“En el día de hoy, caritativo y desanimado, los G-20 han obtenido sus últimos objetivo bursátiles. La crisis ha terminado”. No habría caído indiferente si tras la reunión de los G-20 en Londres –por cierto ¿qué hacía España entre los veinte más grandes del mundo?- nuestro invicto presidente Rodríguez –Zapatero para más señas- hubiera lanzado tal alocución al más puro estilo franquista al finalizar la guerra. No habría caído indiferente porque simplemente, lo otro sí que ha provocado una indiferencia, incluso entre los miembros de su propio Gobierno.
Le faltaría eso sí, aquello de “1º año de crisis. Año de la Solución”, o de la “Victoria” misma, porque quien lo ve, analizando sus rasgos, sus expresiones, sus gestos, está claro que para él, para nuestro invicto presidente, todo son victorias. Al menos, y eso hay que reconocerlo, intenta por todos los medios habidos y por haber, que el pánico no cunda. Todo lo contrario que hace su ministro responsable del sector y no digamos el Banco mismo de España. Algo parece no funcionar entre ambos. Mientras uno dice blanco, los otros dicen cuando menos, gris –y no digamos si este blanco es además pepiño-. Y cuando más, negro carbón.
Y sólo le falta esto al pobre trabajador y al rico empresario. Si quien más sabe de economía dice negro, por muy presidente que uno sea, ya puede decir blanco y todos los colores del arco iris, que lo que de verdad queda, es el negro carbón. Y en esto estamos. También es cierto que este lapsus de tiempo, este descanso obligatorio por las festividades –o vacaciones, según por quien se mire- de Semana Santa colaboran en que el ambiente se serene e incluso que la economía se reactive. ¿Pero cómo reactivar la economía si no hay dinero en movimiento y no hay confianza? ¿Cómo reactivar la economía si todos desconfían de todos? ¿Quién se atreve a gastarse un millón de pesetas en un vehículo de ocasión si no sabe si su empresa lo seguirá contratando o simplemente le dará “puerta”? ¿Cómo ir a cenar a un restaurante si los sueldos se recortan mientras los productos como mínimo se mantienen? Y lo más temible. ¿Cómo derrochar, si la amenaza de Hacienda –y este año no hace propaganda- y de los impuestos municipales –y éstos que no digamos- están a las puertas de dejarnos en números rojos? ¿Quién se atreve a dar el primer salto so pena de que le quiten la red?
………………….
La otra mañana cuando Federico fue a comprar el pan se encontró a un individuo que hablaba con la dependienta. A su entrada, aquella conversación parecía que daba a su fin y el individuo en cuestión, tranquilamente se largó. Era un hombre ya hecho, cuarenta y tantos, por no decir los cincuenta ya cumplidos. Tras su salida del establecimiento, Federico se enteró de lo que minutos antes había ocurrido dentro del mismo. Aquel individuo había solicitado a la dependienta “si le podía dar el dinero de la caja”, a lo que la misma se lo negó. Y punto pelota, como se diría. Pero no. Federico aquello no le dejó tranquilo. Por un momento, su cabeza empieza a tesitar posibles reacciones, contra-reacciones y no digamos fallos y más fallos.
Por un momento Federico se inviste de fiscal y acusa al individuo como un presunto, eso siempre, autor de un delito –en grado de tentativa, todo hay que decirlo- de robo con intimidación. ¿Pero qué robo ni ocho cuartos, se le responde él mismo disfrazado de abogado defensor?. ¿Acaso le ha sacado una navaja y la ha amenazado con hacerle algún tipo de daño?. Pues la verdad es que no. ¿Acaso no vamos, íbamos más bien, a una entidad bancaria y solicitábamos un crédito, pedíamos el dinero de la caja, y nadie nos acusaba de atraco alguno, sino todo lo contrario? Ninguna diferencia tenía pues que haber entre una solicitud de lo más educada con la nuestra en la relación con nuestro banco….
¿Y si Federico se hubiera enfrentado con el individuo de marras? Pues lo tenía claro. La atenuante que se le aplicaría al susodicho por aquello de la crisis o del “estado de necesidad” en caso de condenarlo –cosa improbable que ocurriera-, no se le aplicaría, ni mucho menos a Federico. Se le acusaría de un montón de preceptos infringidos, presuntos eso sí, y muy posiblemente tanto el fiscal de turno como el juez encargado de la causa le harían saber lo que es saltarse el código a la ligera.
Y es que hay cosas que uno, varios o todos, difícilmente entenderemos. El otro día un tertuliano sacaba en antena un caso real, como los que suelen explicar en clase, vamos. Caso A) : Un individuo es condenado a tres años de cárcel, y al no haber delinquido nunca –mejor dicho, al no habérsele condenado nunca- se le perdona la condena, a condición de que no vuelva a ser condenado. Caso B): Un individuo que nunca había delinquido ni volverá a hacerlo en su vida, a causa de una discusión con su vecina, condenan a ambos por una falta de insultos, al pago de una multa de 30 euros. Y uno se pregunta ¿porqué el titular del caso B, no puede pedir que se le perdone la pena igual que ha ocurrido con el del caso A?. ¿Acaso los treinta euros son bien llegados a las arcas del Estado mientras que un preso en la cárcel es un sobrecoste?
Tampoco quiere tratar el tema de las injusticias jurídicas, porque de haberlas, haylas. Si no, sólo basta repasar las últimas movidas en el tema de la sanidad pública. Mientras a un electricista, a un cocinero o a un jardinero se le exige conocimientos de catalán por el simple hecho de querer ingresar en la administración pública, ahora algunos políticos exigen que se les exima a los médicos y enfermeros. Y uno se pregunta, ¿por qué no piden que se eximan de ello también a los electricistas, cocineros y jardineros? ¿Acaso para hablar con las flores mejor en catalán que en castellano? ¿Dónde está la justicia de la clase política?
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Y con cara de caritativo y desanimado entró Federico en su entidad bancaria. Más que en su entidad bancaria, rectificaría diciendo que es donde le gestionan los recibos de las compañías y que administran la pensión de uno, más bien. ¿Para qué, sino va alguien ahora mismo al banco? Negociar retrasos de hipotecas y pago de recibos, nada más. Y la hospitalidad cambió. No es que el personar fuera más reacio, no. El personal excelente como todas las ocasiones en que Federico ha aparecido por aquella puerta. El sitio, la decoración, el ambiente en sí, cambiado, frío. Parecía como si el eslogan hubiera cambiado de texto y color. Si antes era un “venga, siéntese y cuéntenos”, ahora parecían decirle “diga y váyase”.
Por un momento le dio la sensación que se había equivocado de tiempo y lugar. Habían suprimido las mesas y no digamos las sillas. Un mostrador, más bien bajo en el que no se podía uno apoyar, fue lo único que encontró en aquel reducido habítáculo. Había desaparecido la amplitud de espacio, de vistas, y todo lo que induciera a cierta tranquilidad. Si, no, y adiós, parecían las únicas palabras posibles en aquel reducido espacio. Se ve que el cambio de chip ya ha entrado en las entidades. Hay que recoger velas, dinero y demás. No hay competencia alguna con la que luchar, ni cliente nuevo al que prestar.
Tal vez, aquel, ahora ya pobre hombre, que había solicitado el dinero de la caja en la panadería, ni siquiera se atrevería a solicitar un préstamo en la entidad. Ni siquiera tal vez lo haría en los Servicios Sociales de su municipio. ¿Por cierto, de qué municipio?. ¿Quién paga las ayudas sociales a estas personas itinerantes? ¿Puede haber posibles “efectos llamadas” en algún municipio más que en otro? ¿Y las obras con fondos estatales? ¿Son sus operarios, residentes en aquella misma municipalidad o por el contrario, nos vendrán contratados de la península en detrimento de los que vivimos y padecemos la crisis insular?
De momento, Federico quedó como la mayoría de españoles, desanimado. Su presidente, nuestro presidente, como suelen ser quienes manejan el dinero de los demás, caritativo. Esta vez, ni cautivos ni desarmados, fueron los términos que se hubieran usado. La Memoria Histórica, quizá tampoco lo permitiría.
Aunque uno va creyendo, que ante la crisis, mejor llamarnos cautivos y desarmados, ¿acaso no hemos perdido la guerra, no la nuestra, sino la de los banqueros? Y no digamos si además de cautivos, nos encontramos con algún desalmado……
Le faltaría eso sí, aquello de “1º año de crisis. Año de la Solución”, o de la “Victoria” misma, porque quien lo ve, analizando sus rasgos, sus expresiones, sus gestos, está claro que para él, para nuestro invicto presidente, todo son victorias. Al menos, y eso hay que reconocerlo, intenta por todos los medios habidos y por haber, que el pánico no cunda. Todo lo contrario que hace su ministro responsable del sector y no digamos el Banco mismo de España. Algo parece no funcionar entre ambos. Mientras uno dice blanco, los otros dicen cuando menos, gris –y no digamos si este blanco es además pepiño-. Y cuando más, negro carbón.
Y sólo le falta esto al pobre trabajador y al rico empresario. Si quien más sabe de economía dice negro, por muy presidente que uno sea, ya puede decir blanco y todos los colores del arco iris, que lo que de verdad queda, es el negro carbón. Y en esto estamos. También es cierto que este lapsus de tiempo, este descanso obligatorio por las festividades –o vacaciones, según por quien se mire- de Semana Santa colaboran en que el ambiente se serene e incluso que la economía se reactive. ¿Pero cómo reactivar la economía si no hay dinero en movimiento y no hay confianza? ¿Cómo reactivar la economía si todos desconfían de todos? ¿Quién se atreve a gastarse un millón de pesetas en un vehículo de ocasión si no sabe si su empresa lo seguirá contratando o simplemente le dará “puerta”? ¿Cómo ir a cenar a un restaurante si los sueldos se recortan mientras los productos como mínimo se mantienen? Y lo más temible. ¿Cómo derrochar, si la amenaza de Hacienda –y este año no hace propaganda- y de los impuestos municipales –y éstos que no digamos- están a las puertas de dejarnos en números rojos? ¿Quién se atreve a dar el primer salto so pena de que le quiten la red?
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La otra mañana cuando Federico fue a comprar el pan se encontró a un individuo que hablaba con la dependienta. A su entrada, aquella conversación parecía que daba a su fin y el individuo en cuestión, tranquilamente se largó. Era un hombre ya hecho, cuarenta y tantos, por no decir los cincuenta ya cumplidos. Tras su salida del establecimiento, Federico se enteró de lo que minutos antes había ocurrido dentro del mismo. Aquel individuo había solicitado a la dependienta “si le podía dar el dinero de la caja”, a lo que la misma se lo negó. Y punto pelota, como se diría. Pero no. Federico aquello no le dejó tranquilo. Por un momento, su cabeza empieza a tesitar posibles reacciones, contra-reacciones y no digamos fallos y más fallos.
Por un momento Federico se inviste de fiscal y acusa al individuo como un presunto, eso siempre, autor de un delito –en grado de tentativa, todo hay que decirlo- de robo con intimidación. ¿Pero qué robo ni ocho cuartos, se le responde él mismo disfrazado de abogado defensor?. ¿Acaso le ha sacado una navaja y la ha amenazado con hacerle algún tipo de daño?. Pues la verdad es que no. ¿Acaso no vamos, íbamos más bien, a una entidad bancaria y solicitábamos un crédito, pedíamos el dinero de la caja, y nadie nos acusaba de atraco alguno, sino todo lo contrario? Ninguna diferencia tenía pues que haber entre una solicitud de lo más educada con la nuestra en la relación con nuestro banco….
¿Y si Federico se hubiera enfrentado con el individuo de marras? Pues lo tenía claro. La atenuante que se le aplicaría al susodicho por aquello de la crisis o del “estado de necesidad” en caso de condenarlo –cosa improbable que ocurriera-, no se le aplicaría, ni mucho menos a Federico. Se le acusaría de un montón de preceptos infringidos, presuntos eso sí, y muy posiblemente tanto el fiscal de turno como el juez encargado de la causa le harían saber lo que es saltarse el código a la ligera.
Y es que hay cosas que uno, varios o todos, difícilmente entenderemos. El otro día un tertuliano sacaba en antena un caso real, como los que suelen explicar en clase, vamos. Caso A) : Un individuo es condenado a tres años de cárcel, y al no haber delinquido nunca –mejor dicho, al no habérsele condenado nunca- se le perdona la condena, a condición de que no vuelva a ser condenado. Caso B): Un individuo que nunca había delinquido ni volverá a hacerlo en su vida, a causa de una discusión con su vecina, condenan a ambos por una falta de insultos, al pago de una multa de 30 euros. Y uno se pregunta ¿porqué el titular del caso B, no puede pedir que se le perdone la pena igual que ha ocurrido con el del caso A?. ¿Acaso los treinta euros son bien llegados a las arcas del Estado mientras que un preso en la cárcel es un sobrecoste?
Tampoco quiere tratar el tema de las injusticias jurídicas, porque de haberlas, haylas. Si no, sólo basta repasar las últimas movidas en el tema de la sanidad pública. Mientras a un electricista, a un cocinero o a un jardinero se le exige conocimientos de catalán por el simple hecho de querer ingresar en la administración pública, ahora algunos políticos exigen que se les exima a los médicos y enfermeros. Y uno se pregunta, ¿por qué no piden que se eximan de ello también a los electricistas, cocineros y jardineros? ¿Acaso para hablar con las flores mejor en catalán que en castellano? ¿Dónde está la justicia de la clase política?
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Y con cara de caritativo y desanimado entró Federico en su entidad bancaria. Más que en su entidad bancaria, rectificaría diciendo que es donde le gestionan los recibos de las compañías y que administran la pensión de uno, más bien. ¿Para qué, sino va alguien ahora mismo al banco? Negociar retrasos de hipotecas y pago de recibos, nada más. Y la hospitalidad cambió. No es que el personar fuera más reacio, no. El personal excelente como todas las ocasiones en que Federico ha aparecido por aquella puerta. El sitio, la decoración, el ambiente en sí, cambiado, frío. Parecía como si el eslogan hubiera cambiado de texto y color. Si antes era un “venga, siéntese y cuéntenos”, ahora parecían decirle “diga y váyase”.
Por un momento le dio la sensación que se había equivocado de tiempo y lugar. Habían suprimido las mesas y no digamos las sillas. Un mostrador, más bien bajo en el que no se podía uno apoyar, fue lo único que encontró en aquel reducido habítáculo. Había desaparecido la amplitud de espacio, de vistas, y todo lo que induciera a cierta tranquilidad. Si, no, y adiós, parecían las únicas palabras posibles en aquel reducido espacio. Se ve que el cambio de chip ya ha entrado en las entidades. Hay que recoger velas, dinero y demás. No hay competencia alguna con la que luchar, ni cliente nuevo al que prestar.
Tal vez, aquel, ahora ya pobre hombre, que había solicitado el dinero de la caja en la panadería, ni siquiera se atrevería a solicitar un préstamo en la entidad. Ni siquiera tal vez lo haría en los Servicios Sociales de su municipio. ¿Por cierto, de qué municipio?. ¿Quién paga las ayudas sociales a estas personas itinerantes? ¿Puede haber posibles “efectos llamadas” en algún municipio más que en otro? ¿Y las obras con fondos estatales? ¿Son sus operarios, residentes en aquella misma municipalidad o por el contrario, nos vendrán contratados de la península en detrimento de los que vivimos y padecemos la crisis insular?
De momento, Federico quedó como la mayoría de españoles, desanimado. Su presidente, nuestro presidente, como suelen ser quienes manejan el dinero de los demás, caritativo. Esta vez, ni cautivos ni desarmados, fueron los términos que se hubieran usado. La Memoria Histórica, quizá tampoco lo permitiría.
Aunque uno va creyendo, que ante la crisis, mejor llamarnos cautivos y desarmados, ¿acaso no hemos perdido la guerra, no la nuestra, sino la de los banqueros? Y no digamos si además de cautivos, nos encontramos con algún desalmado……
PUBLICADO EL 8 ABRIL 2009, EN EL DIARIO MENORCA.