Hace unos meses, participé en unas jornadas que se realizaron sobre Agenda Local 21, y en el marco de éstas, en la última jornada de las mismas, los participantes en ella, hicimos una práctica de taller de AL21. En esta práctica, se nos propuso a cada uno de nosotros que representáramos a un sector de la sociedad para representarlo en una “reunión ficticia” de dicha agenda.
Se nos propuso una práctica sobre un hecho real, del que desconocíamos a priori el lugar concreto donde tuvo lugar, aunque eso sí, se nos aportó todos los datos necesarios para debatirlo. Así, conocimos que se trataba de una ciudad, con un casco antiguo con bastante vida, comercialmente hablando, con sus comercios, negocios y zonas de esparcimiento característicos de aquellos lugares, además de un polígono industrial, colindante con el perímetro de la ciudad, en uno de sus extremos, más concretamente hacia el noreste.
Y la práctica trataba sobre los pros y los contras del traslado de todo aquel polígono industrial a la afueras del perímetro visible, bastante alejado de la ciudad actual y ocupar aquellos espacios que antiguamente ocuparan el polígono industrial al noreste de la ciudad, para construir viviendas. Y no acababa aquí el tema, no. Todo el terreno al sur de la actual ciudad, con sus ruinas romanas, parques, riachuelo y demás, también sería urbanizable, formando una gran urbanización con chalets y casas unifamiliares, rodeados de jardines y con una altura de Pb + 1, que se unirían con el otro sector anteriormente descrito.
Puestos mano a la obra, y no precisamente en la del cemento y demás, pasamos a distribuirnos los roles que desempeñaría cada uno de nosotros. Así, aparecieron las figuras del presidente de la asociación de vecinos, del especulador que se encargaría de mover todo el entramado del negocio, del político quien poco a poco fue derivado como alcalde, del ecologista, del representante del pequeño comercio, de la gestora de minusválidos, de los sindicatos,…..
La coordinadora del taller, de la práctica más bien, fue brindando roles, y por aquello de no ser políticamente correcto, la figura del especulador, iba quedando desierta. Pero bueno, al final, ya pueden imaginarse ustedes quien ocupó tal “desagradable” rol .
Efectivamente, dado que no había voluntarios para ello, pues uno que en la intimidad, como diría Aznar, no le importa que se le acuse de “políticamente incorrecto”, se decantó por el perfil de “especulador”. Y allí empezamos las andanadas. No se porqué, pero el buen rollo con la figura de quien representaría primeramente al político y que acabó representando al alcalde de aquella localidad, fue inminente. Incluso a veces, los demás presentes confundían los papeles de cada uno. También es verdad que la confusión era provocada por la actitud manipuladora del especulador, valga la aclaración. Por unos momentos, me sentía Juan Guerra en aquel supuesto despacho de la delegación del gobierno. Y no era para menos.
Y sostenible, lo hicimos sostenible. Con anterioridad, es de suponer que el especulador había comprado los terrenos a un precio de saldo, y ahora faltaba que el pleno de la corporación recalificara los terrenos. Tanto aquellos en los que se ubicaría aquella nueva ciudad, como toda la zona exterior dedicada al polígono industrial. Prometiendo y volviendo a prometer, logramos hacer desaparecer el rechazo frontal a toda intervención urbanística. Además, con la crisis asomando la oreja, el desarrollo industrial y todo el entramado de la construcción era una baza que los sindicatos apoyarían sin ninguna duda. Prometiendo y volviendo a prometer, y sobre todo, haciendo uso y presupuesto de las ayudas oficiales que tan meritoriamente se ocuparía nuestro alcalde ficticio, favorecerían todo tipo de movilidad sostenible en la nueva versión de ciudad modelo. Así, el transporte público sería el encargado de los itinereres de los trabajadores. El transporte escolar otro que tal, con sus servicios de guarda y como no, la instauración de guarderías en las zonas de trabajo.
Las aceras protegidas, anchuras acordes con las necesidades, zonas peatonales y de prioridad inversa, centros comerciales, todo apuntaba hacia conseguir el beneplácito de la representante del colectivo de minusvalías, del representante de los colectivos vecinales e incluso de los ecologistas, con un gran pulmón que englobaría toda la zona de las ruinas romanas así como el riachuelo que cruzaba la ciudad.
Un gran despliegue de innovaciones sostenibles, reconducción de las aguas pluviales, aprovechamiento de las energías renovables, y un largo etcétera de proyectos pilotos, harían el resto.
Sólo la oposición del pequeño comerciante , hizo peligrar en su momento el mega-proyecto de aquella ciudad prototipo. El pequeño comerciante se resistía a abandonar el centro histórico de la ciudad, y dado que la población salía de aquel centro histórico, presumía que sus ingresos sufrirían un gran desfase con respecto a anualidades anteriores. Convencer al pequeño comerciante fue tarea ardua, y al final no se consiguió del todo. Los intereses particulares daban al traste con aquel desarrollo en el que casi todos, por no decir todos, estaban convencidos de que salían ganando. Desde las padres y madres trabajadoras con la creación de guarderías en las cercanías de su lugar de trabajo, con horario flexible en consonancia con la jornada laboral de los trabajadores; los trabajadores con el transporte público itinerere y escolar; los adolescentes con los nuevos terrenos y espacios deportivos, las nuevas infraestructuras escolares y mejor dotados; incluso para los más mayores con mejor acondicionamiento de sus movilidades y paseos. Todos, excepto claro está, el pequeño comerciante.
El especulador, la figura del especulador, ayudado por la coordinadora del taller, de la práctica mejor, incluso ofreció crear un centro comercial abierto, con franquicias y demás garantías de fáciles enriquecimientos. A pesar de ello, las reticencias del pequeño comercio, se hacía palpables. No obstante ello, los demás sectores de aquella ficticia población, acabarían dando apoyo a aquel macro-proyecto de crecimiento de una ciudad, que al final conocimos como Ávila.
Pues bien, han pasado como he dicho, varios meses de ello, y ahora, con la grandeza de la lejanía, te das cuenta que lo que empezó como un juego y con unas ideas predeterminadas acerca de cada sector de la sociedad, con el contacto, con el diálogo y con la negociación, el tira y afloja democrático, te fabrica una nueva visión de la sociedad. Está claro que los oponentes deben existir. Gracias a ellos, el equilibrio encuentra su lugar, y sobre todo, las minorías, pueden ser escuchas y tenidas en cuenta. A veces, la rutina, la normalidad aparente, hace que por desconocimiento mismo, marginemos a otros sectores, a los que escuchándolos, podemos integrar en el proyecto, en vez de dividirlos y oponerlos.
El especulador, o simplemente el empresario emprendedor, también es necesario en nuestra sociedad, como lo es el pequeño comerciante, el empleado y el jubilado. Negar uno u otro, es ya selectivo, discriminante,…. Otra cosa es que alguno, algunos artilugios políticos, hayan presentado a quienes el perfil no corresponde al empresario emprendedor y democrático, fabricándolo a su antojo y necesidad.
En la práctica del taller, si bien el especulador y el político, ganaban económicamente hablando en el trasvase de tanta construcción, la población como tal, tanto sectorial como particularmente, se beneficiaban de todo aquel entre maneje.
Lo negativo es cuando en la realidad, el especulador y el político, siguen ganando económicamente, no sólo a expensas, sino a espaldas de la población. Aquí está el verdadero problema, el verdadero peligro, de la sociedad actual. Y la medicina, el antídoto, es fácil: la participación. La participación de la población en las AL21, se hace necesaria, y cuanta más participación haya, mayor será el abanico de intereses que entrarán en juego, y por consiguiente mayor el número de sectores que se verán representados y por ende, favorecidos. Otra cosa, será cuando aquellos talleres, aquellas decisiones, no sean bien dirigidas –o demasiados dirigidas- , y /o no sean debidamente tenidas en cuenta por quienes deberían velar por la filosofía de una auténtica participación ciudadana.
Se nos propuso una práctica sobre un hecho real, del que desconocíamos a priori el lugar concreto donde tuvo lugar, aunque eso sí, se nos aportó todos los datos necesarios para debatirlo. Así, conocimos que se trataba de una ciudad, con un casco antiguo con bastante vida, comercialmente hablando, con sus comercios, negocios y zonas de esparcimiento característicos de aquellos lugares, además de un polígono industrial, colindante con el perímetro de la ciudad, en uno de sus extremos, más concretamente hacia el noreste.
Y la práctica trataba sobre los pros y los contras del traslado de todo aquel polígono industrial a la afueras del perímetro visible, bastante alejado de la ciudad actual y ocupar aquellos espacios que antiguamente ocuparan el polígono industrial al noreste de la ciudad, para construir viviendas. Y no acababa aquí el tema, no. Todo el terreno al sur de la actual ciudad, con sus ruinas romanas, parques, riachuelo y demás, también sería urbanizable, formando una gran urbanización con chalets y casas unifamiliares, rodeados de jardines y con una altura de Pb + 1, que se unirían con el otro sector anteriormente descrito.
Puestos mano a la obra, y no precisamente en la del cemento y demás, pasamos a distribuirnos los roles que desempeñaría cada uno de nosotros. Así, aparecieron las figuras del presidente de la asociación de vecinos, del especulador que se encargaría de mover todo el entramado del negocio, del político quien poco a poco fue derivado como alcalde, del ecologista, del representante del pequeño comercio, de la gestora de minusválidos, de los sindicatos,…..
La coordinadora del taller, de la práctica más bien, fue brindando roles, y por aquello de no ser políticamente correcto, la figura del especulador, iba quedando desierta. Pero bueno, al final, ya pueden imaginarse ustedes quien ocupó tal “desagradable” rol .
Efectivamente, dado que no había voluntarios para ello, pues uno que en la intimidad, como diría Aznar, no le importa que se le acuse de “políticamente incorrecto”, se decantó por el perfil de “especulador”. Y allí empezamos las andanadas. No se porqué, pero el buen rollo con la figura de quien representaría primeramente al político y que acabó representando al alcalde de aquella localidad, fue inminente. Incluso a veces, los demás presentes confundían los papeles de cada uno. También es verdad que la confusión era provocada por la actitud manipuladora del especulador, valga la aclaración. Por unos momentos, me sentía Juan Guerra en aquel supuesto despacho de la delegación del gobierno. Y no era para menos.
Y sostenible, lo hicimos sostenible. Con anterioridad, es de suponer que el especulador había comprado los terrenos a un precio de saldo, y ahora faltaba que el pleno de la corporación recalificara los terrenos. Tanto aquellos en los que se ubicaría aquella nueva ciudad, como toda la zona exterior dedicada al polígono industrial. Prometiendo y volviendo a prometer, logramos hacer desaparecer el rechazo frontal a toda intervención urbanística. Además, con la crisis asomando la oreja, el desarrollo industrial y todo el entramado de la construcción era una baza que los sindicatos apoyarían sin ninguna duda. Prometiendo y volviendo a prometer, y sobre todo, haciendo uso y presupuesto de las ayudas oficiales que tan meritoriamente se ocuparía nuestro alcalde ficticio, favorecerían todo tipo de movilidad sostenible en la nueva versión de ciudad modelo. Así, el transporte público sería el encargado de los itinereres de los trabajadores. El transporte escolar otro que tal, con sus servicios de guarda y como no, la instauración de guarderías en las zonas de trabajo.
Las aceras protegidas, anchuras acordes con las necesidades, zonas peatonales y de prioridad inversa, centros comerciales, todo apuntaba hacia conseguir el beneplácito de la representante del colectivo de minusvalías, del representante de los colectivos vecinales e incluso de los ecologistas, con un gran pulmón que englobaría toda la zona de las ruinas romanas así como el riachuelo que cruzaba la ciudad.
Un gran despliegue de innovaciones sostenibles, reconducción de las aguas pluviales, aprovechamiento de las energías renovables, y un largo etcétera de proyectos pilotos, harían el resto.
Sólo la oposición del pequeño comerciante , hizo peligrar en su momento el mega-proyecto de aquella ciudad prototipo. El pequeño comerciante se resistía a abandonar el centro histórico de la ciudad, y dado que la población salía de aquel centro histórico, presumía que sus ingresos sufrirían un gran desfase con respecto a anualidades anteriores. Convencer al pequeño comerciante fue tarea ardua, y al final no se consiguió del todo. Los intereses particulares daban al traste con aquel desarrollo en el que casi todos, por no decir todos, estaban convencidos de que salían ganando. Desde las padres y madres trabajadoras con la creación de guarderías en las cercanías de su lugar de trabajo, con horario flexible en consonancia con la jornada laboral de los trabajadores; los trabajadores con el transporte público itinerere y escolar; los adolescentes con los nuevos terrenos y espacios deportivos, las nuevas infraestructuras escolares y mejor dotados; incluso para los más mayores con mejor acondicionamiento de sus movilidades y paseos. Todos, excepto claro está, el pequeño comerciante.
El especulador, la figura del especulador, ayudado por la coordinadora del taller, de la práctica mejor, incluso ofreció crear un centro comercial abierto, con franquicias y demás garantías de fáciles enriquecimientos. A pesar de ello, las reticencias del pequeño comercio, se hacía palpables. No obstante ello, los demás sectores de aquella ficticia población, acabarían dando apoyo a aquel macro-proyecto de crecimiento de una ciudad, que al final conocimos como Ávila.
Pues bien, han pasado como he dicho, varios meses de ello, y ahora, con la grandeza de la lejanía, te das cuenta que lo que empezó como un juego y con unas ideas predeterminadas acerca de cada sector de la sociedad, con el contacto, con el diálogo y con la negociación, el tira y afloja democrático, te fabrica una nueva visión de la sociedad. Está claro que los oponentes deben existir. Gracias a ellos, el equilibrio encuentra su lugar, y sobre todo, las minorías, pueden ser escuchas y tenidas en cuenta. A veces, la rutina, la normalidad aparente, hace que por desconocimiento mismo, marginemos a otros sectores, a los que escuchándolos, podemos integrar en el proyecto, en vez de dividirlos y oponerlos.
El especulador, o simplemente el empresario emprendedor, también es necesario en nuestra sociedad, como lo es el pequeño comerciante, el empleado y el jubilado. Negar uno u otro, es ya selectivo, discriminante,…. Otra cosa es que alguno, algunos artilugios políticos, hayan presentado a quienes el perfil no corresponde al empresario emprendedor y democrático, fabricándolo a su antojo y necesidad.
En la práctica del taller, si bien el especulador y el político, ganaban económicamente hablando en el trasvase de tanta construcción, la población como tal, tanto sectorial como particularmente, se beneficiaban de todo aquel entre maneje.
Lo negativo es cuando en la realidad, el especulador y el político, siguen ganando económicamente, no sólo a expensas, sino a espaldas de la población. Aquí está el verdadero problema, el verdadero peligro, de la sociedad actual. Y la medicina, el antídoto, es fácil: la participación. La participación de la población en las AL21, se hace necesaria, y cuanta más participación haya, mayor será el abanico de intereses que entrarán en juego, y por consiguiente mayor el número de sectores que se verán representados y por ende, favorecidos. Otra cosa, será cuando aquellos talleres, aquellas decisiones, no sean bien dirigidas –o demasiados dirigidas- , y /o no sean debidamente tenidas en cuenta por quienes deberían velar por la filosofía de una auténtica participación ciudadana.
PUBLICADO EL 2 DICIEMBRE 2008, EN EL DIARIO MENORCA.