AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS....... version cosecha del 63


Treinta años!. Veintinueve para ser más exactos si contamos a final de curso. Treinta si contamos el inicio. Tanto da, la excusa fue buena, buenísima. El pasado sábado siete de agosto, mientras los sones del jaleo debían hacer brincar a los caballos en Llucmaçanes, treinta y seis “jóvenes” nos reunimos en el Club Marítimo de Mahón, para regalarnos un baño de juventud.

Treinta y seis representantes del COU de aquel ya lejano curso 1980-81 en el todavía INEM Mahón (carente en aquellos tiempos de nomenclatura propia, y que por sus siglas vendría a ser buen presagio de un buen futuro tanto a nivel educativo como profesional), fuimos los que acudimos a la llamada del correveidile que desde hacía unos meses recorría toda suerte de cortapisas que la Ley de Protección de Datos interponía en el camino.

Motivos laborales, familiares, geográficos y de agenda, dejaron en el camino a algunos otros compañeros que no pudieron así unirse al reencuentro, pero los hubo quienes no se pudieron resistir al entusiasmo transmitido por Cati, Pilar, Mini, Cristina, Tana, Sara y tantos otros que han participado en esta preparación, que no tuvieron más opción que desplazarse ex-profeso desde Mallorca y desde la península para compartir aquellas horas de verdadera camaradería.


Y es que la preparación del evento se fraguaba desde hacía tiempo. Años incluso si contabilizamos aquellos primeros contactos de Fede, Carmen y algún otro más. Meses, si nos remontamos a la reunión en “pequeño comité” celebrado en Monte Toro. Y el día de autos –de platos, más bien-: el de San Cayetano. La cita a las veintiuna horas. La cena, treinta minutos después.

Y la cita estuvo llena de presentaciones: para con los ausentes de nuestra geografía, para quienes hemos perdido pelo y memoria por el camino, para quienes han mantenido tipo y para quienes incluso lo han mejorado. Han pasado treinta años, sí, pero si algunos rostros se habían difuminado, no así los nombres y apellidos. Parecía que pasábamos una revista de comisario memorística, ubicando a cada uno de nosotros en el pupitre del aula. Faltaba sólo extrapolarlo a nuestros actuales rostros.

Y tras las presentaciones, el cotilleo, el chafarderum sano de interesarnos por las vicisitudes de nuestros ex-compañeros. Y es que en treinta años la vida nos da muchas sorpresas, muchas experiencias y como no, muchas alegrías. Y eso era lo que se contagiaba en aquella cena, alegría. Por unos instantes éramos una treintena de jóvenes diecisiete añeros con treinta años más a las espaldas, a los hombros, a la cabeza.... Y de los recuerdos, vinieron las anécdotas.

Anécdotas de un ambiente en el que no existía conflicto alguno, y que por no existir ni se hablaba de fracaso escolar. Eran otros tiempos, otras escalas de valores, otras políticas educativas. Eran tiempos de superación personal, de hacerse uno a sí mismo con el trabajo de codos, con el apoyo de padres y profesores, y con el tesón de conseguir unas metas que cada uno iba construyendo según su valía.
En el anecdotario quedaron las guerras de los borradores, aquellos borradores que alguna mano no inocente hizo desaparecer y que al final pudieron ser recuperados debajo de alguna tarima. También quedó escrito en el anecdotario, lo sucedido con la supresión de los crucifijos por decreto de dirección, y la posterior aparición de éstos y en triplicado ejemplar, en alguna que otra aula; y la guerra de las estufas cuando en invierno la calefacción no funcionó y las estufas corrían por las escaleras mientras las bombonas de butano se desprendían de ellas.... Y el simulacro de participación del alumnado en la elección del nombre del centro..... Y más.....

Y llegaron los postres. Y como en cualquier aniversario que se precie, hubo tarta. Tarta de cumpleaños dedicada para el evento. Tarta y power-point. La presentación de fotografías no podía faltar en un evento como aquel. Fotografías de hacía treinta años, con aquellas primeras melenas, aquellas gafas con cristales de palmo y medio, aquellas barbas incipientes, aquellas faldas de los años ochenta, aquellos abrigos y bufandas...... ¡Que tiempos aquellos! Hubo como no, recuerdo hacia los profesores que nos guiaron durante toda nuestra estancia en el Instituto. Y para con nuestros compañeros ya desaparecidos. Y un deseo.

Un deseo unánime: repetir el evento dentro de algunos años y a ser posible, antes de otros treinta. Setenta y siete años ya serían demasiados como para mover el esqueleto al ritmo que se impuso, tal como nos lo demostraron gran parte de las féminas que por mayoría abrumadora se hicieron con la pista de baile. ¡Y es que los hombres, seguíamos en minoría!.



Y es que la cosecha del sesenta y tres, debió ser una buena cosecha. Y por lo visto, tal como ocurre con los buenos vinos, con el paso del tiempo, mejora y se enriquece.

¡Y rejuvenece!. Aquella madrugada no hubo diecisiete añero alguno, que nos diera envidia.

Y dentro de cinco años, menos aún
PUBLICADO EL 15 AGOSTO 2010, EN EL DIARIO MENORCA.