Cualquier sitio es bueno para informarse uno. Aunque claro está, la información es mucha, variada, y depende de cada uno el darle un sentido u otro. Y no me voy a referir claro está al CNI, servicio éste que desde que las cosas quieren hacerse más públicas es cuando se desestabilizan más. La entrada de civiles al mando de este Centro de Inteligencia ¿porqué le llamarán “inteligencia” si al fin y al cabo, es de “información”? quiso dar la sensación de que estaba bajo el control del Gobierno y en cierta manera pusieron en tela de juicio el estamento militar. Alguien falló en las interpretaciones, y así, se le supusieron valores a los civiles que a la vez desautorizaban a los militares.
Han tenido que pasar varias generaciones de espías, varios cambios de nombre por la antigua Casa de la carretera de A Coruña, unos informes periodísticos, una fotografía manipulada, para que este invicto gobierno tenga que volver a confiar con el siempre prestigio de los militares. Podrán ser militares más o menos afines a las ideas del gobierno de turno, es verdad, podrán ser más o menos complacientes con sus superiores civiles, sí, serán más o menos del mismo molde que el anterior, sí, pero por sus venas, correrá aquella sangre española, aquel espíritu, aquel carácter, aquel sacrificio al que desde hace ya tiempo, estos padres de la patria han hecho posible que sólo en la milicia perdure.
O lo que es lo mismo, han hecho imposible que perdure en otros estamentos. Pero lo de hoy no va a ser un escrito de apoyo o ataque a las decisiones de un gobierno sobre su política de espías, no. Hoy van a ser las prácticas que cada uno de nosotros podemos hacer como espías. Me explico. Hay una serie de informaciones que la gente de a pié, nunca llegaremos a su dominio. Son las que necesitarán de artilugios y medios sofisticados como por ejemplo el pinchazo de telecomunicaciones, la entrada en las redes informáticas, la ampliación de los sonidos para la escucha y como no, la de los satélites para observar lo que se encuentra a disposición de vistas y por qué no, escondidas a las mismas. Si cualquiera puede conseguir mediante el Google la fotografía aérea de su casa o la del vecino, ¿que no podrán hacer los espías con más medios a su disposición?
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Y aquí ya entra en escena el siempre dispuesto Federico. Desde que comulgara con los raons del CIM, y presenciara en la playa una conversación de un conseller intentando explicar que aquellas “palomas” no eran sino “gavines” - gaviotas, vamos-, le vino la idea de hacer su propia oficina de información. Información no turística, claro está, pero sí itinerante.
La idea le vino en la playa, sentado en inclinación de unos cien y pocos grados. Federico es de los que no puede llevarse libro, revista ni periódico alguno cuando va a la playa, sencillamente porque quedaría dormido. Y en esto que cuando está sentado y la vista en standby, son las parabólicas las que reemplazan el quehacer del momento. El día de marras, estaba Federico en posición ciento y poco, parabólicas en órbita cuando dos parejas con sus respectivos descendientes aparcan sus bártulos en los alrededores de uno, aunque eso sí, en dos grupos bien diferenciados, como marcando territorio o simplemente mantener la independencia o autonomía de cada familia.
Juntos, pero no revueltos, piensa. Al cabo de poco, el cabeza de familia de una de esta agrupación familiar decide que su familia no tomará alimento alguno hasta la hora del almuerzo, y allí es cuando salta la polémica. La hija quiere tomar una pieza de fruta. Su padre se la niega, y por mucha súplica que se insista, nada de nada. En primera instancia de nada sirve la súplica “es que me apetece” que en tres o cuatro ocasiones, intenta influenciar ante el designio del patriarca.
El cabeza de la otra familia aposentada en las cercanías, o al menos co-cabeza familiar, intenta mediar en el conflicto. El marcaje ha sido rápido. ¡Aquí mando yo!, esputa el primero. Silencia absoluto. Las parabólicas dirigen los pabellones auriculares en según la dirección del momento. Aquello se pone interesante.
Le sorprende el primero. Y le sorprende por muchas cosas. Primeramente porque su acento denota cierta tendencia a hablar el catalán, aunque en familia mantiene el castellano. ¿Estará condicionado por la familia política o por el antiguo estatus de post-guerra?. Pero su edad lo mantiene en la generación de los sesenta, la post-guerra nada de nada. Entonces será la intervención familiar o las frustraciones de una infancia, las que provocarán que aquel castellano prevalezca.
El problema no es que prevalezca en aquella familia, no. El problema es que para contrarrestar a aquella familia, otras se vean obligadas a todo lo contrario. Pero no habrá que desvirtuar la cuestión. Federico está en la playa, con el sol radiante y el apetecer de tomar unas frutas. Y con la apetencia empezó el escrito. Por un instante, aquel desnudo de azotea, como Federico mismo, aunque más joven el primero, vierte la versión de enciclopedia. “Apetece, apetece….. y suelta definición, más definición, como si se tratara de un ordenador portátil armado de la Encarta, Vikipendia , tratado de psicología y demás.
Y tras el sermón de marras, cambio de posición. Por un momento había demostrado a los presentes –o intentaba convencerse a si mismo- que él era quien mandaba. Por un momento había enseñado a los presentes que sus conocimientos eran muy superiores al de los demás. Por un momento parecía que las tripas se le habían abierto y que también él tenía hambre. Cambia de posición y exige que se vaya a comprar fruta. Ahora es el policía bueno. Antes era el policía malo. Y añade que cambia de posición porque él es quien manda, y por eso mismo, puede cambiar. ¿ os apetece?
La polémica más que acabar, continúa. Ahora nadie quiere ir a por fruta, por mucho que les apetezca. Y es claro que aquel cabeza de familia, tampoco abandonará la playa por el capricho de uno de sus miembros. Mientras se espera a un voluntarioso sumiso, el talante también cambia. Aparece la figura del sicólogo, del padre sicólogo. Qué te ocurre…., cuéntame tus problemas…., confía en mi…. Y la hija, quinceañera, nada de nada. No suelta prenda. ¿acaso no confía? ¿acaso tiene que manifestar sus temores en un ambiente tan público?
Y la respuesta fue otra, anónima, silenciosa, apagada. ¿Acaso un padre tan inteligente, tan preparado sicológicamente es incapaz de conocer a su hija y tiene que jugar al policía bueno-policía malo, para captar la confianza de su hija?. En cierta manera, aquella hija quinceañera le estaba diciendo a su padre “ahora no me apetece”. Y podría añadir más adelante, “y después…. tampoco.”
La paz, el silencio llegaba de manos de la fruta prometida. En aquel momento, la quinceañera consiguió un respiro en su intimidad. El padre-sicólogo desconectó y borró toda aquella memoria residente. El reset de la comida, dejaba las cosas en el mismo estado de inicio. Un cabeza de familia prepotente, una familia a su aire, y una observación anotada.
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¿Quiénes eran esta gente? ¿en qué trabajaban, estudiaban o paraban? ¿qué influencias podrían ejercer en sus entornos?. Tal vez, fueran anónimos como Federico, tal vez fueran como el conseller que disertaba de palomas y gavines, incluso podrían ser algo más, en potencia, o sin ella. De todos modos, aquello era información, no inteligencia.
Por un momento, Federico se convirtió en captador de información. Luego faltaría el procesamiento de la misma, la criba por si es interesante o no, el archivo hasta que fuera necesaria o la destrucción por ineficaz. Por un momento Federico se remonta a sus tiempos de mili en el pelotón de observación. Se acuerda de las maniobras realizadas y en la información suministrada, y sobre todo en el trabajo de sus superiores en analizar hasta la más mínima información suministrada.
Y allí, en el análisis de tanta información, se encuentra la verdadera inteligencia. Lo otro, sólo cuestión de suerte, pura coincidencia.
Federico no tiene a quien revelar la información, no sabe siquiera si es información, tampoco conoce al sujeto, pero Federico se siente espía. Por un momento ha visto lo fácil que es meterse en la vida de los demás, en sus “casi” secretos de alcoba. Ahora, se le presenta una disyuntiva: espiará para el Gobierno o para el Mundo?
Sin duda, con el último, sus hazañas serán más conocidas. Y en cierta manera, ayudará a que los abusos, las malas prácticas, sean controladas, o al menos, en situación de serlo.
Han tenido que pasar varias generaciones de espías, varios cambios de nombre por la antigua Casa de la carretera de A Coruña, unos informes periodísticos, una fotografía manipulada, para que este invicto gobierno tenga que volver a confiar con el siempre prestigio de los militares. Podrán ser militares más o menos afines a las ideas del gobierno de turno, es verdad, podrán ser más o menos complacientes con sus superiores civiles, sí, serán más o menos del mismo molde que el anterior, sí, pero por sus venas, correrá aquella sangre española, aquel espíritu, aquel carácter, aquel sacrificio al que desde hace ya tiempo, estos padres de la patria han hecho posible que sólo en la milicia perdure.
O lo que es lo mismo, han hecho imposible que perdure en otros estamentos. Pero lo de hoy no va a ser un escrito de apoyo o ataque a las decisiones de un gobierno sobre su política de espías, no. Hoy van a ser las prácticas que cada uno de nosotros podemos hacer como espías. Me explico. Hay una serie de informaciones que la gente de a pié, nunca llegaremos a su dominio. Son las que necesitarán de artilugios y medios sofisticados como por ejemplo el pinchazo de telecomunicaciones, la entrada en las redes informáticas, la ampliación de los sonidos para la escucha y como no, la de los satélites para observar lo que se encuentra a disposición de vistas y por qué no, escondidas a las mismas. Si cualquiera puede conseguir mediante el Google la fotografía aérea de su casa o la del vecino, ¿que no podrán hacer los espías con más medios a su disposición?
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Y aquí ya entra en escena el siempre dispuesto Federico. Desde que comulgara con los raons del CIM, y presenciara en la playa una conversación de un conseller intentando explicar que aquellas “palomas” no eran sino “gavines” - gaviotas, vamos-, le vino la idea de hacer su propia oficina de información. Información no turística, claro está, pero sí itinerante.
La idea le vino en la playa, sentado en inclinación de unos cien y pocos grados. Federico es de los que no puede llevarse libro, revista ni periódico alguno cuando va a la playa, sencillamente porque quedaría dormido. Y en esto que cuando está sentado y la vista en standby, son las parabólicas las que reemplazan el quehacer del momento. El día de marras, estaba Federico en posición ciento y poco, parabólicas en órbita cuando dos parejas con sus respectivos descendientes aparcan sus bártulos en los alrededores de uno, aunque eso sí, en dos grupos bien diferenciados, como marcando territorio o simplemente mantener la independencia o autonomía de cada familia.
Juntos, pero no revueltos, piensa. Al cabo de poco, el cabeza de familia de una de esta agrupación familiar decide que su familia no tomará alimento alguno hasta la hora del almuerzo, y allí es cuando salta la polémica. La hija quiere tomar una pieza de fruta. Su padre se la niega, y por mucha súplica que se insista, nada de nada. En primera instancia de nada sirve la súplica “es que me apetece” que en tres o cuatro ocasiones, intenta influenciar ante el designio del patriarca.
El cabeza de la otra familia aposentada en las cercanías, o al menos co-cabeza familiar, intenta mediar en el conflicto. El marcaje ha sido rápido. ¡Aquí mando yo!, esputa el primero. Silencia absoluto. Las parabólicas dirigen los pabellones auriculares en según la dirección del momento. Aquello se pone interesante.
Le sorprende el primero. Y le sorprende por muchas cosas. Primeramente porque su acento denota cierta tendencia a hablar el catalán, aunque en familia mantiene el castellano. ¿Estará condicionado por la familia política o por el antiguo estatus de post-guerra?. Pero su edad lo mantiene en la generación de los sesenta, la post-guerra nada de nada. Entonces será la intervención familiar o las frustraciones de una infancia, las que provocarán que aquel castellano prevalezca.
El problema no es que prevalezca en aquella familia, no. El problema es que para contrarrestar a aquella familia, otras se vean obligadas a todo lo contrario. Pero no habrá que desvirtuar la cuestión. Federico está en la playa, con el sol radiante y el apetecer de tomar unas frutas. Y con la apetencia empezó el escrito. Por un instante, aquel desnudo de azotea, como Federico mismo, aunque más joven el primero, vierte la versión de enciclopedia. “Apetece, apetece….. y suelta definición, más definición, como si se tratara de un ordenador portátil armado de la Encarta, Vikipendia , tratado de psicología y demás.
Y tras el sermón de marras, cambio de posición. Por un momento había demostrado a los presentes –o intentaba convencerse a si mismo- que él era quien mandaba. Por un momento había enseñado a los presentes que sus conocimientos eran muy superiores al de los demás. Por un momento parecía que las tripas se le habían abierto y que también él tenía hambre. Cambia de posición y exige que se vaya a comprar fruta. Ahora es el policía bueno. Antes era el policía malo. Y añade que cambia de posición porque él es quien manda, y por eso mismo, puede cambiar. ¿ os apetece?
La polémica más que acabar, continúa. Ahora nadie quiere ir a por fruta, por mucho que les apetezca. Y es claro que aquel cabeza de familia, tampoco abandonará la playa por el capricho de uno de sus miembros. Mientras se espera a un voluntarioso sumiso, el talante también cambia. Aparece la figura del sicólogo, del padre sicólogo. Qué te ocurre…., cuéntame tus problemas…., confía en mi…. Y la hija, quinceañera, nada de nada. No suelta prenda. ¿acaso no confía? ¿acaso tiene que manifestar sus temores en un ambiente tan público?
Y la respuesta fue otra, anónima, silenciosa, apagada. ¿Acaso un padre tan inteligente, tan preparado sicológicamente es incapaz de conocer a su hija y tiene que jugar al policía bueno-policía malo, para captar la confianza de su hija?. En cierta manera, aquella hija quinceañera le estaba diciendo a su padre “ahora no me apetece”. Y podría añadir más adelante, “y después…. tampoco.”
La paz, el silencio llegaba de manos de la fruta prometida. En aquel momento, la quinceañera consiguió un respiro en su intimidad. El padre-sicólogo desconectó y borró toda aquella memoria residente. El reset de la comida, dejaba las cosas en el mismo estado de inicio. Un cabeza de familia prepotente, una familia a su aire, y una observación anotada.
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¿Quiénes eran esta gente? ¿en qué trabajaban, estudiaban o paraban? ¿qué influencias podrían ejercer en sus entornos?. Tal vez, fueran anónimos como Federico, tal vez fueran como el conseller que disertaba de palomas y gavines, incluso podrían ser algo más, en potencia, o sin ella. De todos modos, aquello era información, no inteligencia.
Por un momento, Federico se convirtió en captador de información. Luego faltaría el procesamiento de la misma, la criba por si es interesante o no, el archivo hasta que fuera necesaria o la destrucción por ineficaz. Por un momento Federico se remonta a sus tiempos de mili en el pelotón de observación. Se acuerda de las maniobras realizadas y en la información suministrada, y sobre todo en el trabajo de sus superiores en analizar hasta la más mínima información suministrada.
Y allí, en el análisis de tanta información, se encuentra la verdadera inteligencia. Lo otro, sólo cuestión de suerte, pura coincidencia.
Federico no tiene a quien revelar la información, no sabe siquiera si es información, tampoco conoce al sujeto, pero Federico se siente espía. Por un momento ha visto lo fácil que es meterse en la vida de los demás, en sus “casi” secretos de alcoba. Ahora, se le presenta una disyuntiva: espiará para el Gobierno o para el Mundo?
Sin duda, con el último, sus hazañas serán más conocidas. Y en cierta manera, ayudará a que los abusos, las malas prácticas, sean controladas, o al menos, en situación de serlo.
julio 2009