Uno ya no sabe si lo que falla es la publicidad, la cultura o ambas. Hace años, muchos, cuando Mahón sólo se escribía con “h” y en menorquín abreviamos a Mô, decir que se venía a nuestra ciudad era sinónimo de penitenciaría. Eran años en que esta tan mal cacareada memoria histórica era presente y no pasado.
El turismo nos abrió fronteras y mentalidades. La Mola y Sa Plaça quedaron desterradas a otra memoria histórica, y con ello perdimos la singularidad de nuestro nombre. Dejamos de ser destierro para convertirnos en apéndice de Mallorca. Muchos eran los turistas nacionales quienes, ante el incipiente overbooking que creaba el destino mallorquín, eran derivados vía Menorca con la picaresca de la siempre imaginaria carretera que los trasladaría en autobús hasta Mallorca o Ibiza.
Más adelante, ya en la década de los años ochenta, aún era fácil que de entre los soldados oriundos de la península, encontrar a quienes te confesaban que hasta que no llevaban un par de días en nuestra isla, les costaba diferenciar la fortaleza de La Mola con el resto de Mahón, y no digamos de la isla. Sus familiares les habían creado tal trauma geográfico, que aquella predisposición no provocaba el feedback hacia la península. La pequeñez en cuanto a los mapas, y la siempre supremacía de Mallorca y la fama de Ibiza, hacían el resto.
Han pasado años, muchos más de los que uno querría, y seguimos igual. Menorca sigue siendo esta gran desconocida. Por activa y por pasiva. En una semana he sido testigo de dos de estos despropósitos. Uno, ocurrido en nuestro Mahón-Mahó-Maó-Mô, el otro en el VillaCarlos-Es Castell. En el ocurrido en Mahón, nos encontramos a un grupo de los llamados seniors, -¡Bienaventurados ellos que han podido llegar a la edad de la jubilación sin penalización alguna!-.quienes discrepaban si aquellos lares eran Menorca o tenía otro nombre. Una integrante del grupo, mujer de unos setenta y tantos años, decide mediar y resolver aquel enigma. Aquella ciudad era Mahón y la isla entera, Menorca.
Pocos días después, en Villacarlos de entonces, Es Castell actual, dos parejas, una ya mayor y con edad de estar jubilada y la otra mucho más joven, en edad potencial de engrosar la lista de los cinco millones de parados.. Sin duda, los padres de ella y el yerno de ambos. Y aquí el desconcierto también era mayúsculo. La joven pareja se preguntaba si aquel pueblo era una barriada de Maó, o si lo era de otro municipio. Poco espacio de su materia gris, dejaban para la propia autonomía municipal. Y fue la madre y suegra a la vez, quien tuvo que despejar el dilema. Estaban en Villacarlos, pueblo que nada tenía ahora que ver con barriada, aldea o caserío. Y seguía el repertorio de Sant Lluis, Maó y demás.
Ambos casos no deben ser únicos, ni mucho menos. Denotan, eso sí, una falta de estudio, planteamiento, y demás circunstancias que deberían rodear a la programación de un viaje, de una estancia, de unas vacaciones. O eso, o que realmente lo que prima, no es la elección por cuanto al destino y la oferta, sino el mal menor, el destino más asequible, o simplemente el más disponible. O viceversa. O el contrario. O ninguno de los dos.
¿Qué nos reflejaría una encuesta pre y post vacacional? ¿Por qué éste y no otro destino?. Y lo más importante, ¿se lo recomendaría el vecino del primero? ¿y al del segundo tercera?
Aquí sí que se entendería que se gastaran unos cuantos de miles de euros en conocer datos reales, percepciones personales y predicciones futuras. Aquí sí, y no en los tomates y conductores a la izquierda; en el copia y pega de los cajones y movimientos de vaivenes y bajeles; se justificarían la supresión de algún que otro directivo público y empresa co-pública. Aunque la tendencia sea otra muy distinta.
Impuestos y más impuestos. Nombramiento y más nombramiento. Incluso en eso, somos una isla desconocida. Ya ni la conoceremos quienes en ella nos han parido.
¡Ah!, y con este turismo, el nacional –no el nacionalista- nos ahorramos incluso el intérprete. Y bien seguro que dejan más dinero en suelo patrio que quienes vienen con el todo incluido desde el mercado exterior.
El turismo nos abrió fronteras y mentalidades. La Mola y Sa Plaça quedaron desterradas a otra memoria histórica, y con ello perdimos la singularidad de nuestro nombre. Dejamos de ser destierro para convertirnos en apéndice de Mallorca. Muchos eran los turistas nacionales quienes, ante el incipiente overbooking que creaba el destino mallorquín, eran derivados vía Menorca con la picaresca de la siempre imaginaria carretera que los trasladaría en autobús hasta Mallorca o Ibiza.
Más adelante, ya en la década de los años ochenta, aún era fácil que de entre los soldados oriundos de la península, encontrar a quienes te confesaban que hasta que no llevaban un par de días en nuestra isla, les costaba diferenciar la fortaleza de La Mola con el resto de Mahón, y no digamos de la isla. Sus familiares les habían creado tal trauma geográfico, que aquella predisposición no provocaba el feedback hacia la península. La pequeñez en cuanto a los mapas, y la siempre supremacía de Mallorca y la fama de Ibiza, hacían el resto.
Han pasado años, muchos más de los que uno querría, y seguimos igual. Menorca sigue siendo esta gran desconocida. Por activa y por pasiva. En una semana he sido testigo de dos de estos despropósitos. Uno, ocurrido en nuestro Mahón-Mahó-Maó-Mô, el otro en el VillaCarlos-Es Castell. En el ocurrido en Mahón, nos encontramos a un grupo de los llamados seniors, -¡Bienaventurados ellos que han podido llegar a la edad de la jubilación sin penalización alguna!-.quienes discrepaban si aquellos lares eran Menorca o tenía otro nombre. Una integrante del grupo, mujer de unos setenta y tantos años, decide mediar y resolver aquel enigma. Aquella ciudad era Mahón y la isla entera, Menorca.
Pocos días después, en Villacarlos de entonces, Es Castell actual, dos parejas, una ya mayor y con edad de estar jubilada y la otra mucho más joven, en edad potencial de engrosar la lista de los cinco millones de parados.. Sin duda, los padres de ella y el yerno de ambos. Y aquí el desconcierto también era mayúsculo. La joven pareja se preguntaba si aquel pueblo era una barriada de Maó, o si lo era de otro municipio. Poco espacio de su materia gris, dejaban para la propia autonomía municipal. Y fue la madre y suegra a la vez, quien tuvo que despejar el dilema. Estaban en Villacarlos, pueblo que nada tenía ahora que ver con barriada, aldea o caserío. Y seguía el repertorio de Sant Lluis, Maó y demás.
Ambos casos no deben ser únicos, ni mucho menos. Denotan, eso sí, una falta de estudio, planteamiento, y demás circunstancias que deberían rodear a la programación de un viaje, de una estancia, de unas vacaciones. O eso, o que realmente lo que prima, no es la elección por cuanto al destino y la oferta, sino el mal menor, el destino más asequible, o simplemente el más disponible. O viceversa. O el contrario. O ninguno de los dos.
¿Qué nos reflejaría una encuesta pre y post vacacional? ¿Por qué éste y no otro destino?. Y lo más importante, ¿se lo recomendaría el vecino del primero? ¿y al del segundo tercera?
Aquí sí que se entendería que se gastaran unos cuantos de miles de euros en conocer datos reales, percepciones personales y predicciones futuras. Aquí sí, y no en los tomates y conductores a la izquierda; en el copia y pega de los cajones y movimientos de vaivenes y bajeles; se justificarían la supresión de algún que otro directivo público y empresa co-pública. Aunque la tendencia sea otra muy distinta.
Impuestos y más impuestos. Nombramiento y más nombramiento. Incluso en eso, somos una isla desconocida. Ya ni la conoceremos quienes en ella nos han parido.
¡Ah!, y con este turismo, el nacional –no el nacionalista- nos ahorramos incluso el intérprete. Y bien seguro que dejan más dinero en suelo patrio que quienes vienen con el todo incluido desde el mercado exterior.
PUBLICADO EL 14 MAYO 2010 EN EL DIARIO MENORCA.