Hablar de las gradas y más ahora en que en una de ellas, la opinión ha forzado el normal devenir en cualquier futuro de un técnico deportivo, es arriesgado. Pero las gradas de este artículo no van en este sentido, sino más bien hacia todo lo contrario. Hablar de deporte es una cosa, y hablar de negocios, otra.
Está claro que hoy en día, deporte, como el que conocíamos antaño, no existe. El pasado domingo, Bahamontes, “el Águila de Toledo” mítico corredor sobre bicicleta, lo dejaba claro en su entrevista en el Semanal TV. Otra cosa es hablar de sociedades, negocios y subvenciones, y no digamos de políticas deportivas. Y más ahora cuando todos hablan de crisis. Y está claro también, que cuando más arriba se esté en la clasificación, mejor posición tiene uno para forzar la caridad institucional.
Parece como si nadie quisiera aceptar las reglas de juego, como si nadie aceptara que en una clasificación, alguno tiene que estar en posiciones bajas, y otros en la zona de salvamento. Y el público, que paga, exige.
Da la sensación como si el público pagara para ver ganar. No para ver deporte, ni para apoyar a su club. Sólo para ganar, ganar y ganar. Si hace unos años se despedía a Curro Segura, ahora su relevo pasa por el mismo trance. Nadie exige la dimisión de los jugadores, ni la del presidente del club. El dedo acusador señala, como siempre suele ocurrir, al entrenador, al técnico del equipo.
Un técnico que mientras ganó, mientras se salvó, valió y fue buena inversión. Tal como ocurrió con Curro Segura en su momento. La historia se repite y el aficionado esperará que el relevo sirva para ganar, ganar y ganar. Y es que además, un millón de euros, millón más millón más, que no menos, también es buen regalo por una victoria. Regalo, porque la crisis –monetaria que no deportiva- parece jugar a la “gallinita ciega” con eso de dar subvenciones a causas perdidas. ¿Acaso crearán empleo, acaso asegurarán la continuidad, o simplemente alargará la agonía?.
Dejemos el espectáculo, el negocio de algunos, y las aficiones de otros muchos aparte, y apuntemos hacia la esencia del escrito de hoy. Las gradas, aquellos escalones formateados adecuadamente, favorecen el intercambio de comentarios, opiniones y como no, de descubrimientos propios y ajenos. Evidentemente más ajenos que propios. Y el deporte nace, debe nacer, debería nacer en los años de la inocencia. En los años en que la competitividad no existiera como tal, sino como un avanzar en el aprendizaje de la vida, junto con el compañerismo, el trabajo en equipo, y como no, la deportividad entre equipos.
Las escuelas deportivas son ejemplo de ellas. Y fue precisamente la presencia en una de estas gradas, donde nació el escrito de hoy. Los chicos, bien. Los entrenadores, árbitro y mesa, también. Y los padres, también, gracias. Y digo padres, porque son precisamente ellos, quienes con su respuesta, moldearán que aquel niñ@ aprenda conocimientos básicos en cuanto a las interrelaciones. No me imagino a un padre, sentado en las gradas, insultando a un crío de seis o siete años. Tampoco me lo imagino lanzando objetos al terreno de juego, ni a animar a su hijo a que lesione a un jugador del equipo adversario. Ni por supuesto que califique de empanado a un portero –incluso del propio equipo de su hijo- por habérsele marcado un gol, o quince si es el caso. Muy poco diría este comportamiento, claro está. Máxime cuando otro día, su hijo, o el de su vecino de asiento, puede estar en las mismas circunstancias que aquel empanado del sábado anterior.
Y en ésta estamos. La reacción de una grada es muy distinta cuando quienes juegan, cuando quienes practican ahora sí, deporte, son unos o son otros. Cuando son sus propios hijos, cuando son chavales de seis o siete años, incluso la grada aplaude el gol contrario. Cuando quien se encuentra en el terreno de juego es profesional, y cobra por ello, se le exige sudor y por supuesto, resultados.
Y ya no importará jugar bien, no. Lo importante ahora, es jugar mejor que el otro. O por lo menos, marcar más. O encajar menos. La competividad, en aquel instante accede a la grada y sale del mismo terreno de juego. O el terreno de juego se expande hacia la grada. Y la competitividad se transforma en agresividad. Agresividad fomentada incluso por los propios clubes, por las propias direcciones. Y todo por dinero, no por deporte.
Desde las gradas, desde aquella grada tranquila y agradable, te imaginas un millón de euros destinados al deporte infantil. Te imaginas un mejor futuro para tus hijos, unos hábitos sanos, unos ideales competitivos nobles, compartir y trabajar en equipo…., una enseñanza, un valor, que se encuentran en decadencia.
Hay que ver lo que hace un buen griterío.
Bien orquestado, por cierto.
Está claro que hoy en día, deporte, como el que conocíamos antaño, no existe. El pasado domingo, Bahamontes, “el Águila de Toledo” mítico corredor sobre bicicleta, lo dejaba claro en su entrevista en el Semanal TV. Otra cosa es hablar de sociedades, negocios y subvenciones, y no digamos de políticas deportivas. Y más ahora cuando todos hablan de crisis. Y está claro también, que cuando más arriba se esté en la clasificación, mejor posición tiene uno para forzar la caridad institucional.
Parece como si nadie quisiera aceptar las reglas de juego, como si nadie aceptara que en una clasificación, alguno tiene que estar en posiciones bajas, y otros en la zona de salvamento. Y el público, que paga, exige.
Da la sensación como si el público pagara para ver ganar. No para ver deporte, ni para apoyar a su club. Sólo para ganar, ganar y ganar. Si hace unos años se despedía a Curro Segura, ahora su relevo pasa por el mismo trance. Nadie exige la dimisión de los jugadores, ni la del presidente del club. El dedo acusador señala, como siempre suele ocurrir, al entrenador, al técnico del equipo.
Un técnico que mientras ganó, mientras se salvó, valió y fue buena inversión. Tal como ocurrió con Curro Segura en su momento. La historia se repite y el aficionado esperará que el relevo sirva para ganar, ganar y ganar. Y es que además, un millón de euros, millón más millón más, que no menos, también es buen regalo por una victoria. Regalo, porque la crisis –monetaria que no deportiva- parece jugar a la “gallinita ciega” con eso de dar subvenciones a causas perdidas. ¿Acaso crearán empleo, acaso asegurarán la continuidad, o simplemente alargará la agonía?.
Dejemos el espectáculo, el negocio de algunos, y las aficiones de otros muchos aparte, y apuntemos hacia la esencia del escrito de hoy. Las gradas, aquellos escalones formateados adecuadamente, favorecen el intercambio de comentarios, opiniones y como no, de descubrimientos propios y ajenos. Evidentemente más ajenos que propios. Y el deporte nace, debe nacer, debería nacer en los años de la inocencia. En los años en que la competitividad no existiera como tal, sino como un avanzar en el aprendizaje de la vida, junto con el compañerismo, el trabajo en equipo, y como no, la deportividad entre equipos.
Las escuelas deportivas son ejemplo de ellas. Y fue precisamente la presencia en una de estas gradas, donde nació el escrito de hoy. Los chicos, bien. Los entrenadores, árbitro y mesa, también. Y los padres, también, gracias. Y digo padres, porque son precisamente ellos, quienes con su respuesta, moldearán que aquel niñ@ aprenda conocimientos básicos en cuanto a las interrelaciones. No me imagino a un padre, sentado en las gradas, insultando a un crío de seis o siete años. Tampoco me lo imagino lanzando objetos al terreno de juego, ni a animar a su hijo a que lesione a un jugador del equipo adversario. Ni por supuesto que califique de empanado a un portero –incluso del propio equipo de su hijo- por habérsele marcado un gol, o quince si es el caso. Muy poco diría este comportamiento, claro está. Máxime cuando otro día, su hijo, o el de su vecino de asiento, puede estar en las mismas circunstancias que aquel empanado del sábado anterior.
Y en ésta estamos. La reacción de una grada es muy distinta cuando quienes juegan, cuando quienes practican ahora sí, deporte, son unos o son otros. Cuando son sus propios hijos, cuando son chavales de seis o siete años, incluso la grada aplaude el gol contrario. Cuando quien se encuentra en el terreno de juego es profesional, y cobra por ello, se le exige sudor y por supuesto, resultados.
Y ya no importará jugar bien, no. Lo importante ahora, es jugar mejor que el otro. O por lo menos, marcar más. O encajar menos. La competividad, en aquel instante accede a la grada y sale del mismo terreno de juego. O el terreno de juego se expande hacia la grada. Y la competitividad se transforma en agresividad. Agresividad fomentada incluso por los propios clubes, por las propias direcciones. Y todo por dinero, no por deporte.
Desde las gradas, desde aquella grada tranquila y agradable, te imaginas un millón de euros destinados al deporte infantil. Te imaginas un mejor futuro para tus hijos, unos hábitos sanos, unos ideales competitivos nobles, compartir y trabajar en equipo…., una enseñanza, un valor, que se encuentran en decadencia.
Hay que ver lo que hace un buen griterío.
Bien orquestado, por cierto.
PUBLICADO EL 11 FEBRERO 209, EN EL DIARIO MENORCA.