Hablamos de futuro, claro. Como todo lo que suena a sostenibilidad. Un futuro de un pasado imperfecto, porque de lo contrario, si de un pasado-presente perfecto se tratara, no hablaríamos de la necesidad de este futuro.
Hace treinta años, cuarenta más bien, aún hubiéramos tenido tiempo de enderezar situaciones que a día de hoy estamos aún intentando reestructurar, reenderezar en cuanto a las ciudades se refiere.
Hoy en día, hablar de ciudades sostenibles es como hablar de utopías, de ilusiones, de proyecto. Hace cuarenta años era la realidad cotidiana de cada día, nuestra realidad, nuestra forma de ser.
Y cuarenta años no son nada. Y no hubo visión de futuro, o demasiada visión, vaya usted a saber. Creamos el seiscientos y con él casi todo lo demás. Invadimos las calles, aquellas estrechas vías con sus estrechas aceras, con toda una colección de artefactos que denotaban una nueva sociedad. Una sociedad más rica, más igualitaria, más moderna.
Ahora, a cuarenta años de aquel presente de antaño, nos encontramos con la utopía, con la ilusión de poder, de querer, de necesitar invertir aquel predominio del vehículo en beneficio del peatón. Pretendemos crear ambientes más pausados –pacificar el tráfico-, invertir la prioridad a favor del peatón, del escolar, de la persona mayor -prioridad invertida-, beneficiar a otros usuarios como son la bicicleta y potenciar el uso del transporte público.
Ahora, cuarenta años más tarde, nos hemos dado cuenta que el coche invadía nuestras vidas, nuestros espacios y que el peatón, el niño y el mayor, tenían limitados su libertad de movimiento, condicionado a un solo espacio lateral de la vía, a la que además debe compartir con bancos, alumbrado, papeleras, arbolado y demás mobiliario urbano.
Y cuesta vencer “ chips” adquiridos durante dos generaciones. Cuesta ahora prescindir de unos mecanismos que en su día se crearon para favorecer nuestras vidas, y con el paso de los años, se han convertido en apéndices mismos de nuestro cuerpo.
Y en esto estamos. Y somos algunos, o muchos, o pocos, quienes nos resistimos a que una máquina condicione nuestras vidas, la de nuestros hijos y la de nuestros mayores. Bien es cierto que no basta con quitar los coches. Es toda una filosofía de entender la vida, lo que habrá que cambiar. Los planes urbanísticos primero, la ubicación de los centros sanitarios, las oficinas de la administración, y demás centros públicos, la ubicación de éstos, condicionarán el desarrollo de esta sostenibilidad.
Pero hoy no toca alabar o criticar proyecto alguno sobre ciudad sostenible o en vías de serlo, no. Hoy toca retroceder estos cuarenta años vista en el futuro, y quedarnos en nuestro presente. Nuestro actual presente, pero no en la ciudad, sino en el playa. En cualquier playa de nuestro litoral.
Actualmente, y teniendo en cuenta que efectivamente se constata comparativamente hablando una menor presencia de usuarios en la playa, en referencia a estos años anteriores, y también una disminución en cuánto al número en la presencia de embarcaciones de las llamadas de “recreo”, que deambulan en ellas, podríamos llegar a afirmar que estamos a un fifty-fifty en cuanto al predominio de la misma.
Actualmente, hoy día, con crisis incluida, el bañista está a la par con el usuario y número de embarcaciones y lo vemos continuamente en los llamados fondeos provisionales, en los balizamientos, en cualquier trabajo de campo que realicemos.
La playa, el arenal, la zona tradicionalmente para uso y disfrute del litoral por quienes, como los peatones, a pie disfrutamos de este líquido elemento, nos encontramos limitados, cercados, en unos espacios de los que en teoría no podemos salir, so pena de vernos embestidos por embarcaciones o demás artilugios de alquiler o propiedad, cada cual más potente y con la presunción de que invadimos una zona privativa.
Pero la culpa tampoco la tienen los políticos de ahora, ni los concesionarios, ni los nuevos ricos ni los de antaño, aunque ellos, directa o indirectamente hayan entrado en el juego. Comparándolo con la ciudad, en la que se están creando bolsas de aparcamientos, creando vías de circunvalación, y demás ingeniería del tráfico tendente a evitar que se invada nuestro espacio natural como peatones, en la playa nos encontramos con el ejemplo contrario.
Lo natural, lo lógico, lo correcto, piensa uno, sería trasladar todo este tráfico de embarcaciones a un embarcadero, a un muelle, a una zona de atraque y desatraque, varadero y demás, donde el usuario tuviera las mayores garantías y facilidades, de calado y servicio, pero no. Las mentes pensantes de hace años descubrieron la política del “no”. Descubrieron la política del no hacer muelles, no intervenir en la costa, de no hacer tal y cual. Pero hicieron una política a medias. No fueron capaces de decir no al turismo, al nuevo rico, y a demás necesidades que a su vez iban fomentando para nuestra isla.
Esta política del no al turismo, del no al avance, ni vino acompañada de una prohibición equitativa en cuanto a la fabricación, venta y uso de embarcaciones, por ejemplo. Así, esta negación unilateral al desarrollo urbanístico en según que zonas de Menorca, ha propiciado que aquella zona que era para los bañistas –peatones- ahora está compartida –por decisión de estos mismos rectores de la política insular- entre los bañistas –peatones- y las embarcaciones –coches-. Llegará el día, en que los segundos ganarán en número a los primeros. Así puestas las cosas, dentro de unos años, tendremos que reinventar la sostenibilidad en las playas. ¡Con lo fácil que hubiera sido actuar antaño, sin necesidad de que nos comieran las embarcaciones! ¡Con lo fácil que hubiera sido actuar ahora, sin necesidad de que nos comieran las embarcaciones!.
Y es que a algunos les falta visión de futuro. Y añadiría, visión de pasado y presente.
Podría añadir más, pero poco o nada avanzaríamos. Habrá que esperar tiempos peores, para que poco a poco, aquella crisis de Einstein nos devuelva a una playa utópica en el futuro. Real en el pasado y medianamente pasable en el presente.
P.D.
Otro tema sería el hablar de los negocios de las concesiones de embarcaciones, de sombrillas, tumbonas y demás, que condicionan también la libertad y el espacio disponible para la gente de a pié. ¡Con el negocio hemos topado!.
Hace treinta años, cuarenta más bien, aún hubiéramos tenido tiempo de enderezar situaciones que a día de hoy estamos aún intentando reestructurar, reenderezar en cuanto a las ciudades se refiere.
Hoy en día, hablar de ciudades sostenibles es como hablar de utopías, de ilusiones, de proyecto. Hace cuarenta años era la realidad cotidiana de cada día, nuestra realidad, nuestra forma de ser.
Y cuarenta años no son nada. Y no hubo visión de futuro, o demasiada visión, vaya usted a saber. Creamos el seiscientos y con él casi todo lo demás. Invadimos las calles, aquellas estrechas vías con sus estrechas aceras, con toda una colección de artefactos que denotaban una nueva sociedad. Una sociedad más rica, más igualitaria, más moderna.
Ahora, a cuarenta años de aquel presente de antaño, nos encontramos con la utopía, con la ilusión de poder, de querer, de necesitar invertir aquel predominio del vehículo en beneficio del peatón. Pretendemos crear ambientes más pausados –pacificar el tráfico-, invertir la prioridad a favor del peatón, del escolar, de la persona mayor -prioridad invertida-, beneficiar a otros usuarios como son la bicicleta y potenciar el uso del transporte público.
Ahora, cuarenta años más tarde, nos hemos dado cuenta que el coche invadía nuestras vidas, nuestros espacios y que el peatón, el niño y el mayor, tenían limitados su libertad de movimiento, condicionado a un solo espacio lateral de la vía, a la que además debe compartir con bancos, alumbrado, papeleras, arbolado y demás mobiliario urbano.
Y cuesta vencer “ chips” adquiridos durante dos generaciones. Cuesta ahora prescindir de unos mecanismos que en su día se crearon para favorecer nuestras vidas, y con el paso de los años, se han convertido en apéndices mismos de nuestro cuerpo.
Y en esto estamos. Y somos algunos, o muchos, o pocos, quienes nos resistimos a que una máquina condicione nuestras vidas, la de nuestros hijos y la de nuestros mayores. Bien es cierto que no basta con quitar los coches. Es toda una filosofía de entender la vida, lo que habrá que cambiar. Los planes urbanísticos primero, la ubicación de los centros sanitarios, las oficinas de la administración, y demás centros públicos, la ubicación de éstos, condicionarán el desarrollo de esta sostenibilidad.
Pero hoy no toca alabar o criticar proyecto alguno sobre ciudad sostenible o en vías de serlo, no. Hoy toca retroceder estos cuarenta años vista en el futuro, y quedarnos en nuestro presente. Nuestro actual presente, pero no en la ciudad, sino en el playa. En cualquier playa de nuestro litoral.
Actualmente, y teniendo en cuenta que efectivamente se constata comparativamente hablando una menor presencia de usuarios en la playa, en referencia a estos años anteriores, y también una disminución en cuánto al número en la presencia de embarcaciones de las llamadas de “recreo”, que deambulan en ellas, podríamos llegar a afirmar que estamos a un fifty-fifty en cuanto al predominio de la misma.
Actualmente, hoy día, con crisis incluida, el bañista está a la par con el usuario y número de embarcaciones y lo vemos continuamente en los llamados fondeos provisionales, en los balizamientos, en cualquier trabajo de campo que realicemos.
La playa, el arenal, la zona tradicionalmente para uso y disfrute del litoral por quienes, como los peatones, a pie disfrutamos de este líquido elemento, nos encontramos limitados, cercados, en unos espacios de los que en teoría no podemos salir, so pena de vernos embestidos por embarcaciones o demás artilugios de alquiler o propiedad, cada cual más potente y con la presunción de que invadimos una zona privativa.
Pero la culpa tampoco la tienen los políticos de ahora, ni los concesionarios, ni los nuevos ricos ni los de antaño, aunque ellos, directa o indirectamente hayan entrado en el juego. Comparándolo con la ciudad, en la que se están creando bolsas de aparcamientos, creando vías de circunvalación, y demás ingeniería del tráfico tendente a evitar que se invada nuestro espacio natural como peatones, en la playa nos encontramos con el ejemplo contrario.
Lo natural, lo lógico, lo correcto, piensa uno, sería trasladar todo este tráfico de embarcaciones a un embarcadero, a un muelle, a una zona de atraque y desatraque, varadero y demás, donde el usuario tuviera las mayores garantías y facilidades, de calado y servicio, pero no. Las mentes pensantes de hace años descubrieron la política del “no”. Descubrieron la política del no hacer muelles, no intervenir en la costa, de no hacer tal y cual. Pero hicieron una política a medias. No fueron capaces de decir no al turismo, al nuevo rico, y a demás necesidades que a su vez iban fomentando para nuestra isla.
Esta política del no al turismo, del no al avance, ni vino acompañada de una prohibición equitativa en cuanto a la fabricación, venta y uso de embarcaciones, por ejemplo. Así, esta negación unilateral al desarrollo urbanístico en según que zonas de Menorca, ha propiciado que aquella zona que era para los bañistas –peatones- ahora está compartida –por decisión de estos mismos rectores de la política insular- entre los bañistas –peatones- y las embarcaciones –coches-. Llegará el día, en que los segundos ganarán en número a los primeros. Así puestas las cosas, dentro de unos años, tendremos que reinventar la sostenibilidad en las playas. ¡Con lo fácil que hubiera sido actuar antaño, sin necesidad de que nos comieran las embarcaciones! ¡Con lo fácil que hubiera sido actuar ahora, sin necesidad de que nos comieran las embarcaciones!.
Y es que a algunos les falta visión de futuro. Y añadiría, visión de pasado y presente.
Podría añadir más, pero poco o nada avanzaríamos. Habrá que esperar tiempos peores, para que poco a poco, aquella crisis de Einstein nos devuelva a una playa utópica en el futuro. Real en el pasado y medianamente pasable en el presente.
P.D.
Otro tema sería el hablar de los negocios de las concesiones de embarcaciones, de sombrillas, tumbonas y demás, que condicionan también la libertad y el espacio disponible para la gente de a pié. ¡Con el negocio hemos topado!.
PUBLICADO EL 28 JULIO 2009, EN EL DIARIO MENORCA.