Sueño, pesadilla, quien sabe qué. En estas fechas en que el espíritu menorquín gana enteros por aquello de la Diada -o lo que antes veníamos en llamar Patrón-, en estas fechas en que millones de personas tienen sus ojos en otro gran sueño, el americano, en estas fechas en que los presagios, los malos augurios –ahora sí- del Gobierno, hacen peligrar nuestra economía doméstica, te propones un sueño, un gran sueño con clave menorquina.
En este sueño intentaríamos ya no niveles de competencias, sino simplemente de autosuficiencia. ¿Qué mejor competencia que la de no necesitar, ni depender de nadie?. Pero ojo, al dato. Autosuficiencia, que nada tiene que ver con independencia ni otros términos muy dados últimamente a falsas, erróneas, malintencionadas interpretaciones. No necesitamos más directores generales ni insulares ni de apelativo alguno. Es un sueño, no una pesadilla, ni una alucinación barbitúrica.
También por estas fechas nuestro estandarte por excelencia, El Caserío, se debate entre la vida y la muerte menorquina. Con su letargo, hemos ganado en solidaridad sana y sincera. Hemos ampliado también el decálogo de lo que significa ser y sentirse menorquines. Y en el conjunto de todas las circunstancias : crisis, crisis, más crisis, falta de visión, falta de previsión, falta de estructura, falta de escrúpulos, desinterés, ineficacia, y mucha, muchísima ineptitud en los responsables de cada respectiva delegación competencial, renace el problema de siempre: la insularidad.
Una insularidad que de nada nos ha servido –sino más bien todo lo contrario- para mantenernos alejados de esta mala jugada de los economistas mundiales. No ha habido cuarentena ni lazareto alguno que haya evitado que entrara en nuestra roqueta y que además, se prevea su larga resistencia a marcharse del lugar, efecto ratonera incluida, por supuesta.
Estamos pagando ahora, y seguiremos pagando durante bastante tiempo, el pasotismo, la sumisión a la isla mayor, a la península, y como no, a los dirigentes de Palma y Madrid. Y en ello que necesitamos un gran sueño. Un exponente que reactive nuestra economía y que nos haga menos dependientes –por mucho que ahora esté de moda por ley-, y sobre todo autosuficientes.
El turismo, como no, dependerá del exterior: de la imagen que demos, y como no, del poder adquisitivo que pongamos y que se pongan nuestros potenciales visitantes. ¿Por qué no invertir aquellas decenas de millones de euros que se pagarán por el spot de Nadal, en hacer más atractivo nuestro entorno? ¿Por qué no poner los ojos hacia otras empresas reactivadotas? ¿por qué no crear un producto y exportarlo hacia el exterior?
Y cuando digo producto, no me imagino uno de doradas ni piscifactorías. Que de ellas ya tuvimos una triste y desastrosa experiencia ¿no?. O tal vez sí, bien llevado, claro. Que una cosa es llevar una empresa y otra ser político. Que para lo primero hay que tener conocimientos, voluntad de trabajo y poner mucho en el asador. Y aquí está el problema. Desde el boom inmobiliario, desde que se oyeron los sones de los tambores que sonaban por la península por aquello de la década del pelotazo, aquí, el más inepto, intentó hacer edificios, creó empresa y se llenó los bolsillo. Además, tampoco se necesitaba tener plantilla. Un ordenador, un teléfono móvil, y un coche. Esa era la única inversión que necesitaba un nuevo empresario salido de aquellos años del pelotazo. Eso sí, una agenda llena de números. Números de teléfono, claro está. De influencias y de influyentes. Y como no, de alguna que otra empresa de servicios y afines. Las subcontratas harían el resto. Y si en Menorca no había, pues de la península. Y así nos ha ido.
Grandes obras, sí. Pero poco trabajo. Cuadrillas y más cuadrillas de personal cualificado en tal o cual actuación, embarcados, venidos e idos. Y ya está. Hasta aquí la pesadilla del hasta ahora, con eso sí, el beneplácito de nuestros representantes, del aplauso de nuestros veladores.
Y es hora también de pensar en el campo, en el mar, en el aire. Tierra, mar y aire, al más puro estilo castrense sí, pero pacificador, redentor de nuestras esperanzas. ¿Cómo explotar el campo menorquín para que sea autosuficiente, para que produzca para nosotros y para otros? ¿Cómo explotar la costa menorquina, para que produzca para nosotros y para otros? ¿Cómo explotar nuestros cielos para que produzca para nosotros y para otros?. ¿Para qué unos políticos delegados de tal o cual, si no son capaces de dar ideas, de solucionar problemas? ¿Acaso será que los políticos sólo sirven para administrar los problemas, y no para resolverlos?.
El campo puede producir y mucho. E investigar. ¿Por qué no hacer plantaciones de algún tipo de plantas, que sirva para la industria farmacéutica? ¿por qué no hacer granjas de animales –conejos, gallinas, etc- para la explotación, exportación y tratamiento de sus carnes, productos…? ¿por qué no desligarnos de cuotas y producir nuestra propia leche, a la antigua usanza y abastecer el mercado menorquín? Y así, muchos así, con más técnicos, con más payeses, con más misatges y menos políticos y asimilados. Eso sí, al payés, al misatge, al encargado de tal o cual plantación, habrá que pagarle un sueldo digno, un sueldo estipulado por hora trabajada.
Y la explotación de la costa…. ¿Qué hacemos con la costa? ¿qué producimos en ella?. Y en el aire….. acaso no iría bien más molinos, más placas solares….más electricidad, más energía, lo que sin duda repercutiría en el coste energético, en el tan cacareado vector de la inflación.
Y como no, todo este hipotético producto lleva un sinfín de empresas de servicios. Y de necesidades. De mentes abiertas y decididas. No necesitamos bolsillos llenos. Necesitamos mentes emprendedoras. Y con ellos llegarán los ingresos y los gastos. El movimiento, vamos. Rectilíneo, uniformemente acelerado, hasta que algún día, eso sí, alguien, algún espabilado quiera hacer un poco más de negocio que el vecino. Cuando el pelotazo vuelva a salir a la palestra pública, adiós sueño.
Bienvenido sea luego, la pesadilla, el insomnio, la crisis de la ansiedad y la desesperación.
En este sueño intentaríamos ya no niveles de competencias, sino simplemente de autosuficiencia. ¿Qué mejor competencia que la de no necesitar, ni depender de nadie?. Pero ojo, al dato. Autosuficiencia, que nada tiene que ver con independencia ni otros términos muy dados últimamente a falsas, erróneas, malintencionadas interpretaciones. No necesitamos más directores generales ni insulares ni de apelativo alguno. Es un sueño, no una pesadilla, ni una alucinación barbitúrica.
También por estas fechas nuestro estandarte por excelencia, El Caserío, se debate entre la vida y la muerte menorquina. Con su letargo, hemos ganado en solidaridad sana y sincera. Hemos ampliado también el decálogo de lo que significa ser y sentirse menorquines. Y en el conjunto de todas las circunstancias : crisis, crisis, más crisis, falta de visión, falta de previsión, falta de estructura, falta de escrúpulos, desinterés, ineficacia, y mucha, muchísima ineptitud en los responsables de cada respectiva delegación competencial, renace el problema de siempre: la insularidad.
Una insularidad que de nada nos ha servido –sino más bien todo lo contrario- para mantenernos alejados de esta mala jugada de los economistas mundiales. No ha habido cuarentena ni lazareto alguno que haya evitado que entrara en nuestra roqueta y que además, se prevea su larga resistencia a marcharse del lugar, efecto ratonera incluida, por supuesta.
Estamos pagando ahora, y seguiremos pagando durante bastante tiempo, el pasotismo, la sumisión a la isla mayor, a la península, y como no, a los dirigentes de Palma y Madrid. Y en ello que necesitamos un gran sueño. Un exponente que reactive nuestra economía y que nos haga menos dependientes –por mucho que ahora esté de moda por ley-, y sobre todo autosuficientes.
El turismo, como no, dependerá del exterior: de la imagen que demos, y como no, del poder adquisitivo que pongamos y que se pongan nuestros potenciales visitantes. ¿Por qué no invertir aquellas decenas de millones de euros que se pagarán por el spot de Nadal, en hacer más atractivo nuestro entorno? ¿Por qué no poner los ojos hacia otras empresas reactivadotas? ¿por qué no crear un producto y exportarlo hacia el exterior?
Y cuando digo producto, no me imagino uno de doradas ni piscifactorías. Que de ellas ya tuvimos una triste y desastrosa experiencia ¿no?. O tal vez sí, bien llevado, claro. Que una cosa es llevar una empresa y otra ser político. Que para lo primero hay que tener conocimientos, voluntad de trabajo y poner mucho en el asador. Y aquí está el problema. Desde el boom inmobiliario, desde que se oyeron los sones de los tambores que sonaban por la península por aquello de la década del pelotazo, aquí, el más inepto, intentó hacer edificios, creó empresa y se llenó los bolsillo. Además, tampoco se necesitaba tener plantilla. Un ordenador, un teléfono móvil, y un coche. Esa era la única inversión que necesitaba un nuevo empresario salido de aquellos años del pelotazo. Eso sí, una agenda llena de números. Números de teléfono, claro está. De influencias y de influyentes. Y como no, de alguna que otra empresa de servicios y afines. Las subcontratas harían el resto. Y si en Menorca no había, pues de la península. Y así nos ha ido.
Grandes obras, sí. Pero poco trabajo. Cuadrillas y más cuadrillas de personal cualificado en tal o cual actuación, embarcados, venidos e idos. Y ya está. Hasta aquí la pesadilla del hasta ahora, con eso sí, el beneplácito de nuestros representantes, del aplauso de nuestros veladores.
Y es hora también de pensar en el campo, en el mar, en el aire. Tierra, mar y aire, al más puro estilo castrense sí, pero pacificador, redentor de nuestras esperanzas. ¿Cómo explotar el campo menorquín para que sea autosuficiente, para que produzca para nosotros y para otros? ¿Cómo explotar la costa menorquina, para que produzca para nosotros y para otros? ¿Cómo explotar nuestros cielos para que produzca para nosotros y para otros?. ¿Para qué unos políticos delegados de tal o cual, si no son capaces de dar ideas, de solucionar problemas? ¿Acaso será que los políticos sólo sirven para administrar los problemas, y no para resolverlos?.
El campo puede producir y mucho. E investigar. ¿Por qué no hacer plantaciones de algún tipo de plantas, que sirva para la industria farmacéutica? ¿por qué no hacer granjas de animales –conejos, gallinas, etc- para la explotación, exportación y tratamiento de sus carnes, productos…? ¿por qué no desligarnos de cuotas y producir nuestra propia leche, a la antigua usanza y abastecer el mercado menorquín? Y así, muchos así, con más técnicos, con más payeses, con más misatges y menos políticos y asimilados. Eso sí, al payés, al misatge, al encargado de tal o cual plantación, habrá que pagarle un sueldo digno, un sueldo estipulado por hora trabajada.
Y la explotación de la costa…. ¿Qué hacemos con la costa? ¿qué producimos en ella?. Y en el aire….. acaso no iría bien más molinos, más placas solares….más electricidad, más energía, lo que sin duda repercutiría en el coste energético, en el tan cacareado vector de la inflación.
Y como no, todo este hipotético producto lleva un sinfín de empresas de servicios. Y de necesidades. De mentes abiertas y decididas. No necesitamos bolsillos llenos. Necesitamos mentes emprendedoras. Y con ellos llegarán los ingresos y los gastos. El movimiento, vamos. Rectilíneo, uniformemente acelerado, hasta que algún día, eso sí, alguien, algún espabilado quiera hacer un poco más de negocio que el vecino. Cuando el pelotazo vuelva a salir a la palestra pública, adiós sueño.
Bienvenido sea luego, la pesadilla, el insomnio, la crisis de la ansiedad y la desesperación.
PUBLICADO EL 23 ENERO 2009, EN EL DIARIO MENORCA.