Finales de octubre, principios de noviembre, solía ser la fecha en que el Gobierno hablaba de paro, de cifras y de lo bien que iban las cuentas. Eran fechas también en que los sindicatos levantaban cabeza y decían la suya. Llegaban las Navidades y todos se olvidaban de penurias económicas. Tras los Reyes, combatíamos la cuesta de enero con las rebajas y las vacaciones de Semana Santa abrían un nuevo horizonte de expectativas laborales.
Esto era al menos el ciclo normal de cuando España era más o menos normal. La normalidad ha muerto. Se ha esfumado y nada es ni será como antes. ¿Será éste el cambio prometido en su día por Felipe González?. Pues no, y aunque con Felipe González se empezó el pelotazo, las arcas aún estaban en disposición de asumir ciertos gastos y despilfarros. Es ahora, cuando incluso a la seguridad jurídica a la que estábamos acostumbrados –más o menos segura- la han fenecido.
Uno ya no sabe si aquellas oposiciones que un día se ganaron le serán respetadas por la envidia de quienes ni se presentaron ni están preparados para ello. Uno ya no sabe si aquellas aportaciones monetarias que en su día se realizaron para la seguridad de uno, podrán ser recuperadas, o si al contrario habrá sido una aportación altruista para con los que nunca se han preocupado del futuro tanto propio como ajeno.
Llega uno a no saber si la honradez es sinónimo de bondad o de estupidez.
Y si la presencia del Rey nos alertó sobre lo que acontecía en Melilla, esta vez ha sido la oposición de los sindicatos quienes han hecho saltar la liebre.
Y es que desde que los sindicatos trabajan para el Estado, y la patronal va a la par con el Gobierno, las estructuras de la sociedad se han descolocado de tal manera que no debemos extrañarnos si un día, remoto o cercano, decidimos democráticamente, eso sí, convertirnos en una dictadura, aunque eso sí, blanda, democrática y de izquierdas, más o menos al estilo de Cuba, Venezuela, y por no hablar de nuestro vecino del sur….
Y los sindicatos esta vez han abierto la boca para decir al Gobierno en cuestión que no aceptan que se obligue a los parados que participan del PRODI a efectuar cursos de formación si no quieren perder la prestación. Y la pregunta es doble: ¿Pretenden los sindicatos que los parados sigan limitados para acceder a los puestos de trabajo?, o todo lo contario ¿Acaso creen los sindicatos que muchos no podrán acudir por estar “clandestinamente” trabajando?.
Y claro, tan claro no lo pueden decir. Pero sí nos lo podemos preguntar. Además, alguien tiene que preguntarlo. ¿Acaso se puede creer que una familia pueda sobrevivir con cuatrocientos euros al mes? ¿Por qué no hay movilizaciones callejeras pidiendo más recursos?
Son preguntas sin respuesta, incómodas. Son preguntas destinadas a ser vetadas en cualquier rueda de prensa, con respuesta tendente a la hipocresía, de salir por la tangente y de negar la mayor. Y en cada negación, una afirmación.
Y se habla en agosto, porque los deberes son para setiembre. Y la suerte ya está echada desde antes de convocar huelga alguna. Un fracaso total. Una huelga descafeinada con más parados que trabajadores. Poco o nada puede cambiar el rumbo de una conjunción sindicatos-gobierno-patronal. Son el nuevo eje de la economía.
Si se quiere el cambio, primero habrá que cambiar a los actores. Desde el campo empresarial con la renovación del dirigente patronal, desde los trabajadores renovando el apoyo sindical y desde el electorado, revisando nuestros actos de fe. Luego, estaremos en condiciones de ponernos a dialogar, de negociar, de hablar en serio de ideas y de intenciones.
Mientras, es como hablar ante un muro ciego, sordo y prepotente.
Esto era al menos el ciclo normal de cuando España era más o menos normal. La normalidad ha muerto. Se ha esfumado y nada es ni será como antes. ¿Será éste el cambio prometido en su día por Felipe González?. Pues no, y aunque con Felipe González se empezó el pelotazo, las arcas aún estaban en disposición de asumir ciertos gastos y despilfarros. Es ahora, cuando incluso a la seguridad jurídica a la que estábamos acostumbrados –más o menos segura- la han fenecido.
Uno ya no sabe si aquellas oposiciones que un día se ganaron le serán respetadas por la envidia de quienes ni se presentaron ni están preparados para ello. Uno ya no sabe si aquellas aportaciones monetarias que en su día se realizaron para la seguridad de uno, podrán ser recuperadas, o si al contrario habrá sido una aportación altruista para con los que nunca se han preocupado del futuro tanto propio como ajeno.
Llega uno a no saber si la honradez es sinónimo de bondad o de estupidez.
Y si la presencia del Rey nos alertó sobre lo que acontecía en Melilla, esta vez ha sido la oposición de los sindicatos quienes han hecho saltar la liebre.
Y es que desde que los sindicatos trabajan para el Estado, y la patronal va a la par con el Gobierno, las estructuras de la sociedad se han descolocado de tal manera que no debemos extrañarnos si un día, remoto o cercano, decidimos democráticamente, eso sí, convertirnos en una dictadura, aunque eso sí, blanda, democrática y de izquierdas, más o menos al estilo de Cuba, Venezuela, y por no hablar de nuestro vecino del sur….
Y los sindicatos esta vez han abierto la boca para decir al Gobierno en cuestión que no aceptan que se obligue a los parados que participan del PRODI a efectuar cursos de formación si no quieren perder la prestación. Y la pregunta es doble: ¿Pretenden los sindicatos que los parados sigan limitados para acceder a los puestos de trabajo?, o todo lo contario ¿Acaso creen los sindicatos que muchos no podrán acudir por estar “clandestinamente” trabajando?.
Y claro, tan claro no lo pueden decir. Pero sí nos lo podemos preguntar. Además, alguien tiene que preguntarlo. ¿Acaso se puede creer que una familia pueda sobrevivir con cuatrocientos euros al mes? ¿Por qué no hay movilizaciones callejeras pidiendo más recursos?
Son preguntas sin respuesta, incómodas. Son preguntas destinadas a ser vetadas en cualquier rueda de prensa, con respuesta tendente a la hipocresía, de salir por la tangente y de negar la mayor. Y en cada negación, una afirmación.
Y se habla en agosto, porque los deberes son para setiembre. Y la suerte ya está echada desde antes de convocar huelga alguna. Un fracaso total. Una huelga descafeinada con más parados que trabajadores. Poco o nada puede cambiar el rumbo de una conjunción sindicatos-gobierno-patronal. Son el nuevo eje de la economía.
Si se quiere el cambio, primero habrá que cambiar a los actores. Desde el campo empresarial con la renovación del dirigente patronal, desde los trabajadores renovando el apoyo sindical y desde el electorado, revisando nuestros actos de fe. Luego, estaremos en condiciones de ponernos a dialogar, de negociar, de hablar en serio de ideas y de intenciones.
Mientras, es como hablar ante un muro ciego, sordo y prepotente.
PUBLICADO EL 27 AGOSTO 2010, EN EL DIARIO MENORCA.