?.

Y es que para pasar satisfactoriamente el test de menorquinidad, sólo hay que alejarse de ella. Cuánto más lejano esté uno de nuestra Menorca, en distancia y en tiempo, conocerá cuál es su grado de menorquinidad. Al igual ocurrirá a quien, desde otras tierras se hayan posicionado en Menorca. Ya no será la historia ni las vivencias, quienes marquen el terreno, sino simplemente el sentimiento. Y esto es lo que hay que valorar, el sentimiento.

Y sobre todo, no lo confundamos con el sent-i-miento. Que algunos son muy duchos en los juegos de palabras.


PUBLICADO EL 15 ENERO 2009, EN EL DIARIO MENORCA.