EL SUELO SE NOS MUEVE

Si el mes pasado el tema tratado fue sobre Fukushima y todo lo acaecido en tierras del Sol Naciente, al ponerme manos al teclado para el escrito de este mes de junio, la actualidad informativa no nos depara demasiada benevolencia. También es verdad que cuando estas líneas salgan a la calle, formando parte de un todo llamado boletín, muchos serán los que tendrán miras en otras noticias, en otras realidades. Si el verano que se acerca, si Sant Joan ya presente; fiestas, verbenas y demás excusas para el merecido descanso y disfrute, y como no, el agobio veraniego.

Lorca ha sido la causa de que España entera haya enmudecido. Enmudecido de tristeza, de solidaridad, de hacer frente común con un pueblo en que la naturaleza se ha cebado sobre ella. Y ha sido Lorca, pero podría haber sido cualquier otro municipio. Podría haber sido Menorca entera la que hubiera padecido aquellos temblores, aquel desastroso corrimiento de suelo, que pusiera a prueba nuestros cimientos como pueblo, nuestro cimiento como estructura social.

Las imágenes de Lorca compartieron espacio con la campaña electoral, pero aún así, desbancaron audiencia a estos últimos. Los colores verde, amarillo y rojo-negro, rememoraban en nuestras mentes peliculeras historias en que las epidemias diezmaban a la población y los habitáculos eran señalados para su quema y destrucción. La realidad, esta vez hará que la población no correrá el mismo destino que los habitáculos, pero en cierta manera, algo de ella se pierde.

Nueve fueron las personas que en un primer momento perecieron tras el temblor. Cientos los heridos. Miles los que se quedaron sin vivienda. Y muchos más los que durante el resto de sus vidas, aquellas imágenes pasarán inalterables durante sus noches y sus días.

Electricidad, agua, saneamiento, canalizaciones, transporte, teléfono, abastecimiento y tantos otros cotidianos actos que diariamente no damos importancia por estar incluidos en nuestra rutina diaria, perecerán en un instante. En un instante todo el castillo de naipes se habrá derrumbado. Y con ello, nuestra apuesta de futuro, también se tambaleará a la vez de las réplicas.

La lotería, ésta que tantas pocas veces alcanza ilusionar a alguno de nosotros, de un plumazo, sin apuesta alguna, desilusiona a una sociedad entera. Tantos años de lucha, de empeño en formar un hogar donde hacer aquel nido humano, la fuerza de la naturaleza lo retrae a polvo y tierra, a ruina y desolación.

En tiempos pretéritos se interpretaría sin duda como un castigo divino. En los actuales, los intereses derivarían hacia la destrucción, o como menos, la intervención del hombre sobre la naturaleza. Y conjugándolas, se desautorizan. Ni lo uno, ni lo otro. Al final, reconocer nuestra pequeñez ante el conjunto del universo y sus leyes, simplifica el entendimiento.

Mientras estoy tecleando este escrito, una avería eléctrica me recuerda la pequeñez de la que hablaba en el párrafo anterior. Me quedo a oscuras y sin ordenador. La calle permanece oscura. La cocina se me declara en huelga y la caldera no me calienta el agua. Sólo ha sido una hora y parece como si el mundo retrocediera a los tiempos de nuestros padres.

Solo ha sido mi barriada. Las comunicaciones se mantienen y la gente circula por la calle. El agua canalizada, aún a pesar de los nitratos, sigue presente en nuestros domicilios. Nuestras casas siguen en pie y nuestras camas acogen nuestro descanso.
Unos kilómetros más al oeste, muchos agradecerán poder cobijarse bajo una lona y sobre un colchón. No pedirán nada más. Y agradecerán simplemente el poderlo necesitar. Y es que el ser humano es conformista cuando necesita serlo. La naturaleza aún en esto, nos apoya. Se mueve, si. Y nos movemos, también.


PUBLICADO en el número del mes de JUNIO de 2011, en EL BULLETÍ DEL CENTRE DE PERSONES MAJORS. Area de Acció Social. Consell Insular de Menorca